Me gustaría poder decir que este artículo ha sido escrito a las tres de la madrugada, rodeada de tazas de café a medio acabar, en un delirio insomne, arrullada por la quietud de la ciudad adormecida y vestida con una camisa de lino mientras exclamo: “¡Oh, oh, no puedo parar de crear!”.
En parte porque me serviría para darme un aura así como de artista maldita (y eso siempre te hace subir un poco el caché), en parte para satisfacer las fantasías pseudobohemias de la adolescente intensita que fui (amiga, date cuenta, deja de leer Jane Eyre tan fuertemente. No quieres vivir en una buhardilla decimonónica, juntar palabras por dinero no tiene nada de romántico). Pero además porque de esa manera, el presente texto me habría salido mucho más rentable, pues habría podido disfrutar de la fabulosa tarifa nocturna que nos han regalado el Gobierno y las eléctricas. Una pareja tan chisporroteante, con tanta buena química, con tan buen rollo que encandilaría a la audiencia de cualquier episodio de First Dates. ¿Pedro Sánchez, tendrías otra cita con Iberdrola? ¡Claro que sí! Ejecutivos de Netflix, ahí hay una comedia romántica esperando a ser filmada.
Pero aquí estoy, defraudando nuevamente a mi yo quinceañera y perpetrando estas líneas en plena hora punta. Ahí, bum, sin reparar en gastos, tirando de bombillas como si fuera una de las invitadas a la boda Carlos Fitz-James Stuart y Belén Corsini, condes de Osorno. Esto, para los que no estéis familiarizados con la dialéctica del Hola (craso error, ya os lo digo), significa como si estuviera podrida de dinero. Y es que, a pesar de los días tan divertidos que nos pasamos en Twitter haciendo bromas sobre planchar de madrugada, al final una no puede adaptar sus necesidades vitales a los caprichitos horarios del consejero delegado de turno. Bastante tenemos con sobrevivir a la gymkhana de obligaciones diarias que es la vida de una adulta que hade fingir ser funcional como para ponernos a hacer croquis con las horas buenas para cargar el móvil. No da, la vida no da.
Así que nos indignamos un rato, hacemos los memes de rigor --perro grande/perro chico, Drake (‘el chico del anorak’ para Guillermo López) en contra y a favor, Anakin y Padmeo el que esté de moda esa quincena--, y seguimos intentando no colapsar antes del viernes por la tarde. Como siempre. Ojo, me niego a insertar aquí discurso cenizo genérico n.º 4 sobre que somos unos borregos desmovilizados, que poco nos pasa y que cómo nos dejamos pisotear. Mira, llevamos un año y medio muy duro, estamos agotados y aturdidos… Resulta muy complicado articular una protesta colectiva y organizada cuando la tristeza y la ansiedad le ganan la partida a la rabia.
Total, que precisamente por esa constatación de que es inviable ajustarnos al semáforo infernal de las horas punta, llana y valle (un abrazo a quienes aquí han pensado en Valle la de Compañeros, nos vemos en julio en las colas de vacunación),me enerva sobremanera que nos hayan intentado vender la reformita en la facturación como una oportunidad muy guay para customizar nuestras rutinas domésticas. ¡Puedes elegir la hora en la que te duchas con agua caliente igual que eliges la marca de cereales! ¡Y además tienes una gráfica con un montón de colorcitos! ¡Mira cuántas opciones, tú decides, eres el jefe de tu vida! ¿Acaso tener un catálogo y seleccionar toppings no es el paradigma de la libertad? Libre de escoger entre patas clásicas o deluxe y entre centrifugar alas 20h o a las 05h. ¡Yuhu! Se nos abre así un mundo de nuevas experiencias por descubrir. Como pasar del huevo frito al poché, que, como explicó hace poco Endesa en su cuenta de Twitter, es mucho más healthy y consume menos.
La cuestión más perversa en este absurdo intento de vendernos la burra(por algún motivo misterioso a la gente no le ha convencido lo delos tramitos), es la asunción de que nuestro tiempo libre se puede supeditar sin problemas a los intereses de las grandes compañías eléctricas. Que esas horas en las que no estamos produciendo, ganándonos el pan con el sudor de nuestra frente (y de las lumbares y el cuello), están ahí para que les salgan las cuentas a un Consejo de Administración. De hecho, la ministra Teresa Ribera nos aleccionó muy condescendientemente sobre que “si somos cuidadosos”, hay tramos “muy razonables para poner el lavavajillas” y sobre lo barato que resulta usar los electrodomésticos el fin de semana. Pues, oye, menuda perspectiva más deprimente pensar que el horizonte en esos dos días que tenemos de descanso y goce de la vida tienen que convertirse en el festival del tendedero si no queremos tener que hipotecarnos el bazo. Eres libre para pasarte el fin de semana haciendo la colada ¡viva todo!.
Así que para las instituciones que rigen nuestro destino, el esquema de un ciudadano “cuidadoso” con su economía está claro: de día produces, de noche y en tu tiempo libre limpias, y, antes de meterte en la cama, te arreas un diazepam para que la angustia y la presión no te impidan dormir, que el buen hámster ha de estar listo para seguir dándole a la ruedecita al día siguiente. Desolador, cuanto menos. La existencia debe poder ser algo más, tiene que serlo.
A todo esto, con un sentido del timing que me sulibeya, mientras nos preguntábamos cuánto nos iba a costar secarnos el pelo antes de ir a dormir para no pillar una pulmonía(¿ves, mamá, cómo te escucho y te hago caso?), Alberto Garzón, que dice que es ministro de Consumo, alertaba sobre la necesidad de regular las bebidas energéticas debido a sus efectos negativos: ansiedad, depresión, problemas para dormir... Anda, qué casualidad, efectos muy parecidos a los de vivir continuamente en el alambre de la inestabilidad económica. Pero tranquilos, que luego aclaró que en Unidas Podemos también están “preocupados por los precios de los suministros básicos para las familias trabajadoras” y que siguen “empujando” para solucionar el asunto. Qué lástima que el pobrecito no forme parte del Gobierno, quizás así podría empujar mejor.
¡Ah! Aprovecho para mandarle un saludo a Carmen Calvo por su intento de marcarse un purple washing con eso de "El temazo no es a qué hora se plancha, sino quién pone la lavadora y plancha". Como si la pobreza energética no tuviera cara y manos de mujer. ¡No ha podido ser, pero se lleva el juego del programa y este gran aplauso del público!
En fin, que seguiremos lavando los platos cuando tengamos un hueco y echando una pizza al horno al llegar reventadas a casa un miércoles. Más precarias, más empobrecidas y más hastiadas. Y en caso de que nos invada el estrés, tenemos la siempre relajante opción de planchar de madrugada mientras vemos capítulos al azar de alguna de las múltiples plataformas audiovisuales disponibles en el mercado. ¡Ah, la libertad del consumidor, qué cosa más hermosa!