TENDENCIAS ESCÉNICAS

La danza desde los ovarios de Rocío Molina

La bailaora malagueña, Premio Nacional de Danza 2010, visita El Musical con Caída del cielo

1/03/2017 - 

VALÈNCIA. Rocío Molina tiene en su altar a Paco de LucíaCamarón de la IslaCarmen AmayaEnrique Morente Hayao Miyazaki. Ya con repasar las deidades heterodoxas de su olimpo de dioses, se intuye la iconoclastia de su arte. La malagueña se arrancó a bailar con tres años, con 21 estrenaba su primera coreografía y a los 26 recibía la más alta distinción a su oficio en nuestro país, el Premio Nacional de Danza 2010, “por su aportación a la renovación del arte flamenco y su versatilidad y fuerza como intérprete capaz de manejar con libertad y valentía los más diversos registros”. Y con 28, Mikhail Baryshnikov se arrodilla a sus pies, a las puertas de su camerino del New York City Center, tras una función de Oro viejo.

Su penúltimo espectáculo, Bosque Ardora, le valió el Max a la mejor coreografía. En la pieza, el butoh se arremolinaba con el flamenco. La bailaora protagonizaba una persecución en una arboleda onírica. Una mujer a caballo era acosada por una jauría de perros. Aquella obra era tragedia. Y su nueva propuesta, una fiesta. 

Caída del cielo, programada este sábado, 4 de marzo, en el Teatre El Musical, es una celebración de la condición femenina. Y en la travesía los cuentos eróticos de Dante conviven con Lagartija Nick, la poesía confesional de Anne Sexton con el Cantar de los Cantares, Santa Teresa con los caprichos de Goya, Fragmentos de un libro futuro, de José Ángel Valente, con.

Todo empezó durante una visita a una cárcel de alta seguridad en París. Allí, cuando la bailarina prodigio le preguntó a una presa de dónde sacaba los arrestos para levantarse cada día, a sabiendas de que nunca iba a salir de entre aquellos muros, la reclusa se señaló los ovarios y dijo:  "De aquí". Rocío baila desde la energía de su útero, y el resultado es a un tiempo hermoso y políticamente incorrecto, es vida convulsa. Es caer al suelo y disfrutar del tropiezo.

-¿Qué era más importante, ser reconocida en el ámbito flamenco o en la escena contemporánea?

- Me da igual, lo que me gusta es dejar el escenario sabiendo que he dicho mi verdad y que me lo he disfrutado mucho con mis músicos y mi gente. Ningún público se merece más ni menos. 

-¿Te sientes legitimada a romper en el flamenco por el hecho de haber tenido una formación ortodoxa?

- También tengo formación de danza española, y juego con que no soy gitana ni vengo de una familia de bailaores ni cantaores. Lo que vale es cómo me siento, que es flamenca y libre. Las dos cosas van ligadas, y yo lo expreso de una manera personal, que ni siquiera es contemporánea, porque no lo he estudiado. No sé bajar al suelo con la técnica buena de contemporáneo. Mis caídas son flamencas.

-Las caídas son uno de los elementos clave de este espectáculo. ¿Porqué querías darte de bruces contra el suelo?

- En mi trabajo me atrae el reto de incomodarme, de hacer cosas que me cuesten y llegar al extremo. Durante mis sesiones de improvisación me daba cuenta de que al caer al suelo, a veces lo hacía con mucha libertad, y otras, como algo más pausado, con mucho peso, más dramático. Me gustaba esa torpeza de no poder levantarme y descubrir otro universo, ahí abajo, que no es sólo para zapatear.

-Has comentado que la bailarina y coreógrafa Elena Córdoba te ha ayudado, precisamente, a "entender el suelo". ¿De qué manera has asimilado esta nueva dimensión?

- Metiéndome en el estudio, simplemente, a sentarme en el suelo, sin bailar, sin zapatear, conectando, relajando el cuerpo, sintiendo que hay una superficie ahí que puedes sentir de otra manera. Hay veces que no nos paramos en esas cosas. Así que me obligaba a sentirlo, como tomando el sol, pero en el suelo del estudio. Era un trabajo muy gustoso, muy bonito, muy físico, en el que buscaba que el suelo me ayudara a levantarme, tanteaba otra forma de relación no tan agresiva, que no fuera caer, golpear, percutir.

-¿Por qué tomaste la decisión de bailar descalza?

- Me gusta porque al caer, siento que piso tierra. Me conecta mucho con la ingenuidad de una niña que todavía no tiene zapatos, pero que baila y siente. Me parece muy salvaje. 

-Carlos Marquerie firma la codirección artística, la dramaturgia, el espacio y la iluminación. ¿Cómo habéis fraguado este tándem creativo?

-Carlos lleva acompañándome mucho tiempo, de una manera o de otra. Ha sido un trabajo de convivencia, pero no pienses en un trabajo duro: cuando más nos esforzábamos era mientras hacíamos un bacalao al horno o un rape a la barbacoa. Durante dos años nos hemos estado contando nuestras vidas, y relacionando esas experiencias con imágenes. Él ha ido decorando esa época de mi existencia y me ha ido empujando cuando he sentido miedo. Y a partir de ese trabajo,hemos construido una verdad. 

-¿Cuáles son las ventajas de hacer un solo?

- Que puedes hacer lo que te dé la gana (rompe en carcajadas). Un solo te ofrece la libertad de hacer y deshacer, y de no tener que seguir el hilo. No tengo que hacer siempre lo mismo, puedo alterar y variar, pero hay una exigencia física y de concentración muy fuerte. Más si cabe en una obra tan energética. 

-Hay partes que ni siquiera ensayas, porque quieres mantener la frescura. ¿Qué porcentaje de improvisación hay en las funciones?

- Un 70%. Al estar sola, puedo improvisar todo, menos algunas partes muy coreografiadas de la soleá. Siempre que no vaya cambiando los pies técnicos, para no volver loco al responsable de luces, modifico mi manera de bailar. 

-En tu baile siempre has indagado en lo feo y en lo incorrecto. ¿Qué supuso para tu autoafirmación descubrir el arte grotesco?

-Me sirvió para darle palabras a cómo me sentía en el flamenco. El arte grotesco aborda temas que a Carlos y a mí siempre nos han gustado: la oscuridad, la represión, la sensualidad, la ironía, la mujer… Todos están presentes en mis trabajos, cada vez con más fuerza. En esta ocasión, los hemos puesto en escena de una manera más descarada.

-¿Por qué esa necesidad de celebrar la feminidad?

- No bailo así porque me lo plantee, sino porque, con 32 años, tengo mucha energía y fuerza. Estoy viviendo el cambio a la madurez, empiezo a sentir la maternidad, y los ovarios son mi partida de energía. Además, como persona, me gusta ser gamberrilla, jugar, reírme de mí misma. Y me resulta natural meter a las personas dentro de mi juego. Primero lo bailo, se ve con mi cuerpo, pero no lo pienso. Es luego cuando salen las lecturas. 

-El momento cumbre de Caída del cielo es una recreación de la menstruación femenina. ¿En qué medida buscabas el contraste con la pulcritud del escenario?

- Queríamos llevar la pulcritud al extremo. Sino, no tenía sentido. Y, fíjate, no fue algo intencionado. Durante unas pruebas técnicas en las que me puse a improvisar, acabé revolcándome por el suelo, y nos encontramos con que había renacido una nueva mujer. Luego me quedo unos 20 minutos embarrada de sangre.

-¿Qué poder metafórico encontraste en la sangre?

-Es el pilar de la propuesta. Esa rondeña me resulta asquerosamente bella. A la mujer siempre se no has visto como monstruos, imperfectas, sucias, pero si estamos sucias es porque estamos vivas. Ese final tan de gitanita, de la que lleva una semana sin ducharse entre el barro, la tierra y la sangre, convierte la vivencia y la pobreza en alegría y en fiesta. Son las huellas que han marcado tu vida y que están en tu piel. 

-En tu trabajo te gusta combinar los teatros y los espacios al aire libre. ¿Qué te aporta esa combinación?

- Me va nutriendo. Cada uno te da algo que la otra parte no tiene. La improvisación me hace recordar porque me dedico a esto. Me da muchísimo equilibrio. El teatro es maravilloso, pero hay tanta producción, tanta oficina, ensayo, equipo y coordinación, que necesito conectar con mi sentimiento de libertad. Para improvisar, me vale con coger los zapatos en una bolsa y pararme a bailar donde me dé la gana. Que me mire quien quiera y quien no, que pase de largo. 

-¿Tienes pensado salir a bailar en Valencia?

- Ha habido veces que en mitad de una gira me he ido a una discoteca o a un parque. Pero, ahora, después de una obra así, se me queda un vacío muy grande. Necesito un tiempo para llenarme. Ahora estoy cogiendo aire.


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