VALÈNCIA. Para suerte de los valencianos, y del resto de españoles, Les Arts sigue burlando a la pandemia, y sigue su programación, con gran valentía y decisión, aunque el huidizo ministro de cultura no quiera ni sepa reconocerlo. De la última ópera del siglo XXI del moderno y viejo Kurtág, se pasa ahora a otro moderno de su época, Martín i Soler, trayendo la primera de sus óperas.
Su ciudad natal todavía no ha sabido poner en el alto lugar que se merece a Vicente Martín i Soler, uno de los grandes compositores de ballet y ópera del siglo XVIII, absolutamente reconocido, aplaudido, y deseado en todo el orbe cultural de aquella ópera, -Italia, Austria, Rusia, Inglaterra-, y quizá el autor español más importante del género de todos los tiempos. Tal vez llegue ese día. Pero no hurguen ustedes mucho, no vaya a ser que mientras tanto le pase lo mismo que al gran Plácido Domingo, uno de los más completos artistas de la historia de la lírica en el mundo, quien daba nombre al Centro de Perfeccionamiento de la casa.
Porque la valentía del coliseo del Jardín del Turia al seguir en pie con la temporada a pesar de la pandemia, contrasta con la cobardía y deslealtad que supuso la desvinculación que la casa ha operado con el grandioso cantante mencionado. Y a pesar de ese intento de eliminar la memoria de los grandes, más que correcto fue el rendimiento de los alumnos del centro que llevaba su ilustre nombre, solistas de muy aceptable nivel, que no están dispuestos a renunciar a sus ídolos. En cualquier caso, es de agradecer que podamos escuchar la música de il valenziano, -como se le conocía en las cortes europeas que se lo disputaron-, y además en la sala que lleva su nombre. De momento.
Il tuture burlato es la ópera madrileña de un joven compositor de 21 añitos, y de gran vocación, que dejó en España antes de dar su salto definitivo al viaje de su vida para siempre fuera de nuestras fronteras. Il valenziano estrenó su ópera en La Granja de San Ildefonso, en 1775. Escogió un libreto de Pasquale Mililotti, también tratado por Filippo Livigni, quien ya lo habían ofrecido a su vez a Insanguine y a Paisiello respectivamente. Trata de una manera cándida el clásico asunto del enredo amoroso del viejo que desea una doncella, y que, más siendo su tutor, es objeto de burla y engaño general, y en especial por la propia interesada.
Martín i Soler comenzó su carrera con ópera bufa y con tema ya conocido, siguiendo la moda italianizante, y mejor llegar al público del momento. Pero le infundió su ya incipiente pero neta personalidad musical, consiguiendo una partitura que demuestra indudable destreza compositiva. De rasgos italianizados, -seguidilla incluida-, sí, pero con aplicación de una técnica definida quizá algo académica, de dulces melodías, para en definitiva conseguir un lenguaje propio, con inclusiones singulares, como por ejemplo, los curiosos conjuntos que se componen por unión en sucesión de las partes individuales.
Se puede hablar de la generosa presencia de los recitativos, y de la escasa entidad literaria; incluso de la falta de intensidad musical por momentos, pero en definitiva, en el Reina Sofía, después del recorrido al voltant, se ha escuchado ópera fresca del bisoño Martini lo spagnolo, -que así también fue conocido-, para relajar los oídos, tras el terremoto de Kurtág.
Los solistas se entregaron en su labor con notable profesionalidad, y llegaron bien al público, a pesar del obstáculo físico y dramático que supuso el hecho de tener que portar cada uno de ellos unos títeres en buena parte de sus apariciones, justo delante de sus rostros. Nada aporta a la dramaturgia ese asunto que propone el director Jaume Policarpo, pues no hay más que candidez en el trato de la historia por parte de los autores: no hay segundas intenciones. Y sin embargo distrae de lo sustancial, al quedar menguada la posibilidad de ver la expresión completa del cantante.
Bien encajada está la puesta en escena en general, con vestuario, luz, y decorado, en la línea de la frescura, color, e ingenuidad que lleva esta comedia juvenil. También los movimientos fueron acertados, incluyendo la amable y muy profesional contribución de Carlos Sanchis, quien al teclado, y sobre el escenario, fue un magnífico e implicado colaborador para la integración de la magia del teatro.
Dirigió Cristóbal Soler con sabiduría y buen estilo a una muy reducida orquesta de la casa, quienes cumplieron sin dificultad alguna. Y también dirigió a los solistas, como David Ferri Durà en el papel de Don Leilo, con notables deficiencia en las notas graves; a Gonzalo Manglano en el de Anselmo, de adecuada colocación y mejor pronunciación; y al viejo tutor Don Fabrizio, que encarnó Oleh Lebedtev. Todos ellos demuestran tener buenas tablas en lo escénico, y son cantantes de gusto notable, pero disponen de voces casi planas y opacas, sin proyección, ni consistencia alguna.
Menica lo interpretó Ezgi Alhuda, de presencia actoral soberbia, y de buen volumen canoro, que sabrá trabajar la respiración para buscar más libertad en su canto. El barítono Omar Lara fue un Pippo divertido y expresivo. Dispone de una voz ya de cierta robustez, bello y claro timbre, y de proyección segura y eficaz. La homogeneidad en todos los registros le permite un canto elegante, en la máscara. La voz de soprano de Aida Gimeno, quien deberá mejorar la pronunciación, también se escuchó limpia y segura, emitida con certera homogeneidad en los distintos registros. Hizo una Violante de sensibilidad y fuerza, luciendo un timbre que recuerda por momentos a otra grande de la lírica valenciana: Enedina Lloris, a quien también, por cierto, se le debe el reconocimiento y consideración que aún no ha llegado.
Il tutore burlato fue la primera obra operística de Vicente Martín i Soler, a partir de la cual desarrolló su verdadero talento musical hasta convertirse el autor de las ‘dulcísimas melodías, que llegan al alma, pero que poquísimos saben imitar’ según Da Ponte, con quien escribió tres óperas.
A día de hoy todavía hay mucho por descubrir de la vida y obra de il valenziano, amigo y rival de Mozart. Al parecer, en algún lugar de alguna biblioteca de esa Europa que conquistó a finales del siglo XVIII, debe encontrarse la partitura de su Salve a la Virgen de los Desamparados. Recuperémosla, y será buena base para poner en el alto lugar que se merece al más importante y prestigioso de los compositores españoles de ópera.
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