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los dados de hierro / OPINIÓN

La política sigue

6/09/2020 - 

En 1350, en los estertores de la epidemia de la Peste Negra, el rey Alfonso XI de Castilla murió de peste bubónica durante el asedio de Gibraltar. En 1885, el rey Alfonso XII visitó a los afectados por una epidemia de cólera en Valencia, y falleció poco después (aparentemente por otras causas). Estos son, hasta donde llega mi conocimiento, los únicos gobernantes españoles caídos por una epidemia. Ningún Alfonso se sienta en el Consejo de Ministros (aunque curiosamente dos Alfonsos críticos con el mismo, Merlos y Ussía, han sido defenestrados de sus trabajos).

Lo cierto es que ningún gobierno del mundo ha caído por la covid-19, y es poco probable que vaya a caer este. La pandemia, parece, ha sido valorada por los votantes como lo fuera la peste negra hace 670 años: como un acto de Dios ante el que estamos inermes e indefensos, que sufrimos por nuestros pecados, y ante el que no cabe pedir cuentas sino confesar nuestros propios pecados contra la Higiene.

Las elecciones más recientes (gallegas y vascas, en nuestro caso) en general han reforzado a los gobernantes: agua de mayo para un gobierno que exhibe los peores números de Europa, al que se le viene una segunda ola que amenaza con dejar pequeña a la primera, y que ha protagonizado bandazos e incongruencias desde el primer día. 

Sus otros dos comodines son los tres años largos hasta las próximas elecciones, y la involuntaria ayuda de la oposición, que ha basculado sin término medio entre la histeria ante la falta de medidas del gobierno, y la histeria por las medidas excesivas del gobierno, llegando el PP a votar contra la última prórroga del estado de alarma.

Otra cosa son los efectos a largo plazo. Pero en el largo plazo, el gobierno sí parece tener un plan. Hay un tácito reparto de caladeros de votos: el PSOE busca abarcar tan al centro como sea posible, y Podemos busca unir todo el voto a la izquierda del actual gobierno.

Sánchez e Iglesias se saludan. Foto: EFE 
Para que este reparto funcione, los socios se toleran mutuamente actos cuanto menos insólitos en una coalición: al principio del verano, Podemos votó a favor de abrir una comisión de investigación al rey emérito en el Congreso mientras los socialistas, ejerciendo de verdadero pilar de la monarquía, votaban en contra. 

Por su parte, el PSOE repite periódicamente sus invitaciones a Ciudadanos y PP para pactar un "Acta de Recuperación", unos nuevos Pactos de la Moncloa, o incluso los presupuestos. Que un partido con un perfil tan institucional como el PSOE no tenga problemas con que su socio ataque al anterior jefe de estado, o que Podemos calle mientras los socialistas hacen abiertamente ofertas a otros posibles socios, solo se explica por un pacto no escrito para abarcar el máximo de votos… y porque todo esto no dejan de ser gestos a la galería sin efectos reales. 

La moción de Podemos en el Congreso no iba a tener mayoría, y las aperturas del PSOE no van a llevar a nada: para el PP, pactar con Sánchez es darle munición a Vox para un bombardeo por saturación, y Ciudadanos ya no tiene suficientes escaños para ser realmente relevante: por querer tenerlo todo, Rivera tiró por la borda la posibilidad de tener casi todo. 

Pero sí puede calar en el votante de centro quién está haciendo ofertas para pactar, y quién las está rechazando desdeñosamente. Y en cuanto a alternativas más a la izquierda de Podemos, no parece casual que IU (¡con cinco escaños!) haya obtenido dos ministerios, uno de ellos tan potente e importante para su militancia como el de Trabajo, que además ha capitalizado la principal medida social del gobierno, el aumento del salario mínimo. Con estas bazas, salirse del gobierno para hacer una oposición de izquierdas como que se hace más pesado.

En la otra orilla, la oposición también está sacando sus conclusiones. En el PP, la defenestración de Cayetana Álvarez de Toledo parece ser la constatación de que la "Vía de Colón" (una oposición frontal y total al gobierno, centrada en el manejo del "Procès" catalán) es una vía muerta: esa sería la lección de las dos elecciones generales de 2019

Pero a diferencia de la izquierda, donde tras los revuelos de 2015-2016 el reparto de votos ha creado claramente un partido grande y otro menor en su órbita, en la derecha no estaba tan claro quién iba a llegar en cabeza a la próxima cita electoral. Durante un tiempo, Ciudadanos pareció ser capaz de armar una alternativa ganadora de centro-derecha, y llegó a 9 escaños y 200.000 votos del PP en abril de 2019. Pero las tensiones entre su pretensión de ser "un partido de centro, capaz de pactar con todos", y el "NO" rotundo a Sánchez, incluso si esto solo dejaba como alternativa un gobierno con Podemos y los nacionalista, acabaron por destrozarlo en las elecciones de noviembre. Lo que ha dejado el juego entre PP y Vox.

Sánchez y Casado en su última reunión en La Moncloa. Foto: POOL

Por tamaño, tradición e implantación territorial, el PP en principio tiene las de ganar. Solo tiene que mantenerse firme con un rumbo propio que no espante del todo al votante de centro, y en algún momento los votantes díscolos de la derecha volverán al voto útil. Como muy tarde, cuando Pablo Iglesias enfile su tercer mandato como vicepresidente. Pero esta estrategia, que puede ser la mejor para el PP, no es la mejor para sus dirigentes.

Pablo Casado, recordemos, solo logró un 34% del voto directo en las primarias que le encumbraron como secretario general. La "vía de Colón" era, para él, también una forma de unir al partido. Alimentar histerias tiene la ventaja de que crea un clima donde no se cuestiona al líder: así sobrevivieron Aznar y Rajoy a ocho años en la oposición y a dos derrotas electorales. Casado ya ha gastado sus dos derrotas, y tiene que enfrentarse a una novedad que no importunó a sus antecesores: otro partido que alimenta histerias aún mayores. Si el conflicto entre las dos alternativas de derechas se enquista, puede haber gobierno socialcomunista para años. Salvo que rueden de nuevo los dados de hierro de la Historia, claro.


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