Hoy es 14 de octubre
València. De gran interés personal, el período fue corto pero intenso, dejando rastro en la actual epidermis de la capital. Aún sopeso la frase que persigue a las hemerotecas, ¡mejor franceses que españoles! Hace más de doscientos años por estas calendas la ciudad había capitulado al ejército de Napoleón Bonaparte. La Biblioteca Valenciana conserva un interesante manuscrito de las memorias del Mariscal Suchet. En él, narra la rendición y posterior administración de la ciudad bajo su mando. Se puede acceder a la memorable lectura desde cualquier dispositivo electrónico gracias a la encomiable labor de los funcionarios en el proceso de digitalización de los fondos allí depositados. Las guerras u operaciones militares siempre generan dolor y sufrimiento, en este caso interés por su estudio. La ocupación de los franceses en nuestra patria chica (València), a priori, tras las crónicas escritas, fue de las menos dolorosas a las ya conocidas y cebadas invasiones bárbaras a lo largo de la historia, desde que Pompeyo arrasó Valentia en el año 75 a.C.
En la ocupación francesa se perdió mucho. Ante las numerosas bajas humanas, procedieron los daños materiales ocasionados por el fuego cruzado de las armas pesadas, viendo desaparecer la fachada del magno Palacio del Real. Hoy, de él solo habitan las cenizas, moran sus cimientos, intervenidos, en el interior de los Jardines de los Viveros, en la zona próxima a la calle General Elio, gracias a un discutido plan E. Y siguen palpables las huellas de las cruentas batallas frente a las Torres de Quart, en cuya fachada visualizamos los restos de ese acné marcado por la pólvora. Aquel período de la historia de la ciudad ha dado para escribir muchos relatos. Gracias a Rafael Solaz, ratón de biblioteca, sabemos un poco más de las ricas y variopintas costumbres de los valencianos de principios del siglo XIX. El bibliógrafo valenciano descubrió en una biblioteca privada un particular e interesantísimo dietario escrito de puño y letra por un valenciano, el señor Pablo Carsí i Gil. En el texto se van descubriendo las tendencias de los capitalinos durante el siglo XIX y las que incorporan a la moda las influencias francesas en el corte y diseño.
Aquella València amurallada, dual, polarizada por pobres y ricos, plebeyos y burgueses, donde los soldados acudían en masa en busca de compañía femenina al camino del Canyaret, el pueblo llano jugaba a las tabas o los naipes y los burgueses celebraban fiestas de alto copete en palacios y teatros, historias o leyendas que deben motivar un mayor y profundo estudio. La gobernabilidad de València a manos del Mariscal Suchet, Duque de la Albufera -derechos concedidos por el Emperador Bonaparte- fue positiva en términos generales. La mayoría de historiadores coinciden en este apunte en el período que trascurren los hechos. Suchet utilizó la diplomacia como principal arma en su defensa ante la resistencia valenciana. Conciliador, realzó el teatro en una ciudad apagada por la tensión bélica. Celebró con mucho entusiasmo el Carnaval de 1912, dinamizando una fiesta que particularmente nada deseaba la jerarquía eclesiástica, por la fuerte carga erótica y simbólica de los bailes con máscaras. Tras la toma francesa de la ciudad, las comunidades religiosas fueron suprimidas y vueltas a restablecer por Fernando VII.
Suchet, hombre distinguido, recio, elegante, repobló de árboles los alrededores del enclave que blindaba el Paseo de la Alameda, lugar que había sido arrasado por el fuego indiscriminado de la pólvora utilizada en las refriegas. Así lo retrató la pluma de un afrancesado dramaturgo español con una Oda al Paseo de València, Leandro Fernández de Moratín, reconociendo en el Diario de Valencia el esfuerzo material destinado por el Mariscal francés a la reconstrucción del paisaje interior valenciano. Amante de la pintura, proyectó lo que a posteriori pasaría a llamarse y hoy conocemos como Museo de las Bellas Artes. La burguesía urbana y la aristocracia vio en Suchet un político conciliador capaz de dirigir la ciudad con sensatez y predisposición. La alta alcurnia valenciana se reunía en el Palacio de Cervelló alrededor del Mariscal, lugar blindado para las fiestas por el buen gusto de las cosas.
El glamour se paseaba en una ciudad amenizada en las calles por tejones, tórtolas y buceadores. En un plano más social, el primer peluquero que implantó novedades en el afeitado diario de los capitalinos fue un ciudadano francés. Afincando en la ciudad, desarrolló el corte de la barba masculina utilizando la brocha, mientras los barberos locales todavía lo realizaban con el jabón y a mano. Los franceses también introdujeron un calzado más apropiado en el vestir diario proyectando a un hombre más señorial calzando un zapato de punta y hebilla. Mientras tanto, las mujeres irían despojándose de la basquiña negra de seda hasta los tobillos con el pañuelo negro y la mantilla negra, sustituyéndola por un vestido más de cola que empezaría a verse poco a poco en las calles, alcanzando la plenitud a mitad de siglo. En el caso masculino, los pantalones eran abiertos e incluían botones.
Todo esta alocución es a propósito de refrescar el pasado con vistas al presente por la puesta en escena del Clec, el nuevo festival de moda, diseño y gastronomía que ha sustituido, por falta de presupuesto, a la Valencia Fashion Week retirada de la pasarela y que se celebra este fin de semana en la ciudad de València. Que nuestros profesionales sigan marcando tendencias en un mundo de la moda tan globalizado. Hablar del prêt-à- porter es reconocer décadas del vanguardista trabajo y la trayectoria profesional de Francis Montesinos, entre otros emprendedores locales embajadores de la alta costura del Cap i Casal. Y por ello, iniciativas de tal calibre deben ser apoyadas y respaldas por los valencianos y las instituciones para consolidarlas en la agenda anual de eventos de la ciudad. ¡Larga vida al Clec! ¡Marquemos tendencias!