(Al final hablaré de Spexit)
VALÈNCIA. Soy saguntino y desde que tengo uso de razón he estado oyendo las demandas separatistas del Puerto de Sagunto. Como muchos sabrán, el Puerto de Sagunto nació a principios del siglo XX alrededor de una fábrica siderúrgica y en muy pocos años se convirtió en un núcleo urbano mayor en población y recursos al casco histórico de Sagunto, del que lo separan varios kilómetros. Las razones para la segregación, que incluso han contado con partidos políticos municipales independentistas, son varias.
Yo no las creo suficientes, pero tengo la mala costumbre de ser bastante objetivo y nadie puede negar que son razonables: Sagunto es un pueblo de 2.000 años, rodeado de montañas, agrícola, cultural y lingüísticamente valenciano y con tradiciones clasistas ligadas a la religión católica. El Puerto de Sagunto tiene poco más de cien años, es industrial, formado por inmigrantes de habla castellana y caracterizado por el movimiento obrero y el mar. Poco parecen tener en común, pero no debemos olvidar que el Puerto nació como parte de Sagunto y que todas las razones en el mundo capitalista al final se reducen a una principal: el dinero. El Puerto es en estos momentos el núcleo rico y prefiere no repartir. No es la única razón pero es donde acaban todas.
Desde lo emocional me daba rabia que se quisieran separar porque yo siempre me he sentido vinculado a los dos núcleos, pero los entendía y hasta en algunas discusiones defendía tibiamente las reivindicaciones separatistas del Puerto de Sagunto. Hasta que llegó el procès de Catalunya. Entonces me di cuenta de que estaba equivocado. Equivocado en todo: no había razones válidas para defender nada, había por cojones y poco más.
(Paciencia, el Spexit está cada vez más cerca...)
Comencé a observar que muchísimos de los que defendían la segregación porteña, hasta el insulto si era necesario, eran abiertamente anticatalanistas. Mi parte asperger se cortocircuitó y empecé a hacer un juego: les preguntaba las razones por las que Puerto de Sagunto debía ser independiente. Las respuestas eran casi siempre las mismas: porque ganamos más dinero y se lo lleva Sagunto; porque tenemos una cultura y una historia diferente, ¡incluso el idioma ha sido siempre diferente!; porque no nos sentimos saguntinos, sino porteños, etc. Creo que saben por dónde voy…
Lo divertido venía cuando acto seguido les decía que según todos sus razonamientos, Cataluña debía ser independiente y les recordaba lo que acababan de explicarme. En ese momento me miraban raro y me daban el argumento de los que no tienen argumentos:
-No es lo mismo…
Y ahí acababa el debate.
No es lo mismo. Claro. Los argumentos solo valen si juegan a mi favor. Así es como funcionan las discusiones en este país. Los saguntinos son unos cabrones porque no permiten que El Puerto se independice y los catalanes son unos cabrones porque quieren independizarse de España.
Y lo peor: no ven la contradicción. Te miran orgullosos de tener las ideas tan claras y de defenderlas con convicción frente a la gente como yo, que siempre duda. Débiles de carácter.
Ahora llega Vox con el Spexit ese. El gran defensor de la Unidad Española no ve la contradicción. Les parece supernormal defender que Cataluña debe ser España por cojones pero España no debe ser Europa si no le apetece. Se rompen los pactos, se cambian las reglas, se discute con quien sea y adelante, nos marchamos.
¿Saben? Mi sensación es que en esto del nacionalismo, del lado que sea, no hay argumentos sino bilis. Es absurdo mantener discusiones de adultos con gente que defiende con agresividad lo que sea que le interese. Y mañana lo contrario. No tienen razones sino una miopía tremenda que no les deja ver más allá de su ombligo.
Y de ahí no los vamos a sacar. Así que no sé ni para qué hago este artículo con argumentos de analogía, de ejemplificación, de experiencia personal, ironía y todas esas cosas que aluden a lo racional. ¡Desde cuándo fueron estas cosas un asunto racional! ¡Son un asunto de cojones!
Uy, perdón.
Que pesen unas felices fiestas.