VALÈNCIA. Hay toda una generación que, al igual que se crió a lomos de Bola de Drac (y de Doraemon, perdona), lo hizo también asomada a la La finestra indiscreta, cultivando el gusto por la arquitectura, consecuentemente por la ciudad, metiendo la nariz en el interior de edificios cuyo zaguán estaba al otro lado de la tele, en las profundidades de Punt Dos.
El programa, que brotó en el 2000, donde el otro mundo, y fue cultivándose hasta los 97 episodios, sobrevivió a su desaparición hasta el punto de regresar por espasmos en la memoria de muchos de esos espectadores que, desde la añoranza del mando, piden su vuelta a la parrilla.
‘Arquitectura para todos’, titulaba El País en las profundidades de 2005, abordando el micro fenómeno y el éxito de un programa en emisión “los martes por la segunda cadena de la televisión autonómica a horas intempestivas (pasada la medianoche), como suele suceder con los espacios televisivos de mayor interés”.
Consecuencia de algunas de esas contradicciones -sus capítulos estaban llenos de televidentes que concienzudamente no veían Canal Nou-, se trataba de una aproximación arquitectónica que iba más allá de la arquitectura y que mostraba la manera cómo habitamos los espacios; cómo logramos interpretar la belleza de los edificios, colmarlos de historias.
Verlos ahora, además del voyeurismo retro, supone un recordatorio de la fuerza que tiene asomarse a todas esas ventanas todavía por abrir en todas esas ciudades que están dentro de la nuestra.
Con un propósito revisionista, pido a su artífice, Eva Vizcarra (Endora Producciones), que explique cómo ese microcosmos perdido en la nebulosa catódica logró salir triunfante como programa de culto. Tras colgar tengo la sensación de que olvidé la pregunta más importante: ¿a qué edificio se parecía La finestra indiscreta?
El nacimiento
“La idea surge en 1999 a partir de una exposición de fotografía en el Club Diario Levante, en la cual empiezo a pensar que los edificios y la arquitectura influyen para bien o para mal en el día a día de las personas. Desde pequeña mi relación con la arquitectura es de auténtico amor. Me encanta pasear y mirar los edificios, es algo ‘gratis’ que deberíamos potenciar para que el ciudadano de a pie pueda disfrutar del arte que hay en la calle en cada construcción arquitectónica”.
El convencimiento
“Me costó muchísimo que se entendiera mi idea. En la televisión siempre me decían que la arquitectura era un ladrillo del cual el espectador no iba a poder engancharse. Recibí muy poco apoyo: me decían que no iba a gustar ni a los arquitectos ni al ciudadano medio…”.
El proceso
“Teníamos un equipo de redacción y documentación que se encargaba de chequear los edificios de la Comunitat Valenciana que generaran cierto interés arquitectónico. Tenían que ir unidos a vecinos que nos contaran cómo se vivía en esos edificios. Íbamos a dos cámaras y con un presentador que solía conducir y vertebra la historia”.
Las voces de un edificio
“Se me quedó grabada una frase de la hermana de Bofill que decía que “la arquitectura es música petrificada”. En todos los edificios tratábamos de tener una mirada universal donde tenían voz tanto arquitectos y historiadores del arte como vecinos y ciudadanos de a pie. Todos y entre todos hacían que el edificio fuera único”.
En taxi
“Ha sido una serie que todo lo que me ha dado y me sigue dando son alegrías. Pude trabajar con un equipo fantástico, había acabado de crear mi productora, Endora Producciones, y me parecía maravilloso que cuando me subía a un taxi, los taxistas me hablaran de edificios de una serie que yo había podido dirigir. Ahí descubrí que mi objetivo y mi sueño se había cumplido”.
Arquitectura y espectador medio
“Siempre he pensado que un programa de televisión, y más de televisión pública, tiene que estar dirigido a todo tipo de público. Y creo que en esa diversidad estaba la magia de La finestra. Nunca tratamos de tonto al espectador. El amor hacia la arquitectura y hacia el material que teníamos entre manos, hizo que la gente respetase y se enganchase al proyecto”.
Los favoritos
“Santa María Micaela, La Finca Roja, La Manzanera, La Casa Carbonell, El edificio Román de Alicante, que lo construyó el abuelo de mi hijo... A todos les dediqué el mismo cariño y lo volvería a hacer con la misma pasión”.
El edificio
“Lo más importante es que tenga un equilibrio entre estética y habitabilidad. Que haga las cosas más fáciles a la gente que vive dentro de él y que, a través de su estética, el decorado urbano sea cada vez más agradable para las personas”.