Hoy es 6 de octubre
VALÈNCIA. Provisional es la estación del AVE e itinerantes son las exposiciones de Joaquín Sorolla en la ciudad que vio la luz. Parece ser que para hacer fortuna o tener éxito en la vida hay que buscar el exilio en la meseta. Mariano Benlliure, el escultor, o Joaquín Sorolla, Juan Genovés o Berlanga, sin olvidarnos de Pedja Mijatovic. Cuándo he viajado a la Villa, me ha ocurrido lo mismo que a Paco Martínez Soria, y me sigue ocurriendo ídem de lo mismo en el momento que camino Cortes Valencianas, o paseo la Avenida de Francia. No he llegado todavía emular a Cocodrilo Dundee, pero todo se andará.
En ese cuerdo y sano raciocinio pencha algo de razón. Hace unos años, antes de que naciera Ediciones Plaza, en una presentación de la biografía de un expresidente, un editor me dijo por lo bajini, que por la falta de interés de algunas heráldicas, València no disfrutaba de un potente grupo de comunicación presente en el resto del país. Razón no le faltó al hombre. La Castellana tira mucho, y antes de llegar a Atocha los contratos ya están asignados. Hay que molestar lo justo y tocar a la puerta de los Ministerios lo preciso. Esto no solo ha ocurrido en el mundo empresarial, sino también en el ámbito político y cultural.
En mi primer matrimonio, mi exsuegro se empeñó en visitar y recorrer no sé cuántas veces la exposición de la Hispanic Society de Joaquín Sorolla organizada por la Fundación Bancaja, antes de que esta entidad financiera, quebrada, fuera provisionalmente a parar a manos de los amos de la Castellana. Desde entonces mantuve cierto interés en el pintor, aunque he de resaltar que un amigo que sabe mucho de esto de las Bellas Artes, me advirtió que Ignacio Pinazo era mucho más completo que Sorolla.
Me dolió mucho lo que se le hizo a Blasco Ibáñez con su Casa Museo, y posteriormente con su legado hasta tal punto que sus herederos pensaron en llevárselo de la Capital Cultural Verde. Con Sorolla, está suceciendo lo mismo de este sucedáneo de autodio, partiendo que su casa museo duerme en Madrid, y la natalicia, en València muy cerquita de la Plaza del Dr. Collado. No ha habido voluntad política desde la transición hasta la actualidad para que València albergara su museo.
Los solicialistas andaban preocupados por el acondicionamiento del alcantarillado tras una férrea dictadura, los conservadores revalorizaron su marca, y el valencianismo diverso tímidamente lo ha intentado pero está más pendiente de otras labores, que la de trabajar por el dominio cultural de la ciudad. Esa es mi impresión en esta simple retrospectiva sobre el Nadal del hipotético Museo Sorolla. De pinturas disfrutamos, troceadas pero visibles, de emplazamientos posibles también, pese a la negativa de la Autoridad Portuaria en levantarlo en el edificio del Reloj por cuestiones de conservación.
Quizás lo tengamos cerca de nuestras narices, muy próximo a la calle del Pintor Sorolla, quizás la reciente adquisición del Palacio de las Comunicaciones por parte de la Generalitat sea un espacio privilegiado para ubicarlo. En ese caso hay que abandonar la demagogia, y aprovechar Orígenes, para no perder nuestra identidad. Se acabó el año Berlanga y ahora le toca el turno a Sorolla. Amén, dice siempre un buen amigo.