La vigencia de libros, textos y escritos con siglos de historia denota la grandeza de la inteligencia humana y la capacidad de raciocinio así como la terquedad en tropezar con piedras que parecían superadas en el camino
En los últimos días algunas noticias han tenido un gran eco tanto en los medios de comunicación social como en las tertulias de barra de bar que tanto nos gustan a los españoles. El común denominador de muchas de esas informaciones era la libertad, o quizá sea más apropiado decir la falta de libertad. Entendida ésta como la libertad individual frente a una libertad colectiva que hace casi dos siglos ya denunció Benjamin Constant –a quien nos referiremos en múltiples ocasiones– en su famoso discurso donde disertó sobre como se entendía la libertad en épocas pretéritas frente a la que debía ser la libertad en una sociedad moderna del siglo XIX.
Caminamos hacía el primer cuarto del siglo XXI y vivimos una época de sorprendentes contrastes, irritantes contradicciones y profundas frustraciones que hacen difícil discernir, matizar y aclarar el complejo comportamiento de los humanos. Creemos ser más libres que nunca y nos auto esclavizamos con cualquier nueva tecnología que se nos presenta como una herramienta para nuestro goce y disfrute. A través de nuevos cauces volvemos a primar la libertad colectiva que Constant definió como “la sujeción completa del individuo a la autoridad del conjunto”, algo saben de esto los miembros de formaciones políticas a la hora de votar en conciencia o votar en manada.
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
Don Quijote
En la obra cumbre de la literatura española encontramos una brillante apelación a la libertad, y nuestra Constitución recoge el derecho a la libertad en sus múltiples manifestaciones –de culto, religiosa, de cátedra, de expresión, de enseñanza, de sindicación, etc.– en su título I referido a los Derechos y deberes fundamentales, dándole así la preeminencia e importancia que en un estado de derecho y democrático tiene el valor de la libertad. Pero la letra es sufrida y la práctica real de los derechos que recogen nuestras leyes no siempre es satisfactoria para todos los ciudadanos.
La España del siglo XXI por sorprendente que nos pueda parecer se encuentra con realidades que ponen en tensión los derechos y libertades de amplios sectores de la sociedad. En nuestra Comunidad Autónoma asistimos a dos debates que afectan a pilares de la sociedad y de manera destacada a nuestros niños y jóvenes. La educación y el Decreto de Plurilingüismo y la sanidad y el Anteproyecto de Ley sobre la identidad y el género. Ambos temas de gran trascendencia y seriedad, que deberían ser motivo de mayor debate y participación de expertos ajenos a ideologías y partidos políticos.
En estos dos asuntos que suelen salir en los medios cuando se produce alguna situación llamativa, bien sea una denuncia por parte de padres o colectivos o la réplica a las mismas; viene a la perfección la frase del filósofo francés cuando en su discurso ante el Ateneo de París dijo: “En las cosas que nos parecen más fútiles, la autoridad del cuerpo social se interponía y se entorpecía la voluntad de los individuos.” Así se promulgan leyes que en su literalidad sorprenderían a la mayoría de ciudadanos –si las llegaran a leer– y en su praxis pueden tener nefastas consecuencias para el normal desarrollo de una sociedad que se autodenomina como ‘libre’.
En los últimos años la brecha entre la realidad diaria, el sentido común y la naturaleza humana frente al pensamiento políticamente correcto, la discriminación positiva y la identidad de género no ha hecho más que aumentar, provocando en muchas ocasiones situaciones surrealistas, manipulando la realidad a su antojo y logrando en palabras de Constant “que el individuo sea esclavo para que el pueblo sea libre”, vaya paradoja. También el mundo de la comunicación está de actualidad con el comunicado de la Asociación de la Prensa de Madrid “ante el acoso de Podemos a periodistas”. Un ámbito donde por desgracia (y por supervivencia) también abunda la autocensura y el ostracismo, es decir, la ausencia de una libertad individual basada en la crítica y la razón, algo indispensable en una sociedad justa.