VALÈNCIA.
Atracadora
Roser Colomar
Botín
Los Pedimentos, de Ana Gallardo
Justo antes de que llegase la pandemia, durante la programación paralela a Arco 2020, conocí el trabajo de Ana Gallardo. En una habitación del espacio de residencias Planta Alta en Madrid, abarrotada de gente sentada en cualquier rincón, Ana recorría de manera casi espontánea las carpetas infinitas de su ordenador compartiendo el proyecto Escuela de envejecer, una línea de trabajo que lleva construyendo desde hace años junto a otras mujeres en distintos contextos. Este proyecto pone en el centro la vejez como momento vital con agencia, politizando las violencias que se ejercen sobre esa etapa de la vida. Junto con toda esa rabia, el proyecto supone un espacio para el aprendizaje, el deseo y la amistad que responden con fuerza a la alienación y la invisibilidad que supone hacerse mayor, y que en muchos casos ha supuesto la invisibilidad de toda una vida de cientos de mujeres y personas subalternas dentro del sistema, y específicamente en el contexto del arte. Para Ana, esta situación de olvido es una forma de violencia que puede contrarrestarse mediante la identificación y creación de una estructura de lazos afectivos. "El sistema del arte ahora necesita violentamente buscar artistas olvidadas para instalarlas brutalmente en el mercado. Todo el mundo buscando a qué artista vieja descubre. Eso es violencia", dice Ana con contundencia.
La pieza que comparto pertenece al proyecto Los pedimentos, una acción que se ha realizado en distintos lugares por personas de diferente edad. Esta obra surge a partir de un ritual mexicano en la zona de Oaxaca, donde la gente que venera a la virgen de Juquila realiza con barro y agua del lugar figuras que representan sus deseos. Sobre esta idea, entre 2009 y 2015, Ana trabajó con mujeres, amigas y personas cercanas a quienes invitaba a pedir deseos para su propia vejez realizando figuras de barro que los reflejasen.
La gran presentación de los pedimentos ocurrió en 2015, en la la 56° Bienal de Venecia titulada Todos los futuros del mundo, curada por Okwui Enwezor, donde Ana desplegó cien esculturas realizadas en una cárcel para mujeres de Venecia después de trabajar durante meses juntándose con ellas varias veces a la semana. Allí se usó el compost de la huerta de la cárcel, el mismo que ellas preparan para sembrar parte de sus alimentos, y a esta misma tierra volvieron las figuras. Ana siempre cuenta que se trata de piezas muy precarias, pero muy potentes en su precariedad, que toman fuerza y sentido viéndolas en colectividad.
Me gusta pensar que este sencillo abrazo entre dos cuerpos podría haberse modelado antes de ayer o hace 2000 años por alguien de cualquier lugar, de cualquier edad. A su vez, es un gesto que me recuerda al abrazo de This photograph is my proof, una imagen de Duane Michals también muy querida para mí, a un material muy importante en mi vida, que es el barro y a pensamientos clave en el futuro, como el afecto, la capacidad de desear o la red.