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la encrucijada / OPINIÓN

La otra economía de las Fallas

Foto: KIKE TABERNER
19/03/2024 - 

Un año más, las Fallas darán fin a su fugaz existencia con la voracidad de las llamas como telón de fondo. Las he vivido, a lo largo de los años, desde dentro y desde fuera. Como colaborador de varios llibrets y como espectador. Desde el Cap i Casal y desde una ciudad de mediano tamaño como Gandia.  Confieso que no puedo ser objetivo porque, desde niño, he estimado las Fallas; pese a ello rehúyo las hipérboles simplificadoras, ya sean laudatorias o descalificadoras. Desde esa posición de inestable equilibrio me planteo dudas e interrogantes: cuestiones que aspiran a superar flaquezas y fortalecer la fiesta porque sólo aquello que se perfecciona con afecto y sinceridad tiene más cerca un futuro sólido.

Me pregunto, por ello,  si entre las instituciones falleras y las administraciones públicas se establecerá algún día un foro de encuentro que aborde con firmeza las incivilidades que salpican el buen nombre de las Fallas. Durante unos días, aun con paliativos, parece reinar un casi todo vale que no respeta el corte autorizado de las calles, el final nocturno de las juergas, la suciedad y el asalto mingitorio al patrimonio monumental, el uso atemorizante de fuertes petardos en las vías transitadas y las numerosas gamberradas que destrozan o maltratan el mobiliario urbano con dosis notables, etílicas o no, de agresividad y chulería. Un conjunto de conductas que repercuten sobre los contribuyentes de la ciudad que las soporta.

Sorprende, de otra parte, que al estudiar el impacto de las Fallas no se contemplen ciertos aspectos. Se calculan visitantes, reservas de hoteles, consumo en restauración, uso de medios de transporte, gasto en indumentaria, consumo en comercios, construcción de los monumentos falleros, pirotecnia y otros ítems que suman. Sin embargo, quedan fuera de la aritmética aquellos que restan. El más comentado es el abandono de la ciudad, en particular València, por aquellos vecinos que, tras acumular pasadas y penosas experiencias de insomnio y masificación, se sienten urgidos a buscar alternativas en otros lugares durante la semana fallera. Sus flujos de gasto, utilizado en transporte, restauración u hostelería, constituyen algunas de las pérdidas que la ciudad experimenta: un vecindario y un gasto que huye de ésta a causa de las externalidades negativas de la fiesta.

Imagen de archivo de limpieza de residuos en Fallas. Foto: EFE/BIEL ALIÑO

Un enfoque más detallado sería, asimismo, el que añadiera los costes soportados por empresas y trabajadores a consecuencia de las restricciones al tráfico y el absentismo laboral. Y, aun así, la estimación permanecería inconclusa si no contemplara la incidencia, sobre el bienestar individual, de las diversas contaminaciones causadas por el ruido, los olores y la mugre presentes en diversos espacios ciudadanos.

Contemplar económicamente las Fallas parece precisar, finalmente, la atención de un punto central: si la fiesta contribuye con notoria intensidad a elevar los ingresos y beneficios de diversos negocios, ¿por qué no contribuyen éstos, ordenada, colaborativa y sistemáticamente, a financiar una fracción del presupuesto de las comisiones falleras, más allá de patrocinios ocasionales y la contratación de publicidad en los soportes falleros? Este asunto aparece de vez en cuando pero, hasta donde se me alcanza, nunca ha precipitado algún tipo de negociación razonable. Antes bien, lo que se ha conocido ha sido una reiterada negativa procedente, en particular, de quienes son los primeros beneficiarios de los caudalosos movimientos de vecinos y visitantes  que se producen a lo largo y ancho de València durante las Fallas. 

Si estuviésemos en lugares donde existen cámaras de comercio locales, como Estados Unidos, lo que llamaría la atención sería, precisamente, la ausencia de apoyo económico procedente de las actividades económicas que amplían las cifras de sus resultados gracias a un evento externo y singular impulsado por una amplia parte de la ciudadanía. Sólo en la ciudad de València se estima en más de 90.000 el número de personas que, año tras año, sostienen la fiesta con sus contribuciones individuales, su participación en actividades de recaudación de fondos y la prestación gratuita de su tiempo para cualquier tipo de trabajo que la falla precise. Gente que, además, paga de su bolsillo la indumentaria necesaria en los pasacalles y ofrendas de los días grandes, además de contribuir a otros fastos de la falla.

Indumentaria fallera durante la ofrenda. Foto: EDUARDO MANZANA

¿Resulta justo que esta amplísima suma de aportaciones y labores vocacionales no obtenga contrapartida alguna de quienes ingresan, en su particular provecho, las rentas que, en origen, son fruto del esfuerzo de decenas de miles de falleros y falleras? No parece que sea equitativo y así se ha razonado en otros contextos; por ejemplo, tras los <<beneficios caídos del cielo>> atribuidos a las empresas energéticas. Pues bien: durante las Fallas también se generan este tipo de beneficios.

Para superar tal circunstancia, y dada la complejidad de diseñar alguna modalidad de compensación, parece razonable que sea una instancia pública, -el ayuntamiento, como administración más cercana-, la que se ofrezca a establecer un papel mediador y conciliatorio de los intereses contrapuestos, siguiendo una ruta de negociación, paso a paso, comenzando por las actividades que los estudios de impacto identifican como primeros interesados en un mayor atractivo de las Fallas. Cabría esperar de tales sectores una posición abierta a la negociación porque los actores directos de la fiesta pueden ser más fuertes de lo que se piensa tanto en términos políticos como por su capacidad de aquilatar el prestigio de quienes, a la hora de colaborar, se declaren gorrones intransigentes. Cuestión aparte es si el consistorio municipal aceptará arbitrar una materia que enfrenta a dos grandes fuerzas, -una social, la otra económica-, de la ciudad. Pero que existe una brecha de justicia redistributiva, pendiente de cerrar, parece claro. 

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