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el muro / OPINIÓN

La gruesa línea entre público y privado

Foto: KIKE TABERNER.
21/02/2021 - 

El artículo “Sin mitos y referentes”, publicado en estas páginas digitales tuvo la culpa. Joaquín Guzmán, colaborador también de Valencia Plaza, crítico de música y anticuario, anima a razonar sobre la realidad cultural que vive esta ciudad pandémica, de interminables vaivenes, múltiples dudas e intereses políticos. El marco, en todos los sentidos, incomparable. La “verdad” política y social en la céntrica calle en la que está ubicada su galería de arte. Un espacio urbano actualmente desierto por la pandemia y la soledad del Carmen. Una bellísima calle del centro histórico en la que apenas hay vida cuando meses atrás era un hervidero de turistas, tránsito sin freno, y como el propio Guzmán define, hoy decorado de barrio que ha expulsado a sus pobladores por una política turística indefinida, salvo por las cifras. Se ha convertido en una zona de ficción.

Intentamos sacar conclusiones rápidas. ¿Qué pasa en esta sociedad que ha dejado de lado a sus referentes y apenas valora el tesón? Nos hemos convertido en una especie de memoria olvidadiza. Una sociedad global o anónima que vive al margen y ha dejado de considerar lo que tenemos mientras la oficialidad se ha hecho con todo a base de criterios de escasa solvencia y credibilidad. 

“Lo público no quiere que lo privado avance más allá de lo que estima el poder para no dejar evidencias de su mediocridad”, le contesto recién llegado de una visita privilegiada a Bombas Gens, un espacio mágico que exhibe desde hace unos días una potentísima exposición de Juan Uslé, una especie de lectura metafísica del arte y la introspección, o de la mera obsesión por el arte, en gran formato, colores contundentes y esa interpretación  abstracta de la realidad en la que hay que entrar poco a poco y con distancia, pero digna de cualquier gran museo que se precie. 

FOTO: KIKE TABERNER

Existe una fina línea entre el amor y el odio, cantaba Chrissie Hynde. Yo creo que existe una gruesa línea entre lo público y lo privado, algo que no está permitiendo pero debería de permitirnos desconfiar de lo oficial y sí creer más en lo privado, esto es, su visión, esfuerzo, dedicación y solidaridad, tanto en cuestiones sociales como artísticas y patrimoniales. Y en ese saco incluyo, entre otros proyectos, a la Fundación Por Amor al Arte, la de Hortensia Herrero y la rehabilitación que donará a Valencia un espacio emblemático en pleno centro, ubicado en el antiguo Palau de los Valeriola, o la Chirivella Soriano que para su fin recuperó el Palacio de Joan de Valeriola, junto al Mercado Central ¡Que tiemble el oficialismo político y mediático cuando desembarque CaixaBank con su Forum! 

He de admitir mi admiración por estos patronos/patronatos civiles que han realizado una apuesta decidida por su ciudad y sociedad, su vida cultural y compromiso social mientras el oficialismo continúa solo pensando en un rédito inmediato, pero con nuestros impuestos, y esas plantillas desorbitadas pero apenas comprometidas y sus con gastos desproporcionados para en muchos casos nada.

Esta sociedad ha perdido cierto interés público -solo es necesario recorrer museos, salvo ligeras excepciones- y aún no ha descubierto del todo lo privado. Todavía existe miedo o desconocimiento. Refuerzo con la frase que escuché un día a las puertas del Museo de Berbedel -Marqués de Campo- a unos visitantes: “Si este museo estuviera en Madrid habría colas para entrar”.  

Es la sensación que he tenido en esa visita a Bombas Gens, el mágico complejo industrial de los años treinta de Cayetano Borso di Carminati desde hace pocos años sala de exposiciones y sede de la fundación Por Amor al Arte unida a fines sociales y que posee espacios inimaginables: el edificio en sí, su refugio antiaéreo, que me ha devuelto de nuevo a escenarios históricos, o la bodega medieval recuperada con sensibilidad y de una belleza arqueológica descomunal.

Mientras lo público sólo piensa en el adoctrinamiento o la sumisión clientelar, lo privado nos hace reflexionar sobre la auténtica implicación social y personal o la reinversión del patrimonio personal en pro de la sociedad que les acoge: compra de obras de arte para la ciudad o rehabilitación de espacios que no atiende el servicio público pero cuyo valor es incalculable. Y eso ya es suficiente para valorar las cosas en su justa medida y defender lo que merece la pena, y no los simples desmanes de esa ignorancia pasajera que avala el poder político de turno. 

Deseo que una vez pasen estos meses de zozobra, si es que lo conseguimos, y ya tengamos a toda máquina más espacios de una contundencia incuestionable, esta sociedad tome conciencia que estamos en manos equivocadas. Que la denominada cultura y solidaridad no es la que se financia o distrae con fondos públicos sino con espacios y proyectos que nacen de la sociedad civil y discurren mucho más allá de lo inmediato y creen no sólo en un futuro sino en una sociedad mejor, más culta y solidaria, mejor formada e implicada con su entorno. Es la que hay que defender. 

Al final serán los privados los que no expliquen de qué va esto, con menos medios, mejor gestión, resultados y mayores convicciones y compromisos. Lo público hace tiempo que se repite y, lo más preocupante, aburre y malgasta. 

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