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La Nave, en San Vicente 200: tres décadas después, el gran experimento colectivo del diseño español

Regreso a San Vicente 200 para escudriñar los motivos de una metodología tan propia que, pasadas casi cuatro décadas, sigue siendo un fenómeno aspiracional

4/01/2020 - 

VALÈNCIA. Cada vez que aparece La Nave en mitad de una conversación surge como muestra paradigma de una experimentación multibanda; una especie de repentino prodigio que evidentemente se explica por sus causas y su contexto. También suscita, a modo de subtexto, una viscosa melancolía y la frustración de un caso que es posible que no tenga parangón, que por tanto no pueda imitarse y que, como algunos de los acontecimientos culturales de los ochenta, se toman desde la perspectiva infranqueable: no ya como una inspiración que permite usar su actitud para aplicar con nuevas formas, sino como un patrón para el calco.

Aquel puñado de diseñadores y no solo diseñadores que, tras un viaje a Milán, y por la fusión de Cap i Mans i Enebecé, más algunas incorporaciones, decidieron canalizar la explosión de diseño ochentero, esa suerte de expansión autonómica, aliándose bajo un mismo techo de 400m2 en la calle San Vicente 200 de València. Eduardo Albors, Paco Bascuñán, José Juan Belda, Carlos Bento, Lorenzo Company, Sandra Figuerola, Marisa Gallén, Luis González, Luis Lavernia, Nacho Lavernia y Daniel Nebot. Aunque en lugar de unirse, como podría imaginarse, se desintegraron, formando una comunidad de bienes donde los equipos previamente establecidos se atomizaban, convirtiendo a cada individuo en una pieza con la que poder configurar puzzles de trabajo a convenir.

Lo que allí sucedió, además de una profusión de buenos proyectos que sentaron las bases del buen diseño, fue la exploración de una metodología comunal que, por nueva, resultó irrepetible. Hizo posible las identidades corporativas de la Generalitat Valenciana, EMT Valencia (con Pepe Gimeno), Instituto Nacional de Estadística (con Gimeno), Sociedad General de Autores SGAE, Jardín Botánico, IMPIVA, CVT Consorci Valencià de Transport, Parc Tecnològic, Institutos tecnológicos, IVV Institut Valencià de la Vivenda, FGV Ferrocarrils de la Generalitat Valenciana, Centro de Artesanía, ITVA Instituto Turístico Valenciano junto a Pepe Gimeno. Definió a empresas privadas como ABC Electrónica, Alessi, TRQ, TEMEL, Gandía Blasco, TOI, ACTV, Aumar, Industrias Saludes, Lamsar, Ronda Brasil, Tráfico de Modas, Gres de Valls, Mugarsi o los japoneses Tombow, Goldwin y Maruchu.

La Nave, llamada así por el cuerpo del edificio de aluvión que les acogió, adquiere con el paso de los años un renovado carácter de fenómeno aspiracional. Los mecanismos que la hicieron posible, sobre todo las coordenadas que fecundaron sus trabajos, generan muchas enseñanzas para articular nuevas maneras de trabajo.


Al habla con uno de sus integrantes, el Premio Nacional de Diseño Daniel Nebot, habitualmente una torrentera de argumentos. “Muchos dicen que fuimos el primer coworking, pero qué coworking. Un coworking es para poder ahorrarte costes, nosotros buscábamos lo contrario. Lo dábamos todo porque así es como obtienes el máximo. Nosotros no hablábamos de clientes, sino de personas concretas porque hacíamos lo que queríamos hacer. La clave fue darle la vuelta a la tortilla”. Por ello cree que el verdadero gran proyecto de La Nave fue La Nave misma.

Así se hizo La Nave...

El contexto previo nos lo razonaron el propio Nebot y Nacho Lavernia en esta conversación del 2013. Un protoestado del diseño. "Había diseñadores pero no había conciencia de ello. Tú decías que eras diseñador y te decían, ¿qué? Luego se lo explicabas y contestaban: ah, sí, dibujante", recordaba Daniel Nebot. En los setenta se reunían “en lugares como la tienda de Luis Adelantado. Apagaban las luces, estábamos al fondo, con una lucecita tenue, salíamos de dos en dos. Era todo un poco cutre", según Nacho Lavernia, Premio Nacional de Diseño en 2012. "Teníamos una lechera de la policía en la puerta. No te podías reunir excepto que fueras fallero".

“Fue a la vuelta de un viaje a la feria de Milán cuando se nos ocurrió la idea de unirnos. El incipiente estado de las autonomías prometía ser un generador de nuevos proyectos y pensamos entonces que contar con un equipo grande y capaz podría ser conveniente, e incluso necesario para abordar proyectos de cierta complejidad, de modo que a la vuelta de Milán empezamos a poner manos a la obra”, contó Lavernia.

… y así se hacía en La Nave

Comienza la fiesta. Nebot, sugiere: “Ensayamos una forma diferente de ejercer la profesión. No había una estructura rígida y nuestro mantra principal, en cada trabajo, era darle la vuelta a la tortilla. Una coincidencia de gente excepcional -retoma. Y quizá la clave estaba en que pusimos las cuestiones económicas a parte. No se pasaban cuentas. El objetivo era otro".

Marisa Gallén matiza que “más que de método hablaría de espíritu del tiempo: vivíamos en un contexto de libertad desinhibida y nuestra generación tuvo el compromiso de modernizar el país, tarea que emprendimos con entusiasmo.

Por otra parte, que un grupo de diseñadores inquietos y talentosos compartan un espacio genera sinergias positivas porque propicia el debate intelectual, la crítica y el apoyo mutuo”.

Otro de sus integrantes, Carlos Bento, rememora la charla que Nacho Lavernia ofreció en 2015, dirigida por Román de la Calle, para engarzar los principales aportes de La Nave: “1/ La energía y el afán innovador surgido tras alcanzar la democracia y el autogobierno. 2/ El espacio de trabajo que impresionaba por sus dimensiones y su singularidad. 3/ La propia organización y la inusual metodología del trabajo. 4/ Una actitud de puertas abiertas a cualquiera que viniera por La Nave. Y vino mucha gente. Capella y Larrea lo expresan claramente: “Daban además la irritante sensación de divertirse trabajando. Y nos dieron envidia”. 5/ Poder trabajar sin jefe ni horarios, pero con un control de todos sobre todos. De modo que la crítica sobre los trabajos era constante, rápida y a veces incluso cruel. 6/ Nos estimulaba el más difícil todavía y siempre buscábamos dar la vuelta a los proyectos, expresión que se hizo cotidiana entre nosotros y que nos dejó muchas noches y fines de semana trabajando. 7/ Identidad propia: Una altísima cultura de grupo, o de empresa, como se dice ahora. Todos sabíamos qué cosas eran propias de La Nave y cuáles no. 8/ Esa mezcla de anarquía y rigor, de diversión y trabajo, de individualidad y equipo, convertía a La Nave en el sueño de todo creativo. 9/ Talento. En La Nave había mucho talento, es la verdad. Y eso, desde luego, fue una clave fundamental de su éxito”.

Daniel Nebot, prolonga: “Sin ninguna duda, el proyecto más destacable de La Nave es la propia Nave, un espacio singular donde crecer sumando las sinergias de los demás, una forma de entender el oficio como una cuestión vivencial, trabajando con pasión y sinceridad, a veces individualmente y otras en grupos formados de forma espontánea según las necesidades del propio proyecto, con el objetivo de optimizar los resultados del mismo, entendiendo cada uno de ellos como una oportunidad de expresar opinión, sin rehuir el compromiso del encargo, pero sin renunciar a aportar el testimonio de la cultura y del momento histórico.  

En La Nave no existían proyectos “marrones”, se daba la vuelta a la tortilla hasta descubrir en el encargo aquellos  perfiles a priori ocultos, que nos permitirán proponer soluciones bellas y funcionales en las que vernos proyectados y realizados en nuestros objetivos y, en la mayoría de las ocasiones, además hacían felices a nuestros clientes. La Nave tenía cosas que decir y clientes que querían y sabían escuchar… maravillosos tiempos.

Luego vendrían los muebles y los grandes montajes de José Juan, las lámparas de Eduardo, el ACTV de Quique, las clases de taller de Dani, las listas de Nacho, los stands de Abstracta de Luis, los hombres-marca de Luisito, los hinchables de sandra y Marisa, las paradas del tranvía de Paco, la señalización turística de la A7, las cabinas de peaje para Dragados, los edificios de Carlos, la marca de la Generalitat Valenciana, la del Impiva, la del Instituto Nacional de Estadística, la del Censo electoral, la del Jardín Botánico, la de Moratal, la de AUMAR, la de CTV… marcas y marcas de Paco, de Quique, de Dani, de Sandra y Marisa de Luisito y de todos. Programas de señalización y mobiliario urbano para Saludes, accesorios de Automóviles, juguetes Feber, aparatos de electromedicina, estufas para Punto Rojo, carrocerías de autobús para la EMT,  bolígrafos para la Tombow Pencil, bañadores para Goldwin, zapatillas para Maruchu, fuentes para la Expo de Sevilla…”.

Sandra Figuerola retoma su paso analizándolo así: “Funcionábamos de forma libre y apasionada. No existían jerarquías preestablecidas y lo que nos unía era una filosofía de vida común y una manera de entender el diseño muy parecida. Las colaboraciones entre nosotros se creaban por sintonía y afinidades personales. Había mucha comunicación entre nosotros. Mucha energía creativa, mucha pasión en todas nuestras propuestas y ganas de dar el do de pecho en cualquier de los proyectos en los que se participaba. No recuerdo competitividad entre nosotros o afán de protagonismo. Cada uno aportaba lo mejor de sí mismo para contribuir a consolidar el proyecto donde estábamos embarcados. Sin duda para mi fue un aprendizaje intenso y apasionado, estimulante, muy divertido”.

¡Y qué hicieron!

Ese visión común, previa a la afinidad profesionalidad, remarca una extraña generosidad gremial en pos de un proyecto: el desarrollo evolutivo de su entorno. Es difícil comprender su decisión como grupo sin contar con el eje territorial y la pretensión por formar parte de un cambio. O sin tomar en cuenta la conciencia de escalas y ese instante milanés en el que acaban por comprender que siendo pocos no lo podrán lograr. “Si metes pocos euros de gasolina no viajarás muy lejos, pero si metes muchos…”, significa ahora Daniel Nebot.

Algunas de estas voces seleccionan las aportaciones más diferencias.

Colección de hinchables Pop. Marisa Gallén: “A mediados de los 80 La empresa de hinchables Toi se encontraba con la dura competencia de las fábricas ubicadas en Taiwan y apostó por contratar diseño. El reto era innovar en la tipología de producto y hacerlo con el menor coste económico, conseguimos sacar adelante una colección resuelta con un solo golpe de soldadura y convertirla en un bestseller”.

EMT. Daniel Nebot. “La EMT nos llamó a Nacho (Lavernia) y a mí para recarrozar los autobuses. Nos dijeron que el problema fundamental es que cada vez que el autobús se daba un rascón con un coche no podía salir durante una jornada a la calle porque el chapista tenía que estar arreglándolo. Entonces se nos ocurrió que en la parte de abajo, donde se dan la mayoría de golpes, íbamos a hacer unos paneles de fibra de vidrio que se podían cambiar al acto. Con el tiempo, los que vinieron después ya no llamaron a ningún diseñador, pero como vieron que la parte de abajo era gris dijeron: ¡esto es identidad corporativa! Pasó de ser una solución, a una identidad corporativa”.

La señalización turística de la Autopista A-7. Carlos Bento: “Por su innovador enfoque de una señalización de carretera, por primera vez en gran tamaño y con vivos colores. Por su imagen vanguardista que después de 30 años sigue resultando impactante y moderna. Una obra maestra del diseño resuelta brillantemente por los tres diseñadores más prestigiosos y reconocidos del grupo: Paco Bascuñán, Nacho Lavernia y Dani Nebot, que recibieron el Premio LAUS 1986 de la ADG-FAD”.

Bandeja de horno, para Alessi. Sandra Figuerola: “Fue muy especial el proyecto que desarrollamos. Alessi es una empresa italiana, importante, emblemática y muy comprometida con el diseño. Fuimos seleccionadas para participar en un concurso internacional, dirigido a mujeres, y nuestra pieza, una bandeja para el horno, fue una de las seleccionadas. Nos resultó estimulante desarrollar el proyecto ya que trabajamos no solo con la forma sino también con el concepto, relacionado con la cultura y los rituales de la comida. Cuidamos mucho la presentación del proyecto, incluimos textos e ilustraciones… y finalmente al ser seleccionadas y recibir la llamada del propio Alberto Alessi, fue una de las mayores alegrías de mi vida profesional, iniciada en ese momento”. Gallén, recuerda: “ El tipo de proyecto buscado debía hacer referencia a la ofrenda de comida y a los rituales que la rodean. La inspiración debía nacer de la memoria y, escarbando en ella, nos topamos con la figura del diablo, un símbolo que muy bien podía funcionar como uno de nuestros iconos culturales. Lo vimos como un guiño cómplice e irónico de la gula a la vez que recuerda la frase de Teresa de Jesús: el diablo también anda entre los pucheros”.

Exposición de los Premios IMPIVA de diseño y moda de 1985. Carlos Bento: “El primer trabajo que se abordó de forma colectiva implicándose directamente, tanto en los distintos proyectos que se desarrollaron como en su puntual ejecución, todos los miembros del colectivo. Por edificarse en la Plaza del Ayuntamiento de València, el mejor solar de los que he dispuesto, en mis 40 años de arquitecto. Porque demostró nuestra profesionalidad, capacidad creativa, audacia y eficacia, para diseñar y ejecutar en un brevísmo plazo de tiempo (16 días) un encargo muy complejo con un resultado espectacular y novedoso”. 

Diseño de identidad, colecciones de alfombras y packaging para Gandía Blasco. Marisa Gallén: “La acertada introducción estratégica del diseño en todas las actividades de la empresa le valió a Gandía Blasco el premio IMPIVA a la Innovación 1991. En poco tiempo consiguió algo tan difícil como es tener una buena reputación internacional, con showrooms en Milán o en Nueva York”.

Marca ACTV. Fue la gran obra de Quique Company, aliado de Paco Bascuñán. Convirtió la imagen de una discoteca con aspiraciones identitarias en un boom visual que sirvió para fondo de pantalla mental de toda una generación, desenvolviendo infinidad de soportes que hicieron de ACTV un cosmos más allá del marco nocturno.
En la conferencia de 2005 de Nacho Lavernia explicando la metodología de La Nave, terminaba así, parafraseando a Juli Capella y Quim Larrea: “Si alguien quiere aprender algo del mejor diseño nacional, de la banda más sugestiva y polivalente del momento que se pase por la dársena San Vicente, muelle 200, del puerto de Valencia, donde está anclada La Nave. Nos han dicho que al fondo, en el camarote de popa, siempre hay cervezas frías y algún desconsolado navegante peleándose con los planos.”

Aunque no siguen allí -en 1991 se desmanteló-, la actitud avanzada de La Nave se mantiene, pululando gaseosa entre las calles de la ciutat.

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