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La organización intensifica su labor a causa de la ola de frío  

La mano de Cruz Roja a las personas sin hogar

1/02/2023 - 

VALÈNCIA. En la noche, cuando el frío arrecia, la ciudad se divide en dos: quienes duermen bajo el calor del hogar y quienes lo hacen a la intemperie. Los primeros lo harán en mayor o menor medida dependiendo de si pueden o no pagar la factura de la luz, pero pese a todo dormirán al refugio del hogar. Los segundos buscarán un recoveco para dormir al abrigo de túneles, cajeros automáticos, casas en ruinas, tiendas de campaña… y buscarán cartones y telas para aislarse del frío. Son personas sin hogar que llegaron a esta situación por diferentes motivos pero a las que todas les une esa desazón vital que les lleva a un círculo, muchas veces, sin salida. 

Una manera de vivir que estos días se encrudece por las bajas temperaturas que hay en la Comunitat Valenciana y que lleva a voluntarios del Programa de Atención a Personas Sin Hogar de Cruz Roja a intensificar las salidas nocturnas para ofrecerles un vaso de leche caliente y comprobar que están bien. Lo hacen siguiendo un itinerario que conocen ya de sobra y les permite atender a las personas sin hogar de manera individualizada ahí donde pernoctan.  En Algemesí Luis Miguel Valero, Sandra García, Jorge Sanchis e Inma Raga se preparan para salir. A esa misma hora lo harán otros tantos equipos de la Comunitat Valenciana y de España que, como ellos, seguirán los mismos pasos: preparar bolsas con comida —galletas, caldos, conservas…—, higiene masculina y femenina y mantas. “Dependiendo de las condiciones en las que viven les damos unos productos u otros porque, por ejemplo, no todos tienen para calentar un caldo”, cometa Luís Miguel. También calentarán leche para ofrecérsela pues “el café o el Nesquik calentito en invierno es ideal para iniciar una conversación”. 

Es así como asisten a las personas sin hogar, pero también a través de llamadas a sus móviles. “Les preguntamos cómo están, qué necesitan”, dice Juan. Al fin y al cabo, que vean que alguien se preocupa por ellos lo agradecen mucho: “Estas personas sufren mucho y están solas, nosotros les tendemos la mano”. 

Una café para entablar conversación

Son las 21:00 horas y el equipo está preparado para salir. Saben que serán bien recibidos pues ya llevan años cuidando de estas personas y “saben que el chaleco rojo está para ayudarles”. Según explican, esa es la hora del reparto, aunque el día suele variar: “generalmente los visitamos cada dos semanas pero con este frío lo hacemos más a menudo”. Conocen sus nombres y su historial y hablan de ellos con cariño, conocedores de que la situación del sinhogarismo es la expresión más grave de la exclusión de vivienda en la que puede encontrarse una persona. Una situación que, según explican, puede responder a numerosos y diversos factores: la pérdida de trabajo, rupturas familiares, problemas mentales, drogas, alcoholismo… No hay un perfil único porque “cualquier persona podría verse abocada a vivir en la calle”.

Conocedores de esa realidad, Cruz Roja también está continuamente alerta para detectar nuevos casos y, en caso de que sea necesario, se disponen de protocolos diferenciados en función del tipo de vulnerabilidad y los riesgos a los que se enfrenta. Asimismo, están en contacto con la policía y con los centros de salud para ayudar a esas personas que se han quedado en la calle. 

¿Lo más gratificante de esa labor de voluntariado? La historia de quienes han logrado romper ese círculo. Luis Miguel y Sandra recuerdan una: “Un señor mayor que estaba enfermo y le ingresaron en el hospital, lo que propició que finalmente consiguiéramos que entrara en una residencia social”. Y es que, como recalcan, cuando alguien se encuentra en la calle no siempre es fácil dar un giro a su situación. Es el caso, por ejemplo, de Bildu, a quien en pocos horas visitarán: “le ayudamos en todo el proceso y finalmente, cuando solo faltaba un documento, se echó para atrás”. 

El equipo de Cruz Roja arranca el coche y se acerca hasta donde se encuentra Yamal, en un descampado que está a una hondonada donde los matorrales crecen a sus anchas. La humedad se hace más patente. Al escuchar su nombre sale de su escondite. Se nota que reconoce las voces. “¿Todo esto es para mi? Es muy grande y hay mucho, muchas gracias”, comenta Yamal cuando Inma le acerca la bolsa. Yamal ronda la cincuentena y viste una parca larga y unos pantalones tres tallas mayor a la que usa. Habla pausado y muestra su preocupación por otros que, como él, duermen en la calle: “Yo estoy bien, he puesto unas telas sobre la tienda de campaña y tengo dos mantas pero hay gente que no tiene eso o solo tiene una manta y muere de frío”.  Su preocupación por los demás es admirable, al igual que su rechazo en un primer momento de la leche caliente: “No te preocupes, estoy bien y puede ayudar a otros”. Sin embargo, el equipo insiste para que se lleve algo caliente al estómago y lo logra. “Es importante que al menos se lleven algo caliente al cuerpo”, comentan. 

Tranquilos de saber que está bien, siguen la ruta. En Sollana les esperan Bildu y Josep, que duermen en tiendas de campaña sobre la acera. Sus historias son muy diferentes entre sí, pero han llegado a la misma situación: estar solos y sin hogar. Ahora se hacen compañía por las noches. “Desde hace unos meses Josep —en realidad se llama Ramón— se ha ido a vivir a su lado”, aclaran los voluntarios. “Ambos son bastante queridos en el vecindario y los vecinos les ayudan con alguna limosna”, resaltan.  

Según explican, Bildu es rumano y llegó a Sollana hace unos diez años y, desde entonces, Cruz Roja se preocupa por su estado de salud pues ha tenido problemas de vista e incluso ha sufrido de gota. “Él dice que no se quiere ir a ningún sitio, que su tienda de campaña y su colchón son su hotel”, comentan y dejan entrever que tiene algún problema mental. En cuanto a Josep, él es de Sollana y hasta hace poco vivía con la madre, pero se ha marchado de casa. Al hablar se nota que ha tenido una buena vida, aunque aquello ha quedado atrás. Desde hace unos meses vive en la calle, entre escombros, sin luz y sin agua. También sin su mujer y sus hijos: “mis hijos se han ido a vivir con la suegra pero yo dentro de unos meses me iré a Brasil”. 

Al contrario de Bildu, Josep acepta la leche y las galletas y las toma con mucho gusto y saboreándolas. Su cara es pura felicidad y gozo. Bildu no ha salido de su tienda, pero Inma ha logrado hablar con él y convencerle de que tomara algo. “Estas personas necesitan de todo, no solo llevarse algo a la boca, sino también que les escuchen”, comenta. Es, además, una manera de entablar confianza y brindarles información sobre los recursos sociales y las maneras de salir de la calle. 

Ellos son la cara de una realidad que viven cientos de personas en la Comunitat Valenciana y que ven en esas personas enfundadas en un chaleco rojo su salvavidas, aunque sea en ese instante que dura el café. Saben que los tienen ahí, aunque son incapaces de romper ese círculo en el que se metieron. O al menos, por el momento. 

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