VALÈNCIA. “Es la Piquer una de nuestras artistas más completas y cosmopolitas: cantante de voz profunda y emotiva; actriz de cinematógrafo, que domina el arte de la dicción y del gesto; bailarina dueña de la gracia y del ritmo… Y con esto muy española y castiza y muy girl universal”. De esta manera describía la revista Crónica a la valenciana más internacional en el número de octubre de 1931, del que fue portada. Hablamos, por supuesto, de Concha Piquer. La publicación le dedicaba un perfil en un momento clave en su trayectoria, periodo en el que la artista había asentado de nuevo su carrera en España tras su periplo por los Estados Unidos, un viaje que marcó su trayectoria de una manera profunda y no únicamente artística. Si su baúl pudiera hablar contaría mil anécdotas de Nueva York a París en una carrera plagada de éxitos y, también, de silencios. “A pesar de ser la máxima exponente de la copla, sigue siendo una desconocida”.
Estas palabras las firma Cristina Chumillas, comisaria la exposición Doña Concha. Una exploración alrededor de la copla y Conchita Piquer, que acoge desde hoy la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento de València. La muestra se confecciona en torno al cómic dibujado por Carla Berrocal, Doña Concha. La rosa y la espina, una obra que ofrece una mirada distinta, desde la actualidad, a una figura que nos lleva a los sonidos del pasado. Es en este juego entre el pasado y el presente, un mar en el que convergen conceptos que van de lo “rancio” o lo “avanzado a su tiempo”, en el que de manera natural nada un proyecto que se ha marcado como objetivo resituar la imagen de ‘la Piquer’, desempolvando su memoria y acercándose a ella sin prejuicios ni leyendas urbanas. “No ha sido justamente valorada”, reivindicaba durante la presentación de la muestra la concejala de Cultura Glòria Tello, acompañada también por la nieta de la cantante, Concha Romero Márquez.
Así, entre años Sorolla, Benlliure o Berlanga, esta exposición quiere reivindicar la figura de Concha Piquer, así como redibujar el perfil de la artista desde una “perspectiva crítica”. Este análisis parte de los dibujos de Berrocal así como de una selección de trajes o recortes de prensa para terminar haciendo una fotografía de la España de hace un siglo y de una copla que fue instrumentalizada por la dictadura franquista, una conexión que todavía pesa y que ha acabado dejando en un segundo plano su “papel transgresor”, letras que en ocasiones –no siempre- lograban esquivar la censura y cantar sobre asuntos tabú. Esto se puede ver en canciones como Romance de la otra (Yo soy la otra/ y a nada tengo derecho/ porque no llevo un anillo/ con una fecha por dentro) o su versión de Ojos verdes, que mantuvo con la letra original a pesar de la multa de 500 pesetas que le imponían por cada interpretación.
Estas decisiones junto con el hecho de que fuera la líder de su proyecto, desde el punto de vista artístico y también empresarial, dibujan a una mujer "fuerte, valiente y empoderada", una mujer que en la España de la primera mitad del siglo fumaba, conducía o hablaba inglés. Esta fotografía, explican las impulsoras del proyecto, nos lleva a pensar directamente en una mirada feminista, un prisma que se fija desde la València de 2023 pero que, sin embargo, resulta más complejo acotar cuando se mira al pasado. “No creo que fuera consciente de todo lo que estaba haciendo ni que pensara que fuera una mujer avanzada […] Es posible que no fuera una mujer feminista, pero tanto su comportamiento respecto a cuestiones de género, a la homosexualidad y a su valía como profesional, teniendo en cuenta en todo momento su condición de mujer, se merecen esta exposición, apasionada como ella”, relata Chumillas.
Lo que es indudable es su relevante papel en la cultura del último siglo, una mujer que hizo historia en la música… y en el cine. Precisamente el recorrido de la exposición comienza con una suerte de sala de exhibición en la que se proyectan imágenes del año 1923, imágenes que suponen la primera película sonora en español de la historia del cine y que, cómo no, protagoniza Concha. Sin saber leer o escribir y solo hablando valenciano, y un rudimentario castellano, fue en 1922 cuando comenzó su periplo americano de la mano del maestro Manuel Penella, un viaje que sería clave para asentar su leyenda. Contrato con Columbia Records, gira por Sudamérica, debut en Broadway… sus baúles recorrieron kilómetros y kilómetros, un viaje que, sin embargo, la trajo de vuelta a España a finales de la década.
Su alianza con Rafael de León o Manuel Quiroga dibujó su nuevo presente artístico, un género que, sin embargo, tras la guerra civil y los primeros años del franquismo, se acabó considerando “muerto”. Las influencias de la música pop y la entrada de nuevos sonidos, especialmente a partir de la década de los 60, relegó a la copla a un segundo lugar. Poco tiempo atrás, en 1958, Piquer abandonaba los escenarios tras perder la voz en una actuación en Isla Cristina. Y es precisamente este viaje entre la Piquer de los años 20 y la de la década de los 50 el que plantea una exposición que quiere hacer “justicia” con la que es indiscutiblemente una de las reinas de la música española, un viaje a través tanto de sus recuerdos como de las nuevas miradas, como la de la propia Carla Berrocal. La muestra hace justicia, pero ojo, porque ella también se encargó de hacerla. Eso sí, a su manera. “La música española se acabó en enero de 1958, cuando yo retiré”, expresó en una de sus últimas entrevistas, en 1988, tal y como recoge Martín de la Plaza en el catálogo de la muestra.