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La otra curva

28/01/2021 - 

El contador no para, la curva sigue en imparable ascenso. Los excesos de la Navidad y las medidas tibias y tardías están convirtiendo esta tercera ola en una auténtica pesadilla. Solo hay una curva que crece más disparada: la desafección a la política.

La gravedad de la tercera ola, las nuevas cepas y los problemas en la entrega de la vacuna hace que se tambaleen las expectativas más optimistas, por más que Sánchez repita como un mantra que en verano estaremos el 70% vacunados.

Una campaña de vacunación que hace aguas, sea por los que se cuelan, por los retrasos, por la falta de jeringuillas idóneas para maximizar las dosis…. En definitiva, por falta de previsión. Es inconcebible, que mientras los científicos han conseguido en un tiempo récord una vacuna, nuestros dirigentes no hayan tenido tiempo para desarrollar un protocolo de actuación realmente eficaz.

Y ante este panorama, ¿alguien se extraña que la desafección política crezca más rápido que los contagios? No es un tema menor, porque esta falta de confianza tiene consecuencias y es el caldo de cultivo de la polarización, la crispación y el enfrentamiento en la sociedad. Por no hablar del desapego hacía las instituciones y la incredulidad en el sistema. Luego no hagamos aspavientos porque youtubers se trasladen a Andorra para no pagar impuestos en España.

Son las dos caras de la pandemia. Los científicos y sanitarios dando lo mejor de sí empalmando oleada tras oleada y, algunos políticos, trasladando una imagen de ineficacia y falta de ejemplaridad, sin estar a la altura de las circunstancias.

En pleno pico de mortalidad, en Moncloa están mirando hacia otro lado. Concretamente hacia Cataluña, no sea que admitan la gravedad de la situación y tomen las medidas más restrictivas que reclaman las autonomías, se retrasen las elecciones y les estropeen su estrategia electoral y el efecto sorpresa del candidato Illa.

Ni la extrema gravedad de la pandemia ha evitado que prioricen sus estratagemas partidistas: Un triple movimiento para colocar al denostado candidato Iceta en el Ministerio de Política Territorial, trasladando a Carolina Darias a Sanidad. No porque sea la mejor para hacer frente a este desafío, sino porque necesitan su plaza para cerrar la jugada electoral.

En nuestra Comunitat, se investiga a unos 180 cargos, entre políticos y no políticos, que han decidido colarse en el calendario de vacunación por delante de las personas más vulnerables. Pero la lista de desatinos sigue, porque al vendaval que obligó a evacuar a los pacientes del hospital de campaña de Valencia, se le suma la intención del Consell de no priorizar en el plan de vacunación a los sanitarios de la privada, como si este virus entendiera de ideología. Los colegios de médicos han tenido que recurrir a la justicia que ha obligado a la Conselleria a vacunar a los sanitarios de la privada en igualdad de condiciones que los de la pública.

Mientras, desde las trincheras, el personal sanitario no deja de hacer llamamientos desesperados para que nos autoconfinemos, porque ya ni confían ni esperan a las decisiones políticas. Están agotados de reclamar medidas más severas para frenar un virus que en palabras de la propia consellera está descontrolado.

Hastiados por la sobrecarga de trabajo, siguen día a día en primera línea, dándonos a todos y especialmente a los políticos, una lección de lo que es la vocación pública. Un juramento hipocrático que no tiene caducidad, pues ante la escasez de personal, el Colegio de Médicos de Valencia hizo esta semana un llamamiento para reclutar a facultativos jubilados y, en tan solo la primera hora, más de 150 médicos se sumaron para aportar su granito de arena.

Ellos son la mejor cara de nuestro sistema. El mejor homenaje que podemos hacerles es extremar las precauciones, porque nuestra autoprotección es la única aportación que podemos ofrecer a una red sanitaria al borde del colapso.

Su profesionalidad y entrega les convierte en nuestra esperanza. Porque su trabajo cuida, cura y hace que la vida continúe. Pero también conviven con la muerte y han estado despidiendo a las personas que se han ido. Han sido su último adiós, su última palabra, su última sonrisa.

El colectivo sanitario es, en estos momentos, la personificación de la dedicación pública, una vocación de servicio que están llevando hasta las últimas consecuencias. Ahora solo falta que los políticos tomen ejemplo, les escuchen y se dejen guiar por su experiencia, así quizá, ya estaríamos doblegando ambas curvas.

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