En 2017 la psicodelia resiste en Valencia tomando diferentes formas y a través de una serie de bandas que, aunque pocas, exhiben un talento innegable
VALENCIA. “Si las puertas de la percepción se purificaran, todo se le aparecería al hombre como es, infinito”. Quién le iba a decir a William Blake que, siglo y medio después, esa frase incluida en El matrimonio de Cielo e Infierno iba a ser una de las puntas de lanza de la literatura psicodélica. El efecto dominó cultural hizo que, lo que Aldous Huxley tomó para Las Puertas de la Percepción (su ensayo a partir de la experimentación con la mescalina), fuera más tarde adoptado por Jim Morrison para bautizar a los Doors, tal y como cuenta Jeremy Simmonds en The Encyclopedia of Dead Rock Stars: Heroin, Handguns, and Ham Sandwiches (2008). La nueva ola de psicodelia, ya en el siglo XXI, resucitó todos estos nombres que no necesitaban el desfibrilador.
Valencia nunca fue San Francisco. Aunque tampoco ha sido nunca ajena a la psicodelia como componente esencia de la música. No ha tenido The Matrix ni a Jefferson Airplane, pero sí a grupos como Cotó En Pél (la mejor versión valenciana de King Crimson, con personalidad propia) y a figuras de incalculable valor como Eduardo Bort. Es una utopía buenista pensar que aquellos y otros momentos de comunión psicodélica son los responsables de lo que suceda hoy en algunos locales de ensayo, pero lo cierto es que en el siglo XXI la psicodelia musical resiste en Valencia gracias a unos pocos grupos que la practican a diferentes niveles muy alejados de las modas.
La herencia psicodélica en Valencia descansa en figuras como la de Juan Pedro Greyhead. Por sus manos no sólo han pasado muchos de los discos que en Valencia han forjado, como sedimento, la influencia de la psicodelia en los grupos de la ciudad; su sello, Greyhead Records, ha dado salida a propuestas que, tanto en los 90 como en el siglo XXI, forman parte del tributo local a un género tradicionalmente apartado de los focos. Entre sus méritos este siglo destacan la edición del primer disco de Fernando Junquera como Negro (también alguno de su primer proyecto, Balano), y el motor inicial de la sutil psicodelia folk de Alberto Montero: sus dos primeros discos, el homónimo y el detonante Claroscuro, llevan el inconfundible sello de calidad de Greyhead Records.
Negro y Alberto Montero son esa clase de referencias con las que el género se viste de elegante entidad. Sobra decir que sus casos no son precisamente habituales. Ellos, pilares y representantes de la onda psicodélica de hoy en la escena valenciana, se encuentran flanqueados por grupos que entienden la música con esa misma apertura de miras que, por otro lado, exige el genero. Junquera y Montero, Montero y Junquera, definen, seguramente sin quererlo, la idiosincrasia del gran angular de la psicodelia valenciana; de alguna manera, ambos encabezan dos bloques desde los que aproximarse a un tipo de música que permite entrar con la portentosa generosidad de las puertas psicodélicas de la percepción de Aldous Huxley.
Jupiter Lion se enmarcan con más claridad en el universo de las posibilidades infinitas de William Blake. Su psicodelia, esa que se mimetiza con el krautrock, es desde hace algunos años el referente del género en Valencia; sobre todo por su aproximación, brillante y poco transitada. Ya lo decían en aquel New Band Of The Week de The Guardian en 2013: el de la psicodelia es un título muy flexible, y podríamos decir que “Jupiter Lion son más Pink Floyd que Pink Floyd”. La puerta de al lado da al universo de Siesta!, los representantes de la psicodelia más desparramada y tolerante; sus directos son lo que son sus discos: homenajes pantagruélicos de kraut rock, electrónica y punk (de ese trans que mezcla el post con el ahora).
De entre los partidarios de la psicodelia más pausada, la de asunción lenta, destacan los guadianescos Ratolines. Ellos se enmarcan más en el paisaje de Alberto Montero: la psicodelia como rasgo aglutinador, pero no preferencial. Sus apariciones (discográficas y en directo), mucho menos frecuentes de lo deseable, los ubican unas veces entre el space rock y otras entre la música de película, pero siempre con el elemento psicodélico como vertebrador de una propuesta muy madura. Del mismo hilo tiraban Tercer Sol, aunque desde una perspectiva mucho más sombría; duraron lo que les duró la ilusión, pero han vuelto con cambios en la formación y un disco en el horizonte (y abrirán para Mourn en su concierto en Valencia el 24 de febrero en Wah-Wah). Su psicodelia es la que empasta su atractivo darkwave de hipnótica confección.
En su regreso Tercer Sol ha incorporado a Miguel Molina, quien, a su vez, tiene ligado su nombre también a Acapvlco; ellos también están en la corriente que incide en la herencia psicodélica de hace medio siglo, la que a nivel internacional emergió con fuerza a principios de la década con el detonante del Innerspeaker de Tame Impala. De hecho, y a pesar de que desde la juventud se enfocan las influencias desde un punto de vista más amorfo, la irrupción de Acapvlco con ‘Sun Dase’ en 2013 tenía tanto de la obra de Kevin Parker como la de algunos de sus gregarios, liderados por Temples. Algunas canciones después, la banda se mueve en una psicodelia mucho menos evidente (aunque Comet Glue, su EP del año pasado, aún conserva algo de aquel arranque, ahora mucho más directo y contundente).
Acapvlco es podría ejercer de punta de lanza de todos aquellos grupos surgidos a colación del (re)surgir de la nueva psicodelia; todos ellos formados por jóvenes que reinterpretan los estándares tirando de más o menos libertad creativa. Si Acapvlco son poco académicos, la aproximación de Lyann es mucho más rigurosa; con ella se llevaron los concursos de bandas emergentes en el Low y en el Festival de les Arts en 2014 y 2015, respectivamente. Su enfoque echa mano del más clásico compañero de viaje de la psicodelia, el rock progresivo. Un disco, un single y un EP, en ese orden tan poco común para un grupo nuevo, contemplan la trayectoria de Lyann; como la de Acapvlco, en carreteras paralelas, parecen tener lo suficiente como para superar el hype.
Todavía es pronto para aventurarse a asegurar lo mismo de otros proyectos como el de Thee Vertigos, sobre todo por la todavía falta de elementos suficientes para el juicio. El salto con su primer disco, evolutivamente a años luz de su precedente, fue importante, y en directo se manejan muy bien; su psicodelia es mucho menos obvia, beben del garage original y de la psicodelia propia de grupos de los 60 como 13th Elevators Floors (a quienes, de hecho, versionaban en su primera referencia). Parecen preparados, y con bastantes frentes en su propuesta, para sobrevivir al mencionado hype; otros, como Best On The Road (ganadores del Troglogló en 2015), parecen tener argumentos para hacerlo, a pesar de su silencio.
Es evidente que Valencia no cuenta con un emulador de Ty Segall, ni con una propuesta de la altura de King Gizzard & The Lizzard Wizard, pero sí con un grupo de bandas de rica policromía que no aparta la psicodelia de sus influencias; en 2017, además, ostenta un nuevo disco de Johnny B. Zero, una de las guitarras más inspiradas por y para la causa de la ciudad. Es tarde para subirse al carro de la nueva psicodelia, más que nada porque ya pasó, pero no para darle espacio público y escenarios a todos estos grupos que, además, ofrecen un enfoque diferente y con tantas aristas que, bien comunicado, puede involucrar a muchos tipos de público. No vendría mal cultivar propuestas que se acerquen al Zaragoza Psych Fest o un Reverence Festival partiendo de lo local.