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el cudolet / OPINIÓN

La internalización de Miguel Hernández

12/12/2020 - 

Crecí en un tiempo en el que la mercromina lo sanaba todo, pasando por el botiquín, embadurnado, estabas listo para seguir participando en la carrera de la vida. Una época que ponía fin a las Casas de Socorro. En la adolescencia, el cloretilo enfriaba el dolor muscular de los golpes recibidos por la inmadurez, incluso hasta el insufrible dolor de muelas se hacía frente engañándolo con un pequeño algodón embadurnado de coñac. Se podía soportar todo o casi todo, menos, en mi caso, la aversión mostrada hacía dos capitales de provincia. Me he dado cuenta tras el paso de los años que las rivalidades deportivas son un tanto estúpidas. Alicante y Castellón nunca debieron ser territorio hostil, pero lo fueron por aferrarme demasiado al fetichismo del paravalanchas de la vieja general de Mestalla. Errores los cometemos todos. Subsanados, pinchada la burbuja de la intolerancia, la ciudad del Castillo de Santa Bárbara y la de la Plana pasaron a ser ciudades hermanas. 

Siempre me ha dolido en el alma que el valencianismo deportivo no haya ejercido de ejército desarmado de la Comunidad. No creo que lleguemos nunca a serlo. Los valencianos seguimos circulando por esa línea continua de disputas identitarias y egos personales, sometidos a la clara supremacía de la capital que presiona con fuerza sobre el resto de municipios del territorio. Mediterránea fue una marca con sello socialista que nació envuelta de polémica y avocada al fracaso. Así fue, triste pero lo fue. El pueblo valenciano es muy diverso. Nos ahogamos en un rio sin agua cuando desde el patio de los leones aparece una nueva reforma educativa despreciando la lengua vernácula del territorio. Es de una enorme ingratitud hacerle esto a nuestros más mayores. 

Hace unas semanas el Ministerio que dirige José Luis Ábalos cerró una disputa con un acertado gesto. Las dos ciudades, Alicante y Elche, enfrentadas desde hace décadas por un conflicto de demarcación territorial en la denominación de origen del aeropuerto, fue sellada con una  decisión salomónica de nombrar embajador de exteriores al brillante poeta de Orihuela, Miguel Hernández. La ciudad de Granada hizo lo mismo bautizando el recinto aeronáutico con el nombre de Federico García Lorca. La iniciativa de gran calado ha servido para dar un paso adelante en la construcción  de la identidad valenciana y, a la vez, ir cerrando cicatrices provocadas por heridas estériles. Los que somos ciudadanos periféricos vemos en el centralismo un enemigo opresor. Y a veces puede que tengamos algo de razón. Otras no tanto. Llevamos un tiempo en que la militancia de base de las principales fiestas que se celebran en el territorio contribuyen a un gemellaggio ciudadano, superando el protocolario. Los festeros de Alicante, Castellón y València interactúan entre sí. Como también ha sido un acierto declarar festividad autonómica el día de San Joan. 

Pero cuando avanzamos en la línea correcta y leemos que València declara subsede a la propia València para albergar una sede del Instituto Valenciano de Arte Moderno, la noticia cae como una jarra de agua fría. Espero que los ¡Pam-Pam, orelluts! no se distancien más por no ser ellos los elegidos. Aunque lo peor de todo es sacar pecho en esta nueva empresa cultural en la que lo único que habrá que hacer es desempolvar los fondos artísticos del sótano para trasladarlos a pocos metros de distancia, hasta el interminable Parque Central. En fin, una de cal y otra de arena. Lo dicho, mi enhorabuena a los alicantinos. Ahora le tocará a Manises elegir entre muchos venerables candidatos, como Josep Renau o el desaparecido recientemente Juan Genovés. Sigamos en la línea correcta de la vertebración del territorio. ¡Bon Nadal!

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