Hace un par de días se publicó en este periódico un extenso y muy recomendable reportaje sobre los primeros meses de gobierno autonómico: “¿Quién ha hecho qué del Pacto del Botánico?”. El artículo analizaba de forma pormenorizada la acción del Consell... excepto en un caso. Ni una sola vez se mencionaba el nombre de Elena Cebrián, la consellera de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural. ¿Es posible hacer un buen repaso a un gobierno obviando uno de sus diez departamentos?
El olvido, sin embargo, no es culpa exclusiva de quien firma la noticia. Es más: la nula relevancia que se le otorga al medio ambiente y la agricultura (ni una sola vez se mencionan en las 2200 palabras) tiene su origen precisamente en el Pacto del Botánico. Allí, como muchos denunciamos en su momento, el medio ambiente quedó retratado como un elemento residual, meramente decorativo. No ocupa ningún bloque con entidad propia y, cuando el documento se refiere a las cuestiones ambientales lo hace de refilón, con desgana, múltiples tópicos manidos y sin profundidad política alguna. Es hasta comprensible que, a la hora de analizar el grado de cumplimiento del pacto, se eviten estas cuestiones: al fin y al cabo ¿no se había renunciado ya desde el principio?
Pero el caso es que, aun partiendo de un mal texto, un pacto puede modificarse con la acción de gobierno, posicionando activamente el medio ambiente en un lugar central del debate político. Más aún si el despegue del Consell ha coincidido con eventos tan relevantes como la Cumbre del Clima de París, en la que se adoptó un histórico acuerdo en la lucha contra el cambio climático y que condicionó toda la agenda internacional durante más de dos semanas. Ni aún así ha conseguido el departamento de Elena Cebrián erigirse como un sujeto principal del gobierno autonómico. Adolece de una invisibilidad crónica, potenciada por una desastrosa comunicación institucional y vergonzosas campañas gráficas, cuya continuidad no se explica a pesar de ser herencia de la etapa del Partido Popular. Mientras en otros departamentos sus altos cargos se multiplican en las redes sociales para explicar la acción de gobierno (lo que se traduce en una grata sensación de transparencia y de involucración del ciudadano en el día a día de los gobernantes), la Conselleria de Agricultura y Medio Ambiente ni siquiera cuenta con perfil en redes tan populares como Twitter. Gobernar no sólo es hacer, sino también explicar y transmitir.
¿Hace cosas la conselleria? ¡Y tanto! Es más: después de la reunión de Morella, parece que por fin empieza a coger impulso, al menos en lo que medidas legales se refiere, después de unos meses erráticos, patinazos sonados y la inercia anterior. ¿Se podían haber hecho más cosas? Definitivamente. Nadie entiende, por ejemplo, por qué seguimos sin directores de parques naturales siete meses después de tomar posesión, cuando éste era un tema prioritario en las denuncias sobre la gestión ambiental del PP por parte de quienes entonces eran oposición.
Por último, no hay que atribuir la invisibilidad del medio ambiente a un único departamento: es tarea de todo el Consell asumir como propia una agenda ambiental valenciana potente y ambiciosa. En un gobierno que aboga por el “mestizaje” y en el que “sostenible” es una palabra de moda (y un apellido al que algunos no hacen caso), no se puede delegar toda la responsabilidad de ser el motor verde a una conselleria con recursos limitadísimos y estrecho margen de maniobra. Necesitamos una implicación real a nivel de gobierno, no de parcelas de poder.
Y quién sabe: quizás, con suerte, podamos evaluar dentro de unos meses qué grado de cumplimiento hemos alcanzado respecto las medidas adoptadas en Morella. De momento seguiremos esperando que la política valenciana se tiña, algún día, de verde.
*Andreu Escrivà es consultor ambiental y doctor en Biodiversidad