VALÈNCIA (Roberto Jiménez/EFE) Joaquín Sorolla, el pintor de los cielos mediterráneos, de la luz y el color -Miguel de Unamuno le reprochó tanta luminosidad en medio de la grisura del 98-, se ha aclimatado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid con una versión alejada de las claves que le hacen más reconocible. Una veintena de lienzos fechados entre 1902 y 1910 reedita otra faceta menos conocida de Sorolla (1863-1923): su relación con la escultura desde su inicial etapa de formación en Valencia y Madrid, hasta sus salidas en París y principalmente Italia -becado por la Diputación de Valencia- donde contactó con el arte clásico.
Aunque no modeló, sí se aproximó a la arquitectura y escultura como explican los fondos expuestos en "Sorolla y la escultura pintada", lema de la exposición inaugurada este vienes y que permanecerá en Valladolid hasta el 25 de agosto, en diálogo con tallas pertenecientes a los fondos de ese museo nacional. Nómada, viajero, peregrino y curioso, además de 'homo viator' Sorolla fue esencialmente 'homo pictor' en cualquier latitud, como ocurrió con sus viajes a la Castilla de principios del XX, donde se prendó de las esculturas y relieves que adornan tímpanos, fachadas y monumentos funerarios de las catedrales e iglesias.
Así le ocurrió con Ávila, León, Burgos y Segovia, destinos recurrentes entre 1902 y 1911, a través de los lienzos que fundamentan objeto de esta exposición, cedidos para la ocasión por la Fundación Sorolla y Casa Sorolla, han explicado sus comisarios, los historiadores Fernando Delgado y Elvira Guerra. "Se trata de explicar ese interés por la escultura en los viajes que hizo por Castilla y León", ha explicado Elvira Guerra, bajo la seducción del retablo de la cartuja de Miraflores (1910), de la capilla de los Condestables en la catedral de Burgos (1910), el interior de la de León (1910), de la fachada de la iglesia de San Vicente en Ávila (1910) y del monasterio del Parral en Segovia (1906).
Son algunos de los cuadros que conviven en un mismo espacio, a modo de diálogo, contraste o complemento, con esculturas procedentes del museo que acoge la exposición, principalmente ángeles, profetas y músicos. Lejos de la sensualidad de la atmósfera levantina, del agua mansa, la brisa amable y el cielo luminoso, el pintor de la luz se las tuvo que ver en Castilla con la severa geometría de sus catedrales, de ese catecismo en piedra tallado en tímpanos, jambas y arquivoltas que él plasmó, como siempre, al aire libre en paisajes y calles nevadas como las de Ávila y Burgos.
La paleta se limitó a una gama reducida de colores para representar la piedra de Hontoria en la catedral de Burgos, la de La Colilla en Ávila y la de Boñar en León, materiales empleados en la construcción de las catedrales e iglesias de Burgos, Ávila y León, caliza y granito. Pero se desquitó en La Granja (Segovia), el pequeño Versalles de Castilla, donde aplicó una sinfonía cromática para revelar el otoño en los jardines del palacio real que mandó construir Felipe V, como se aprecia en otros de los lienzos exhibidos.
La exposición incluye alguna pintura de esculturas de su propiedad en la casa madrileña que Sorolla habitó en la calle General Martínez Campos, convertido su interior y sus jardines en Museo Sorolla gracias también a Baltasar Perales, el director de la Escuela Normal de Valencia donde cursó sus primeros estudios el niño Joaquín. En vez de reprenderle por el escaso interés que mostraba hacia las letras y los números, el director le regalaba pinceles y lapiceros para alentar la vocación que no pasó desapercibida a los ojos del maestro.
El Museo de Escultura expone esos lienzos viajeros, de escultura pintada, que Sorolla asimiló antes de emprender su gran viaje (1913-1919), titulado Visión de España, una serie de murales alegóricos de España, sus cielos, paisajes, gentes y costumbres, por encargo de Archer Milton Hungtinton para decorar la biblioteca de la Hispanic Society de Nueva York. De ese envío a la Hispanic Society, que tuvo que hacer su hijo a la muerte del pintor, también formó parte una veintena de retratos de personalidades célebres, entre ellos destacados miembros de la Generación del 98, todos menos Unamuno, reacio a posar para Sorolla aunque el levantino logró un retrato incompleto que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. EFE