VALENCIA. Hace tan solo unos días, y casi por sorpresa, Bankia presentaba un proyecto que sigue avanzando en su idea por la inversión social a partir de la música en la Comunitat Valenciana. Si por su parte continúa con su proyecto de la Orquesta Filarmónica propia -con el valenciano José Sanchís al frente-, ahora se embarca en un proceso para restaurar una de las últimas alquerías valencianas en la capital de la región para convertirla en sede de la Federación de Sociedades Musicales de la Comunitat (FSMCV).
La Alqueria Julià será, de hecho, la Casa de la Música y supondrá una inversión de dos millones de euros en esta propiedad de la entidad bancaria, que cuenta con un patrimonio ampliamente desconocido en pavimentos y ornamentaciones. A su finalización, contará con un auditorio con gran capacidad, biblioteca, videoteca, fonoteca, sala de partituras, diferentes zonas para uso cultural y otro espacio expositivo. Por ese motivo, pensando ya en la dinamización y comunicación del proyecto, Bankia ha confiado la marca del mismo al diseñador valenciano Kike Correcher.
El que, entre muchas otras soluciones gráficas y de marca (al frente del estudio Filmac), fuera responsable de la actual imagen del Mercat Central, comenta a Valencia Plaza que en su investigación ha sido difícil de concretar toda la identidad del propio edificio. Para Correcher "es difícil definir su estilo, porque se mezcla la tipología propia de las alquerías de la época con varias corrientes decorativas: se habla de manierismo, barroco, tardoherreriano… ". No obstante, para el diseñador, lo más relevante era el estado crítico de conservación del edificio en el momento en que se inició el proyecto.
Correcher destaca que en su interior "contiene cerámica muy característica de Valencia y un techo esgrafiado, una técnica que se encuentra en algunas iglesias de la época pero no en viviendas particulares". En todo el proceso de elaboración de la marca, el equipo ha vivido un proceso "apasionante porque el tal "Juliá" que estableció la alquería venía de Francia", resulta que hibridó todo su bagaje con "otra familia valenciana también apellidada Juliá y que tuvo gran influencia en la ciudad".
De esta casuística familiar nace parte de la "complejidad estilística", según Correcher: "no nos pareció adecuado inspirarnos en el aspecto más formal de su arquitectura, sino ir más bien al significado histórico del lugar y su proyección de futuro. A este sitio también se le llamaba "Huerta de Juliá", y era en parte un jardín y en parte una explotación agraria, que en realidad se ha perdido y que abarcaba mucho más de lo que hoy ocupa el jardín, en paralelo al río Turia".
En ese proceso de investigación, Correcher ha encontrado un "supuesto plano" que comparte con este diario:
Por una sensibilidad personal que el diseñador admite ("uno de los grandes patrimonios culturales de nuestra ciudad, y que no defendemos como se merece, es la huerta"), la idea central de la marca ha pasado por poner "al servicio de un proyecto de futuro que puede ayudar a visibilizar el movimiento asociativo musical valenciano, hacer un guiño al origen agrario del lugar".
No obstante, la música también está presente en ese desarrollo: "el símbolo es muy simple y relaciona dos geometrías con significado práctico: la de los surcos paralelos de la huerta, base del sistema de regadío, y la del pentagrama que permite escribir música". De esta forma se sintetiza "una metáfora muy clara: el pentagrama como la tierra en la que se siembran notas para que florezca la música". Es, en esencia, "la música de la tierra" y alude al aspecto autóctono del fenómeno de las bandas de música valencianas que al fin y al cabo tendrán allí 'su casa'.
Correcher añade al mostrar en este diario su trabajo para la Casa de la Música que "la tipografía utilizada es la Futura de Paul Renner, y en parte es un guiño a la memoria del barrio, ya que la mayoría de sus vecinos identifica la Alquería con el colegio Santa Bárbara, que es el uso que ha tenido durante los últimos años".