VALÈNCIA. Todo lo que importa sucede en las canciones porque las canciones tienen una ventaja sobre las películas y los libros: en tan solo tres o cuatro minutos, hacen que todo tu ser vibre sin que nadie alrededor se dé cuenta. Unos pocos minutos que pueden llegar a producir cambios importantes a largo plazo. El periodista Fernando Navarro, un tipo que sin la música no sería el mismo, sería otra persona que quizá no acabara de caerle bien del todo al protagonista de Todo lo que importa sucede en la canciones, su segunda novela. En dicha historia, las canciones son una bendición y también una maldición, iluminan a su personaje principal, pero no consiguen rescatarlo de su propio caos, a veces incluso parece dispuesto a sumergirse en él para seguir disfrutando de la música. A las emociones siempre queremos ponerles un nombre para luego poder clasificarlas. Queremos creer, por ejemplo, que el amor es algo que puede tallarse y nos hemos convencido de que todos respondemos de la misma manera ante él. Si las escuchas atentamente, las canciones te confiesan que esto no es así, pero no porque sus autores sean más listos que tú, sino porque han aprendido a decir las cosas de una manera que te conmueve sin que sepas el motivo exacto. Las canciones no están aquí para explicar nada, pero tienen poder suficiente para que abramos los ojos y, llegado el momento, el corazón. Y como lo que dicen es en realidad una excusa para que suene la música, es por eso que al final, una misma letra tiene cien mil significados distintos, casi tantos como puede tenerlos el amor.
En la novela de Navarro, hay un hombre que vive una crisis que le lleva a separarse de su pareja. A consecuencia de esto, a dejar de vivir en la misma casa que su hijo pequeño, al cual tendrá que intentar explicar su nueva vida. En el texto hay amigos que escuchan con paciencia, comparten copas, confidencias, días y noches. Hay una psicóloga que intenta ayudar, a su empírica manera, a ese paciente que, acuciado por el desorden en el que se halla sumido, acude a su consulta en busca de posibles soluciones. Esto me recuerda a una canción de Talking Heads titulada “Mind” que dice esto: “la ciencia no te cambiará, la religión no te cambiará, el dinero no te cambiará / necesito algo para cambiar tu mente”. Hay quienes, para cambiar necesitamos una canción así, un cortocircuito que, como a los androides de las películas de ciencia ficción, nos altere de una manera imperceptible para el mundo. En esta novela, como en la vida, las canciones ejercen de brújulas para que el protagonista sepa dónde está en cada momento. Pero, ya lo dice el hombre separado en busca de no se sabe muy bien qué, “una cosa es hablar de música y otra es vivir”. Puede que las canciones te ayuden a comprender la vida, pero no son un manual de instrucciones para abordarla. En el relato de Navarro, las canciones son las culpables de todo, pero a cambio te dan respuestas que ninguna otra cosa en este mundo puede darte. Cuando yo era adolescente me importaban un bledo las matemáticas y la mayoría de libros de texto; estar en el colegio me parecía una pérdida de tiempo, para mí, para mis padres y para el colegio. Sin duda, la culpa fue de las canciones, que desde muy pronto me mostraron que no tenía sentido aspirar a aquello que no estaba dispuesto a conseguir.
Las canciones que construyen el muro maestro de esta novela son como los versículos de un evangelio. Las interpretan artistas como Dylan –que abre y cierra el libro-. Springsteen, Billy Joel, Tom Petty, Roy Orbison, The Beatles, Patti Smith, Warren Zevon, Aretha Franklin, Lucinda Williams... No es imprescindible tenerlas entre sus favoritas, ni a ellas ni a sus respectivos intérpretes, para abrazarse con fuerza a este libro. De hecho, yo aconsejaría a cada persona que lo lea a que, al terminar, haga su propia lista de canciones y construya un pequeño relato autobiográfico en torno a cada una de ellas. Las de la novela sirven para ir delimitando situaciones y presentando personajes. Escenarios como el de afrontar que uno está solo, en un piso todavía sin amueblar y ni siquiera sabe explicar el motivo. Personajes como el de la madre valiente que decidió tener a su hijo aun a sabiendas de que tendría que criarlo sola, una pionera que desafía a la sociedad dándose para disfrutar de su pasión por la vida. La madre que, en un momento dado le da a su hijo un consejo fundamental: “Recuerda que no hay nada más valioso que la bondad”. La bondad entendida como compromiso para ser mejores, no como disfraz para hacer creer que queremos ser mejores.
Todo lo que importa sucede en las canciones también nos habla de las orfandades. Las que sobrevienen cuando se nos va el padre o la madre, y esa otra, tan abstracta pero tan real, que se desencadena cuando muere un artista que te ha acompañado en tantos momentos de tu vida. La novela de Navarro habla de principios, de los capítulos vitales que empezamos a escribir sin siquiera saberlo; y también habla de finales, de sentimientos sofocados por la confusión, de vidas que se apagan y de la conclusión de una era, la de la hegemonía de la música pop anglosajona, la del periodismo musical como transmisor de ideas útiles. Todo lo que importa sucede en las canciones y, sin embargo, las canciones no son lo que más importa. Llega un momento en que no hace falta que suenen para que te acompañen. Te marcan el ritmo, la musicalidad, la rima. Saben de dónde vienen nuestros errores y hacia donde se dirigen nuestros aciertos. Fernando ha plasmado eso en las páginas de su libro, porque los libros tienen esa ventaja sobre las canciones, disponen de más recursos para hacernos ver lo que de otra manera solamente es sentimiento, sensación.