Garzón, Bárcenas, Ruz, abogados y jueces auténticos protagonizan la cartelera teatral
VALENCIA. La justicia siempre ha evidenciado una cualidad teatral. Ahí estuvieron hasta 2007 las capas rojas y las pelucas blancas y rizadas en Inglaterra, mientras que en los tribunales españoles se perpetúan las togas y las puñetas en las mangas. La puesta en escena denota ceremonia y dramatismo, con sus actores protagonistas personificados por demandantes y demandados; sus intérpretes secundarios, ya sean jueces, abogados, procurados o fiscales; y sus estrellas invitadas, caso del médico forense, los peritos y los testigos.
El cine y la televisión han sabido recoger la liturgia y la dimensión dramática de los juicios, pero no ha sido tan frecuente en el teatro. Hasta estos últimos años en España, en que sobre las tablas se han escenificado procesos reales, caso de El pan y la sal (Juicio a la memoria histórica), donde Núria Espert, Tristán Ulloa, José Sacristán, Mario Gas, Gonzalo de Castro y Pepe Viyuela, entre otros, revivieron en el Teatro del Barrio de Madrid el proceso contra Garzón en 2012 por intentar investigar los crímenes del franquismo; o Ruz-Bárcenas, iniciativa también del teatro comandado por Alberto San Juan, en la que se representa palabra por palabra la transcripción de la declaración que el ex tesorero del PP prestó ante el juez Pablo Ruz el 15 de julio de 2013 en la Audiencia Nacional. También ha habido litigios dramatizados, como la recreación en Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano de la condena al filósofo de la Antigua Grecia a la pena capital por parte de un jurado popular, y la batalla legal por la enseñanza de la teoría de la evolución en El juicio de Dayton, en el que se relata la causa contra un maestro de Tennessee en 1925 por enseñar a sus alumnos de secundaria la selección natural de Darwin.
Este fin de semana llega a La Rambleta de Valencia una vuelta de tuerca al teatro jurídico: Please, continue, (Hamlet), una performance ideada por el director catalán Roger Bernat y el artista holandés Yan Duyvendak donde se representa un juicio al príncipe de Dinamarca con jueces, abogados, fiscales, psiquiatras, agentes judiciales y forenses auténticos. El jurado popular estará formado por la audiencia, que decidirá el veredicto final. El proyecto coincide con la programación en Matadero Madrid de El jurado, la nueva obra de Andrés Lima, que es una adaptación de la mítica pieza de Reginald Rose en la que se basó la película 12 hombres sin piedad (Sidney Lumet, 1957).
El auge del género en la escena nacional no les parece una casualidad a los directores. Bernat opina que esta ola tiene que ver “con que estamos en un momento en que la justicia está decidiendo más sobre la política que los propios políticos, de modo que se contrapesa dejando a los ciudadanos tomar parte, aunque sea de manera ficcional”.
Lima lo secunda: “La justicia o la falta de justicia en este país está de moda, tanto en los casos de corrupción como por cuestiones políticas. La justicia es uno de los pilares de la democracia, así que es interesante que se cuestione, y no sólo desde el punto de vista formal, es decir, si tenemos un Tribunal Supremo ejemplar o no, sino también desde el parecer ciudadano, que el pueblo decida o forme parte de la decisión judicial, y el jurado es el que mejor representa este aspecto”.
De ahí que cada uno de los dos montajes haya integrado al tribunal del pueblo, Please, continue (Hamlet) como actor y espectador, y El jurado, como protagonista. “El jurado popular es una figura relativamente nueva en la democracia española a la que hay que dar cancha, debería ser símbolo de sanidad democrática”, opina Andrés Lima.
Please, continue, (Hamlet) se estrenó en 2012 y se ha presentado en 11 países, lapso durante el que Roger Bernat ha reparado en lo mucho que difiere la justicia de un país a otro. “Son pequeñas disimilitudes de la puesta en escena que revelan la forma en que un país imagina cómo representarse”, aduce el director catalán.
Cuenta que en Brasil, los miembros del jurado popular no tienen derecho a hablar unos con otros, y que al final del juicio cada uno de ellos vota sobre la inocencia o culpabilidad del acusado. En EE.UU., en cambio, el jurado tiene que discutir, como también ocurre en España. Y en nuestro país, el veredicto condenatorio ha de hacerse por mayoría significativa no simple, así que ha de sumar el voto, por lo menos, de siete contra dos. En Grecia, sólo son cuatro ciudadanos junto con tres jueces, “de forma que la decisión está muy ponderada por el sistema judicial”.
Valora Bernat que la puesta en escena de un proceso judicial “está llena de decisiones que son muy teatrales y que cambian considerablemente cómo se va a desarrollar el juicio y cuál va a ser su resultado. Por ejemplo, si el acusado es el primero o el último en hablar”.
En cada ocasión en que se programa su performance, se lleva a cabo un trabajo de campo para reclutar a sus actores de entre las listas del colegio profesional de la ciudad. Las funciones sólo cuentan con tres intérpretes profesionales, los que dan vida a Gertrudis, Hamlet y Ofelia. El resto está conformado por un equipo judicial que no percibe ningún importe económico. En contrapartida, en el caso de las representaciones en Valencia, La Rambleta realizará una donación a la Fundación por la Justicia.
Cada noche cambia el jurado, porque así lo hace el público, pero también los magistrados, “pues un mismo caso se puede juzgar dos veces, pero no por un mismo juez y un mismo fiscal, porque tendrían una posición preconcebida con respecto a lo que tienen que juzgar”, explicita Bernat.
En El jurado, el acusado es un político y su crimen es el pan nuestro de cada día informativo, la corrupción. El texto original es de Luis Felipe Blasco Vilches, que se ha inspirado libremente en Doce hombres sin piedad, donde se arremetía, en cambio, contra la pena de muerte. La obra, planteada como un thriller, está protagonizada por un pequeño empresario, la madre de un parado, un fanático del fútbol, una activista de izquierdas, un maestro, una inmigrante nacionalizada, un ultraconservador, una cerebro fugado y un prejubilado.
Entre los actores, rostros televisivos como los de Víctor Clavijo, Pepón Nieto, Isabel Ordaz y Usun Yoon. Juntos conforman un fresco donde se representan todas las clases sociales y todas las ideologías polítias, a excepción, apunta Andrés Lima, “del príncipe y el mendigo”. Bajo su parecer, este interés escénico por los jurados populares está ligado al contexto socio político actual, en el que los nuevos partidos surgidos tras el 15-M aplican métodos asamblearios y de participación ciudadana.
“En España hemos sufrido una dictadura durante muchos años y en el proceso democrático todavía se ha mantenido al ciudadano exento de las decisiones, sólo participamos a través del voto. Pero el 15M ha puesto de manifiesto algo que se respira en el ambiente, la demanda del derecho de los ciudadanos a estar en el meollo de las decisiones. El hecho de que se haya acabado con el bipartidismo tiene que ver con que mucha gente de a pie ha cogido la voz, y eso es imparable”.
No obstante, la obra va más allá del momento histórico para cuestionar la honestidad del ser humano per sé e interpelar de manera directa al espectador con preguntas del tipo: ¿Podemos ser justos en una sociedad que no lo es? Sus nueve protagonistas son objeto de extorsión y manipulación. De modo que la cuestión final es dirimir hasta qué punto los ciudadanos somos susceptibles de ser corrompidos.
Para ilustrarlo, Andrés Lima refiere un momento del montaje: “Al principio de la obra hay quien dice: “Todos los políticos son unos ladrones”, mientras que otro contesta: “No, son personas...”. En gran parte, el ser humano ha funcionado siempre por interés y por codicia, así que para mí la cuestión es más bien un problema personal: ¿Somos justos?”.
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