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mar abierto / OPINIÓN

La fuerza de las cárceles

19/01/2021 - 

Días atrás recordamos la Memoria del Profesor Manuel Broseta, como cada año desde aquel desolador 15 de enero de 1992. Una irreparable pérdida para la sociedad, valenciana y española, política y sobre todo académica. Y a través de él, acompañando en la memoria a las víctimas de ETA, cuyas vidas fueron abruptamente truncadas por el crimen, y sus familias marcadas para siempre por el incurable dolor de la ausencia infinita.

He dudado si escribir sobre esto. Sé que la propaganda de los herederos de ETA ha conseguido que parte de la sociedad dé por amortizadas tantas tragedias, Nos dirigen a enterrar el tema como si ya todo estuviera resuelto. En eso han vencido, porque no es así. Es más, solo con ponerlo sobre la mesa, se corre el riesgo de ser cuestionado y descalificado, aun en trayectorias democráticas acreditadas de todo signo.

Pero esta vez no lo voy a dejar pasar. Porque se lo debemos a la memoria de las víctimas, el dolor de sus más cercanos y la reparación del estrago devastador infligido a la convivencia. Es un deber moral y cívico. De tracto sucesivo y sin fecha de caducidad.

Porque hay todavía miles de vascos que tuvieron que huir desterrados por el terror, que eso sí que es exilio Pablo Iglesias y no el del prófugo Puigdemont.

Porque quedan cientos de crímenes con autorías por esclarecer, entre ellos el del propio Manuel Broseta.

Porque asesinos como el de otro gran jurista valenciano, Francisco Tomás y Valiente, ejecutado en 1996 también en la propia universidad por Jon Bienzobas, acaban de ser premiado por el Gobierno Sánchez. Regalos que se han multiplicado masivamente tras la alianza de EH-Bildu con el gobierno del PSOE-Podemos, para estupor -aunque demasiado silente- del socialismo moderado.

Porque en el mismo día que nos volvíamos a concentrar junto al monolito en el campus universitario de Blasco Ibáñez, aún tristes y perplejos 29 años después, Arnaldo Otegi exhortaba, a los presos de ETA, hacer crecer a Bildu con “la experiencia y la fuerza de las celdas”.  

Y me pregunto qué experiencia acreditan quienes pueblan las cárceles por condenas de terror. Pues está en las hemerotecas: tiros en la nuca, bombas-lapa, niños sin pulso, inhumanos secuestros, despiadadas extorsiones y una sociedad rota. Esa es su experiencia; padres sin hijos, hijos sin padres, o sin hermanos. Y luego nos reprenden si señalamos la vinculación de ETA con Bildu. Cuando es Otegi quien ha puesto el dedo en la llaga. Quien ha levantado el velo que deja al descubierto la identidad de ADN. Y que, por supuesto exige, amnistía para los criminales.

Esa es la fuerza de las cárceles, instalada de pronto en nuestra agenda política nacional. Pues permítanme que les diga, y tanto me dan los dislocados calificativos de vuelta, que muchos españoles, de distinta etiología, no estaremos nunca en esa ecuación. En la geometría variable del olvido y la equidistancia.

Porque con quien apela a la experiencia y la fuerza encarcelada por matar, sin arrepentimiento e imponiendo abstinencia judicial, no nos encontrarán jamás.

Y con quienes lo posibilitan o consienten desde la condescendencia, e incluso propugnan “integrarlos en la dirección del Estado”, riéndose de la democracia, de la paciencia de tanta gente de bien y, literalmente, de nuestros muertos, tampoco. Aunque solo fuera porque, como dijo Voltaire, a los vivos se les debe respeto; a los muertos, al menos, verdad.

La “fuerza de las cárceles”, dicen. Pues ha irrumpido también en el programa inminente del Gobierno, con los graves problemas que tiene sin resolver, mediante indultos apresurados a condenados, quienes, además, desafían con volver a delinquir. Y a través de reformas exprés del Código Penal para liberar de las penas judiciales, fabricando normas a la medida de los sediciosos (que no es un insulto, sino el tipo penal por el que han sido sentenciados).

Eso sí, eximiendo de funciones en plena pandemia al Ministro de Sanidad, mientras se le mantiene en el cargo, para enviarlo a hacer política electoral, que es en realidad lo que ha hecho todo el tiempo. Sánchez aúpa así a Illa, a pesar del fracaso de su gestión, con olas sucesivas que son en realidad la del inicio mal resuelta. Una gestión insípida, apática, errática y -lo peor- ocultando mucha verdad. Toda una declaración de principios.

El Gobierno de España viene intentando confundirnos con cuentos y cuentas: aquí estamos soportando sus fábulas. Hoy he querido resistir y combatirlas. Y parece conseguido cuando, colorín colorado, llegamos al final del artículo. Pero lo peor de este cuento, queridos lectores, es que aún no ha terminado.

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