VALÈNCIA. No es youtuber pero ahí veo yo sus discursos.
No compra tortilla de madrugada pero lo llaman ‘El guapo’.
No es Mercerdes Milá pero quiere que salgas de la casa.
Sí, hablo de Pedro Sánchez. Pdr. Este martes comparecía de nuevo para decirnos que hemos sido nominados y que nos preparemos para abandonar la casa. Más o menos. La mal llamada desescalada, que es en realidad desconfinamiento, está a puntito de empezar y se hará por fases. Hasta aquí todo claro. El follón viene en el cómo. Según tengo entendido, en la primera fase uno podrá salir a hacer ejercicio, un alivio para runners y amigos del hashtag fitness. No es mi caso. Un paseíto, vale, pero no me hagan ustedes dar botes por el río que me dan los siete males. A mí lo que me apetece es sentarme en un banquito y comerme un helado mientras veo al resto sudar la gota gorda. De eso, de momento, el gobierno no ha dicho nada. Arroba Ximo Puig.
En la siguiente fase me comentan que podremos ir a tomar algo a una terraza. Ahí ya me van ganando. Eso sí, bien lejos los unos de los otros, no se te ocurra montar una verbena. En estas circunstancias, y por el bien de todos, será mejor empezar los reencuentros con los enemigos. Pero, ojo, que todo esto puede cambiar depende de dónde vivas. Si has hecho match con alguien de Castellón o Cuenca, olvídate. Los amores de pandemia siguen en cuarentena. Para evitar decepciones, la verdad, he echado en falta un mensaje claro del Ministerio de Asuntos Sociales, que es el que debe tratar estos temas. Si quieres ligar, apuesta por el producto de cercanía. Kilómetro cero del flirteo. Made near.
Yo qué sé.
Se supone que todo esto formará parte de una normalidad que, como tal, ya no existe. Es “nueva”, que dice Pedro. Pdr. Vamos, el new normal que les comentaba yo la semana pasada. Como el Nuevo Vale. Como las Oreo blancas. O el Titanlux acrílico. Y es que la nueva normalidad ya la predijo Rocío Jurado: es lo mismo pero no es lo mismo. Chupaos esa feligreses de la parroquia de los santos Simpsons.
Con el cacao del new normal dando vueltas en mi cabeza, me espanzurro el sábado en el sofá y me quedo embobado ante un oasis de vieja normalidad. Porque entre la normalidad y la nueva normalidad, está la normalidad Deluxe.
Entiendo que propios y ajenos a la frivolidad se hayan quedado estos días ojipláticos con los dimes y diretes de la factoría de Telecinco, con las telenovelas turcas o los mandalas, que para el caso la misma función hacen. Porque lo banal no es poco importante. Y es que, en este proceso de desconfinamiento, he echado en falta una mirada que no sea puramente física. El sujeto A podrá ir al punto B en dos semanas y al punto C en cuatro en el caso de que se cumplan los requisitos previamente acordados. Vale. Pero es que el sujeto A, que eres tú, no es un ser inanimado que ha estado cargando batería durante cuarenta o cincuenta días en casa. Este proceso tiene un componente emocional que no puede ser obviado. No será fácil digerir lo que viene.
Quizá por eso, especialmente en estos últimos días, yo he optado por poner el modo avión a la batalla inútil, al ruido por el ruido, a la contaminación. He tomado una decisión consciente, no sé si por deseo o necesidad, de negar su dosis a quien se nutre de mi enfado y de mi ansiedad. Ojo. No hay que confundir esto con dejar de ser crítico, no vaya a ser que con el mantra del ‘todos a una’ y la pesadez del Dúo Dinámico nos quedemos sin voz. Se trata de tomar consciencia de cuál es nuestra voz y dónde y cómo queremos usarla. También de cuándo necesitamos darle al botón de pausa y permitirnos unas pocas horas de banalidad. En la nueva normalidad nos tocará tomar muchas decisiones y conviene que, antes, nos cuidemos.
Pero esto será la semana que viene, ahora paro ya que empieza Sálvame.