VALÈNCIA. Dejar en manos de un celular el control de las aplicaciones de la vida es un error que la historia reconocerá más tarde que temprano. Este hecho nos hace más vulnerables y dependientes frente a unos móviles que por el contrario les fortalece convirtiéndolos en seres supremos, dominantes e inteligentes. Nos conocen más que nuestros propios familiares o amigos. Me siento infeliz ante esta situación de indefensión, siendo un alevín a merced de los caprichos del nuevo oro negro, la telefonía. La tecnología no nos hará libres.
A ellos les hemos confiado prácticamente todo; intimidades, claves bancarias, conversaciones, contactos y un largo etc. Hasta la fecha no he encontrado ninguna campaña de sensibilización por el reiterativo abuso que hacemos de estos almacenes de datos con el fin de prevenir, atajar y alertar del desarrollo de una enfermedad neuronal bautizada como el síndrome del pulgar. Al contrario, un móvil es la ostia o el pasaporte de entrada al planeta digital. Lo escribo sin ningún fin catastrofista. Tampoco es un cuento chino que el dinero en efectivo va desapareciendo de la circulación o de las arcas de la Empresa Municipal de Transportes. Desde marzo, los metales, así se expresa un viejo amigo cuando se refiere al cash, ha desparecido como medio de pago al subirte a un autobús municipal. O abonas el billete en plástico o no viajas, te bajan.
Esta medida aplicada en la era covid-19 es por nuestra seguridad. Así reza el cartel de advertencia colgado a las puertas del principal nervio de transporte de la ciudad, de la misma manera que cuando utilizas el comodín de la llamada para realizar una consulta telefónica con el interés de resolver un problema con alguna multinacional, tras un largo tiempo de espera, escuchando una música celestial un robot anuncia ídem de lo mismo. Desde hace tiempo me preocupa esta dependencia emocional hacía un aparato que en manos de una persona que lo utilice con fines perversos pueda convertirse en un artefacto incendiario, o en un arma de destrucción masiva. Es pocos años la digitalización se ha impuesto en nuestras vidas, indudable, no siendo ni bueno, ni malo, diferente. Nadie se acuerda del papel químico que servía de copia de seguridad al estampar la firma con un bolígrafo tras realizar una compra.
Hace unos días en un desplazamiento por la bella y peatonal ciudad del Turia presencié un encontronazo dialéctico entre usuario y conductor por el motivo que relato. Tras la clásica refriega me pregunté en voz alta, si el dinero en efectivo regresaría al futuro cuando se abran definitivamente las puertas de la esperanza. Resuelta la disputa gracias a la buena y caritativa acción de otro viajero el chico pudo finalmente desplazarse. Al acercarse a mi asiento, le dije al chaval ¡Bienvenido al Tercer Mundo! La eliminación del dinero en efectivo no es una medida impopular. No escuece. Ni hace daño a las encuestas. Reduce el tiempo, los costes y optimiza mejor los recursos de una ejemplar labor que cada día realizan los empleados de la empresa de transporte.
En la ciudad de València existe una mayor queja por la puesta en circulación de los carriles bici que por los vehículos estacionados en doble fila. Incomprensible el obstáculo. Propongo a los modernos gestores de la EMT que se adapten a los nuevos tiempos que circulan, incluyendo en los pullman algunas de esas máquinas que desde hace un tiempo llevan gestionando el Gremio de Panaderos y Pasteleros, para evitar a la hora del cobro el contacto entre dependiente y cliente. Por favor no creamos dos mundos paralelos. No excluyamos a vecinos o forasteros que no quieran por el momento formar parte de la era digital. El pago en efectivo es un derecho ciudadano. Pongamos freno al plástico. Es sencillo utilizar un billete para viajar con un billete sencillo.