VALÈNCIA. El pasado 15 de junio se produjo un incidente relevante en la inhóspita y helada zona del valle de Galwan en el Himalaya. Se trata de uno de los puntos disputados en los más de 3.500 kilómetros de frontera compartida entre China y la India. Los soldados de ambos países se posicionan permanentemente desde hace más de cincuenta años en su lado respectivo de la frontera. Sin embargo, periódicamente, los soldados (de uno y otro país ya que los reproches cruzados son constantes) atraviesan la supuesta línea divisoria entre ambos países y saltan las chispas.
En esta ocasión, sorprende la violencia primitiva del choque, se ha saldado con al menos la muerte de 20 soldados indios a garrotazos o por el impacto de las piedras lanzadas por sus oponentes chinos o al haber sido arrojados desde la altura al tratarse de un terreno especialmente escarpado. China, como es habitual, no ha facilitado ningún dato sobre sus posibles bajas mortales limitándose a declarar que se produjeron 70 heridos de mayor o menor gravedad. La India ha culpado a China de haber provocado la situación y China ha hecho lo propio con la India. Aunque es cierto que desde 1975 no se habían producido situaciones de esta importancia en la zona.
Afortunadamente, el no uso de armas de fuego resulta de la aplicación en virtud de un acuerdo del año 1996 adoptado entre ambos países con el propósito de evitar que en algún momento la escalada pudiera desembocar en un conflicto armado de mayor intensidad. Aunque también es cierto que las propias condiciones del Himalaya restringen de forma considerable la acción militar de combate. Y esto es así básicamente por la escasez de aire en esas alturas lo que impacta negativamente en los movimientos de tropas que requieren al menos dos semanas para adaptarse a la altura así como las dificultades propias de aprovisionamiento y de logística en la zona. Sin embargo, la virulencia de los acontecimientos hace temer una posible escalada en relación con un conflicto en la zona que lleva demasiados años sin resolverse y que ilustra las fricciones futuras entre las dos grandes potencias de Asia.
Conviene, para alcanzar un entendimiento cabal, hacer un breve repaso tanto de los orígenes del conflicto así como de su evolución y de sus posibles implicaciones en la complicada situación geoestratégica de la región. Como muchos de las disputas territoriales que tienen lugar en el mundo contemporáneo, ésta también tiene su origen en el pasado colonial de los países afectados. En efecto, desde la proclamación de la República Popular China, en 1949, China se ha negado a reconocer en la zona las fronteras impuestas por los colonizadores ingleses. Es cierto que el inicio de las relaciones diplomáticas entre la India independiente y la China de Mao no pudo ser más prometedor.
Ambos gobiernos recién estrenados, quizás de forma ingenua, manifestaron su confianza mutua para que la armonía y una política de hermandad presidieran sus relaciones al estar en circunstancias similares. Si bien la relación se deterioró muy pronto como consecuencia de la anexión china del Tibet que evidencia la importancia geoestratégica de la zona. Recordemos que justamente que en este escenario se produjo en el siglo XIX el llamado 'gran juego', al que ya he hecho referencia en esta columna en pasado, en el que las potencias europeas (británicos y rusos) entendieron que su control de la región era la llave para el poder en Asia.
Basta recordar el memorable relato de Rudyar Kipling en 'El hombre que pudo reinar (1888)' en el que dos suboficiales ingleses en la India acaban convertidos en reyes de una región de Afganistán. En este sentido, es cierto que el tema de las fronteras supuestamente delimitadas por los ex-colonizadores británicos nunca fue resuelto satisfactorio.
Tengo la intuición que dada lo remoto e inaccesible de la zona es más que posible que ni los británicos lo tuvieran muy claro. Esta delimitación ambigua y hasta cierto punto chapucera de las fronteras se reproduce igualmente en la demarcación exacta de los llamados reinos del Himalaya como Nepal, Bután y el Tibet. En el año 1962 estalló una guerra entre China y la India que fue breve pero intensa en la que la victoria de China fue aplastante.
Sin embargo, como anécdota ilustrativa de esta situación de ambigüedad, como hace eco The Economic Times, los comandantes de la Séptima Brigada y de la Cuarta División del Ejército Indio reclamaron encarecidamente a Nueva Delhi que les facilitará unos planos de la zona para tener claro de esta forma el territorio que tenían que defender frente al supuesto invasor chino. Esos planos nunca llegaron. Así, ninguno de los dos países ha aceptado la frontera actual pero se refieren a la misma con el curioso e igualmente incierto término de Línea de Control Efectivo (prefiero esta traducción al de Línea de Control Actual que viene de una incorrecta traducción del inglés de la denominación de Line of Actual Control).
De hecho, nuevamente, ninguno de los ejércitos chino o indio parecen tener mapas fiables de la misma. Solo tienen 'percepciones' más o menos certeras. Esto se debe a las circunstancias propias de la orografía de la zona. En efecto, la combinación de cauces de ríos que cambian y montañas cubiertas por la nieve casi de forma permanente hace muy difícil que los límites nos varíen casi de forma constante.
Sin embargo, detrás de esta confrontación territorial hay mucho más que una pelea por unas rocas. Hay muchos y variados elementos a tener en cuenta. En la actualidad China está disputando la hegemonía global a los Estados Unidos. Además la economía china es más de seis veces superior a la India y destina cuatro veces más fondos que la India en gastos militares. Por ello el liderazgo de Xi Jinping en política exterior es mucho más asertivo que sus predecesores que querían mantener un perfil bajo en la arena internacional. Combina eficazmente la amenaza con la astuta benevolencia. En el caso del conflicto fronterizo con la India ha hecho más contundente su respuesta pero de forma simultánea es el segundo socio de la India y con un superávit, como China nos tiene acostumbrados, considerable.
Por otro lado, la política India en la actualidad también refleja el nervio de su poco acomplejado líder Narendra Modi. Desde una posición abiertamente más nacionalista, va a ser más reacio a cualquier tipo de 'humillación' por parte de China. En este sentido, Modi está inquieto por sentirse 'rodeado' por intereses chinos. Desconfía de la ruta de la seda de China y las relaciones de dependencia que pueda crear en los países beneficiarios de la misma. En relación con esto, Modi no ha visto con buenos ojos el acercamiento chino a su rival tradicional en la zona, Pakistán.
En ese sentido China ha contribuido con cerca de 60.000 millones de dólares en inversiones en infraestructura en Pakistán en el marco del denominado corredor económico entre Pakistán y China que forma parte de la mencionada ruta de la seda. Se trata de una carretera esencial para el transporte de productos chinos a Pakistán pero, lo que es más relevante, para permitir alcanzar el puerto pakistaní de Gwadar que es el enclave que le abre a China una nueva vía marítima a través del Mar Arábigo. Esta situación ha contribuido a que la India se escore hacia una colaboración más estrecha con Estados Unidos, Australia o Japón que son rivales declarados de China en la región.
Al final nos encontramos con dos potencias nucleares que rivalizan por el poder en la zona. Y que, por lo tanto, no se fían el uno de lo otro como sucede en cualquier situación de competencia descarnada. Esta dinámica ha llegado a que muchos expertos comentaristas de política internacional manifiesten que, si bien desconocen si algún día habrá una III Guerra Mundial, de darse ésta, Asia tiene todos los boletos para convertirse en su epicentro y podría tener como protagonistas a las dos potencias emergentes de la región, China e India.
Siendo esta una amenaza que no se puede descartar, es cierto que los líderes de ambos países, de momento, cuando el conflicto pareciera que se va a desbordar, han intervenido más que activamente para desactivarlo. Es de desear que encuentren los cauces institucionales más adecuados para dirimir sus diferencias y de esta forma evitar un conflicto armado de consecuencias muy negativas para el planeta.