Este domingo me he encontrado la “European Way of Life” tirada por el rastro. Me gustan todo tipo de mercados, en especial aquellos en los que se cultivan recuerdos, además de olores y sabores. Los mercadillos tienen los colores de la vida. Pero los rastros tienen el atractivo de la muerte. En el Jeu de Balle te puedes encontrar, como en cualquier otro, el retrato de boda de los tatarabuelos, una piel de serpiente y hasta un máquina de escribir Olivetti de hace casi cien años. En los rastros te encuentras la vajilla de la abuela por los suelos, los libros de la biblioteca familiar amontonados en cajas al sol y la ropa de los muertos.
También te encuentras a la señora que ha sacado sus últimos recuerdos en pública subasta, al mendigo que canta con guitarra y armónica “Go marching in”, al estilo Louis Armstrong -yo, cuando no sabía inglés, siempre cantaba “oh Matiné”-. Me ha recordado a mi suegro tocando la armónica, mientras su perro, Rusty, le hacía los coros con un guau a cada nota en sí bemol. A Rusty le rescataron unos vecinos mientras paseaban por la playa de Dénia. Estaba en la orilla, medio ahogado y con una cuerda atada al cuello, que le había provocado una herida profunda y le dejo una cicatriza bajo su pelo color canela. Era un cachorro y, al final, fue feliz.
Éste y otros recuerdos se venden y se regalan en los rastros. Muñecas y ositos de peluche que fueron tan queridos, abrazados y besados como se quisieron, abrazaron y besaron los tatarabuelos el día de su boda. También hay carteras vacías, de cuero de verdad, que un día portaron mapas estratégicos en medio de una guerra, cartas de amor o el testamento de las almas que pueblan este rastro. Porque es el alma lo que se compra en un rastro. El alma de nuestra forma de vivir y morir, de nuestro estilo de vida europeo, de la European Way of Life.
Y resulta que ahora, cuando el nuevo gobierno de la Unión Europea ha decidido protegerla, proteger nuestros valores y reivindicarlos ante el mundo, ha habido voces que se han levantado en contra, en contra de nuestro pequeño rastro. “Protecting our European Way of Life”, protegiendo nuestro estilo de vida europeo, es una de las ocho vicepresidencias en que se dividen o multiplican las prioridades de la Comisión Europea de Ursula Von der Leyen. Las críticas por los nombres bucólicos o románticos del nuevo gobierno se han cebado en éste, avergonzándose de nuestra forma de vivir y de ser europeos, como si ello pudiera entenderse como un ataque a los inmigrantes. ¿Perdón? ¿Se refiere usted a esos padres que arriesgan su vida y la de sus hijos para poder llegar a Europa? ¿Se refiere a esos jóvenes que soñaban en sus países con poder vivir como europeos, con todo lo que ello significa de seguridad física y jurídica, de libertad y democracia, de solidaridad y respeto?
A la nueva presidenta de la Unión se la ha acusado de promover un mensaje xenófobo y fascista con el nombre de esta Vicepresidencia. El nuevo cargo lo ostenta el griego Margaritis Schinas, que sea del sur ya es una garantía. Y el contenido es plural: inmigración, integración y seguridad. Schinas dijo que estaba encantado con la oportunidad de "proteger y empoderar a los europeos, de proteger fronteras y modernizar nuestro sistema de asilo”. Coordinar el desarrollo transfronterizo y combatir el terrorismo, proteger los valores europeos y la democracia, de verdad, ¿es algo “abominable”, como se ha llegado a decir?
Si seguimos estigmatizando Europa y lo europeo, ¿la alternativa cuál es? No hay lugar geográfico en el mundo donde se goce de mayor libertad, democracia y prosperidad que en este club, del que unos -los británicos- se quieren salir y otros lo atacan sin compasión desde bases ideológicas opuestas. Unos sueñan con la gloria de un Imperio perdido allende los mares, otros se avergüenzan del Imperio creado más allá de nuestros mares. No sé por qué, pero no tengo ninguna mala conciencia post-colonialista. Los setenta años de era post colonial en África no han mejorado un continente que ha ido encadenando gobiernos corruptos, gobiernos que han esquilmado sus territorios vendiendo sus recursos naturales al mejor postor. Porque, tras la salida de los europeos, llegaron los norteamericanos y luego los chinos…
Y mientras se enraízan en un debate estéril, nuestros valores y nuestro estilo de vida siguen por los suelos en cada rastro de cada pequeña ciudad europea, junto a los libros, las cartas de amor y los ositos de peluche…, junto a la vajilla de la abuela.