LA OPINIÓN PUBLICADA / OPINIÓN

La derecha es una y trina... y está que trina

9/02/2019 - 

La derecha española, que este domingo monta su gran akelarre venezolano con la que se antoja la primera de muchas manifestaciones en los próximos meses, vive tiempos de gloria. La mayoría de las encuestas le dan, a la suma PP-Cs-Vox, una clara victoria si hubiera elecciones en España (con mayoría absoluta no sólo en escaños, sino en votos); los temas de los que hablan (fundamentalmente, de la unidad de España y de los traidores que supuestamente pretenden destruirla) acaparan la atención pública; y sus rivales de la izquierda aparecen anestesiados, si no noqueados, pegándose tiros en el pie con iniciativas incomprensibles, como el "relator" para establecer un diálogo con los independentistas catalanes (aunque el relator luego sea un señor que se limite a levantar acta de las reuniones, no un mediador internacional nombrado por la ONU). En definitiva, todo indica que nos dirigimos hacia una contundente hegemonía de la derecha, que puede ser, además de contundente, muy larga.

¿Así va a ser? Es lo más probable. Por un lado, porque el eje identitario-nacional beneficia inequívocamente a los partidos conservadores. Hay una mayoría social que considera inaceptables los postulados y las pretensiones del independentismo catalán, y que está dispuesta a votar en consecuencia, incluso ignorando sus intereses en otras cuestiones. Cataluña ha movilizado el voto de la derecha, pero también ha provocado un giro del electorado hacia posiciones conservadoras: votantes del PSOE que se van a Ciudadanos, del PP y Ciudadanos que se han ido a Vox, votantes abstencionistas que deciden votar a la derecha por cuestiones identitarias, ...

Por otro lado, porque la izquierda, en España, hoy por hoy no tiene apenas nada que ofrecer a su electorado, o no sabe cómo hacerlo. No existe un programa claro (y tampoco en lo que se refiere al encaje de Cataluña en España), y en todo caso tampoco puede aplicarse. Es incomprensible que el presidente del Gobierno siga siéndolo con el apoyo de sus 84 exiguos diputados, en lugar de haber convocado elecciones al poco de echar a Rajoy; que se dedique a viajar por ahí y a publicar libros, como si, más que presidir España, estuviera viviendo una Spanish Presidency Experience de duración incierta, que intenta exprimir al máximo; que intente aprobar unos Presupuestos y alargar a toda costa la legislatura con apoyos tan exiguos como contradictorios.

Hay un problema en España desde 2015, que favorece la ingobernabilidad, y es que hay unos 15-20 diputados, los correspondientes a ERC y el PdCAT, con los que no se puede contar, porque aceptar sus peticiones (un referéndum de autodeterminación, una mesa de diálogo con relator "pata negra", o que lo parezca, etc.) tiene un coste electoral inasumible para los partidos que hoy por hoy aspiran a gobernar el país. Le sucede ahora a Sánchez, y le pasó antes a Rajoy, que tuvo que recurrir a la abstención del PSOE para ser investido presidente (en el pasado, habría bastado con los recurrentes diputados catalanes de CiU, ahora incompatibles con un Gobierno de la derecha española y casi incompatibles con uno de la izquierda).

La situación es insostenible... Pero Sánchez sabe muy bien que, si convoca elecciones ahora, lo más previsible es que sea arrasado por el tripartito de derechas, y nunca más se supo (hay mucha gente en el PSOE, como es notorio, que está deseando echar a Sánchez de una vez por todas). Por eso se agarra al poder cual percebe a una roca, a la espera de tiempos mejores, aunque sea a costa de experimentar un enorme desgaste mientras tanto. Puro interés partidista, totalmente impresentable... pero pragmático, si lo que uno quiere es mantenerse en el sillón. Puede que no haya mayoría a favor de Sánchez, pero tampoco la hay en contra, mientras los independentistas no quieran apoyar una moción de censura de Pablo Casado (cosa que parece impensable).

Pero, por lo pronto y ante las elecciones de mayo, las derechas buscan maximizar apoyos y hacerse con todo el poder local y autonómico que sea posible. En apariencia, su división en tres les da más fuerza, pues les permite diversificar el voto y abarcar un electorado mayor. Así ha sido en Andalucía. Sin embargo, percibo dos debilidades importantes, que he intentado resumir en el título del artículo. La primera tiene que ver con la inestabilidad inherente a compartir tres partidos el mismo espacio electoral. Es un sandwich en el que, tarde o temprano, alguno de los tres partidos implosionará. La cuestión es cuál de los tres. No me atrevería a hacer un pronóstico al respecto.

Vox tiene la debilidad de que es el recién llegado y, por tanto, carece casi por completo de cuadros y dirigentes dignos de tal nombre. Todo lo que sabemos de Vox, en cuanto a las personas involucradas en este partido, es para echarse a temblar. Pero no sólo por su extremismo, sino por su falta de competencia y capacidad para gestionar nada que vaya más allá de un bar de carretera en el que sirvan vino Caudillo. ¡Si incluso su líder, Santiago Abascal, la única vez en su vida que ha trabajado en algún sitio fue en una fundación sin atribuciones creada para él por Esperanza Aguirre para darle un sueldazo neoliberal a cargo del erario público! Vox vive hoy en la cresta de la ola, pero está por ver cuánto durará el fenómeno. Y su crecimiento, por ubicarse en el extremo del espectro ideológico, está más limitado que el de sus contendientes.

Por otro lado, Ciudadanos es el "extraño" en esta coalición. Al hilo del desafío independentista en Cataluña, Ciudadanos intentó apropiarse del electorado más tradicional del PP a través de un discurso identitario mucho más firme y agresivo que el de Rajoy. Y casi le sale bien (cuando se produjo la moción de censura de Sánchez, Ciudadanos ya lideraba muchas encuestas). De ahí esa primera fase de tensionamiento del discurso y radicalidad en la que se embarcaron las -entonces- dos derechas, sobre todo después del nombramiento de Pablo Casado como líder del PP.

Pero ahora el votante que Ciudadanos se disputaba con el PP, claramente, se ha ido a Vox. Y eso ha vuelto a recentrar a Ciudadanos, un partido notablemente oscilante en su adscripción ideológica (del centro izquierda a la derecha a secas, sin "centro", ha ido y venido varias veces). Ahora, Ciudadanos se disputa el voto que está en el PP y no está cómodo con la deriva derechista de Casado en diversas cuestiones, y el voto que está en el PSOE y se encuentra incómodo con lo que perciben como componendas con el independentismo. Y, además, Ciudadanos ha de conservar a los votantes que ahora tienen. No está nada claro que estos votantes se encuentren cómodos con esos dos compañeros de viaje, Vox y el PP de Casado; y no por la defensa de la unidad de España, sino por todo lo demás: el aborto, la tauromaquia, un discurso que parece salido directamente del Valle de los Caídos, ... Tragar con eso a cambio de echar al PSOE de su pesebre andaluz puede compensar. Tragar con eso sistemáticamente, seguro que no. Al menos, en términos electorales. En determinadas circunstancias, Ciudadanos podría aliarse con el PSOE en un pacto pro-establishment que no quiera aventuras ultraderechistas.

Finalmente, nos queda el PP. El desconcertante PP de Pablo Casado. El nuevo líder alcanzó el poder apoyándose en una mezcla virtuosa: los jóvenes del partido, las esencias aznaristas y su telegenia. Pero el paso del tiempo está mostrando a las claras las limitaciones del modelo. A Pablo Casado, al igual que a su actual archienemigo atávico, Pedro Sánchez, se le nota demasiado que ve la política, las propuestas y los discursos, como acciones meramente instrumentales en pro de lograr un fin: alcanzar el poder. Y, para ello, la estrategia actual consiste en elevar el tono del discurso todo lo que sea necesario para salir en la tele, ocupar la agenda mediática a costa de lo que sea (por ejemplo, a costa de resucitar la reforma regresiva del aborto, un tema que divide al PP desde hace mucho tiempo). Su incontinencia verbal mantiene a los suyos en estado de agitación constante. Pero no es seguro que la agitación le sirva para que los suyos sigan siendo suyos, y no se le vayan a Vox o a Ciudadanos, según los casos.

La disputa entre las tres derechas por la hegemonía es la cuestión más interesante que nos espera en los próximos meses, y que se irá dilucidando en sucesivos comicios. Ahora mismo suman, y eso, obviamente, les alegra sobremanera. Pero no está nada claro que sumen siempre, o que los tres estén dispuestos a sumar esfuerzos siempre y en toda circunstancia.

Además, concurre un segundo factor para ser precavidos al respecto de la actual luna de miel de las tres derechas, y es que el discurso que están desplegando resulta extraordinariamente agresivo y radicalizado, incluso para los cánones a los que estamos acostumbrados en España. Y no tengo nada claro que esto sea bueno para los partidos conservadores tradicionales (para Vox, en cambio, sí, pues viven de eso). Porque, aunque movilicen a su electorado, también pueden despertar al votante de izquierdas, por mucho que vaya a votar a los suyos con absoluta desgana.

Aún tenemos en la memoria ese recordado éxito de la derecha aznarista en sus tiempos de gloria (2000-2008), cuando consiguió pasar de la mayoría absoluta de 2000 a la oposición en 2004, y movilizar en 2008 el récord histórico de votantes a favor de un partido en España: 11.300.000 votos para el PSOE de Zapatero. No es que ahora vaya a pasar eso, porque el eje identitario derivado del independentismo catalán es mucho más poderoso y la izquierda española está en estado catatónico, pero no descarten que la derecha, al movilizarse con tanto entusiasmo, logre movilizar también a la izquierda y las cosas se igualen un poco.

Noticias relacionadas