OFENDIDITA / OPINIÓN

¿La pandemia le genera ansiedad? Ponga un millennial en su vida

5/09/2020 - 

Antes de entrar en harina, una aclaración: aunque el siguiente escrito está dirigido a todo tipo de público, considero que será de utilidad para ese grupo demográfico al que, digamos, los electroduendes le pillaron ya con algún año cotizado y que envía cadenas de WhatsApp contando por qué el sistema educativo era mejor cuando los maestros podían pegar unas cuantas collejas a los alumnos que hacían faltas de ortografía. Así que, si cuando alguien en Twitter usa la palabra ‘señor’ usted se siente perturbadoramente identificado, está de enhorabuena, los siguientes párrafos están destinados a fomentar su bienestar. (Por otra parte, ¿qué aspecto de nuestras vidas no está destinado a fomentar el bienestar de los señores?)

A lo que vamos: sí, estamos atravesando una época incierta, extraña, en la que todo se tambalea a nuestro alrededor y no sabemos cómo será la cotidianeidad que nos acecha en los meses venideros. Es posible, por tanto, que la actual coyuntura coronavírica le inquiete, le perturbe o le atormente. Usted, que creía que tenía su agenda diaria bajo control, ¿siente que cierta angustia pandémica le corroe las entrañas?, ¿le cuesta dormir pensando en la falta de respuestas en el horizonte del mañana? ¡No se preocupe! Tenemos la solución: para aprender a convivir con esa ansiedad que brota de cada poro de su piel solamente debe acudir a su millennial más cercano. 

Sí, ya sé que lleva usted años perorando sobre esa generación de vagos irresponsables que no hacen más que lloriquear y quejarse. Que en sus tiempos no había tanta tontería ni se protestaba por cualquier cosa. Sí, ya sé que esa gente va abandonando la veintena sin firmar una hipoteca, ni procrear, ni haber ahorrado para comprarse un coche diésel ni nada de esas cosas que debe hacer un ciudadano funcional, una persona de bien. Que se pasan el día comiendo tostadas de aguacate en lugar de comprar a plazos un piso en segunda línea de playa.  Vamos, que son una cohorte de pardillos despreciables. Pero no se deje llevar por las apariencias: no va a encontrar a nadie más versado en eso de surfear la incertidumbre. Y no, no me refiero a atravesar ciertos episodios de dudas y temores, sino a ver condicionado todo el proyecto vital de un segmento poblacional: desde la emancipación hasta el colchón económico, desde llegar a fin de mes hasta criar churumbeles, desde cotizar lo suficiente como intentar tener una pensión aceptable hasta lograr no tener que hacer malabares para pagar las facturas. ¿No sabe qué va a pasar con su vida en los próximos meses? ¡Ellos llevan una década sin saberlo! Al fin y al cabo, han pasado la mayor parte de su vida adulta buceando entre el fango de dos crisis económicas.

Primero, esos antaño tiernos veinteañeros se fueron incorporando al mercado laboral en pleno estallido de la burbuja inmobiliaria. Un festival de paro y miseria recibía así a una generación a la que se le había vendido la cabra de que si se esforzaban mucho conseguirían todo lo que se propusieran, pero a la que, al mismo tiempo, se tildaba de mimados y caprichosos cada veinte minutos. Y una década después, cuando ya habían conseguido amasar entres sus dedos unas migajillas de estabilidad… catapum, estalla todo en pandémicos fragmentos chiquititos, chiquititos. ¡Oh, yeah! Un simpático paseíto arrastrando los pies hacia la casilla de salida. Total, que si los estallidos de la covid le han dejado aturdido ante la vida igual que un conejo tripón paralizado en la carretera por los faros de un coche, es el momento de recurrir a sus hijos, sus sobrinos, ¿sus inquilinos quizás?, ese compañero de oficina que lleva años encadenando contratos temporales infames y al que ya le han empezado a salir algunas canillas... 


Confíe en ellos: son expertos en existir sin saber muy bien qué va a suceder con sus proyectos vitales en un par de semanas, sin tener muy claro si podrán seguir pagando el alquiler, si tendrán trabajo, si un imprevisto se llevará de un plumazo sus exiguos ahorros… Unos mindundis carcomidos por la precariedad, la necesidad de estar construyéndose una marca personal que aumente su ‘empleabilidad’ y de estar disponibles 24/7 para cualquiera que requiera de su fuerza de trabajo. Y ahí siguen, ¿por qué? Pues porque en la última década han conseguido desarrollar las skills emocionales necesarias para gestionar la angustia existencial que genera un porvenir incierto, sí, esa misma angustia que a usted le provoca el panorama actual. 

Nada de libros de autoayuda, coaching o webinars. Le manda usted un WhatsApp a su sobrino Miguel, ese que estudió Derecho porque tenía muchas salidas y después de acumular un máster de no sé qué e importantísimos diplomas y titulitos que no le han servido para nada y de encadenar becas y faenillas mugrientas, hace un tiempo encontró un curro casi mileurista en el que no le explotan demasiado (horas extra gratis, obviamente, que tampoco es cuestión de fliparse). Sí, ese que paga un alquiler leonino por un cuchitril de medio mero cuadrado porque el acceso a una vivienda digna por un precio asequible le suena a la sección de Ciencia Ficción de Netflix. Pues eso, que queda usted con Miguel, le explica el pesar que le aflige y se deja aconsejar por sus sabios consejos sobre supervivencia en una constante zozobra existencial, sobre cómo ha logrado no acabar completamente desquiciado tras dos lustros de agonía. 

Y si en cualquier momento de su jornada nota que un elefante se le ha sentado en la boca del estómago, le falta la respiración, le entra taquicardia y se ve inundado por unas irrefrenables ganas de ponerse a llorar, que no cunda el pánico: es ansiedad. No lo dude, desahóguese con su nuevo mejor amigo millennial, no le juzgará: él está acostumbrado a esa continua sensación de alerta constante y malestar no identificado. De hecho, es posible que a la ansiedad la llame simplemente ‘cualquier día de la semana entre las 08:30 y las 00:30’. 

¡Ah! Y un último consejo. Es posible que sea usted una persona bondadosa y repleta de generosidad. En tal caso, agradecido y emocionado ante la batería de sabiduría vital que le ha transmitido su flamante asesor, quizás sienta la necesidad de compensarle económicamente por los servicios prestados. Escúcheme bien: no lo haga bajo ningún concepto. El millennial no está acostumbrado a ganar dinero por su actividad. Lleva años creyendo que la moneda que más cotiza en los mercados internacionales es la visibilidad.  Ofrecerle euros así de sopetón podría hacerle caer en una espiral de caos y desorientación. El mundo tal y como lo conoce quedaría destrozado para siempre. ¡Ya nada tendría sentido para él! ¿Es eso lo que quiere? ¿Acaso no han sufrido los suficiente? En cambio, le puede regalar una sesión de fisioterapia para intentar recomponer esas espaldas-escombros fruto de la tensión y el estrés acumulado, un simpático rasgo generacional. O una planta, que también les gustan muchos a esas pobres criaturitas.

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