¿Será Madrid el origen de una rebelión contra el Gobierno de los 35.000 muertos, contra el Gobierno de la ruina y el paro? Está por ver. La mecha del descontento ha prendido en el barrio más rico de la capital. Llamativa paradoja. Gente de orden se lanza a la calle para protestar por el secuestro de nuestras libertades
“Cosas veredes, amigo Sancho”. El Quijote es un tesoro tan inagotable que se le atribuyen citas que Cervantes no escribió.
Cosas verás, caro lector, que nunca habías visto. Estos últimos días estás viendo a elementos de la derecha saltarse la ley para reclamar la recuperación de las libertades y los derechos secuestrados durante el estado de excepción, que cumple más de dos meses y que se prolongará hasta finales de junio, como mínimo.
La revuelta contra la terrible gestión del Gobierno del maniquí prendió en la calle Núñez de Balboa de Madrid, en el barrio de Salamanca. Al principio fueron decenas de personas y, días después, eran centenares. En Sevilla, Alicante, Albacete y Oviedo también se han visto pequeñas concentraciones de manifestantes contra los responsables de la tragedia española. El ministro de la porra ha ordenado a sus grises que aborten cualquier conato de rebelión en el país.
Ese tipo de manifestante, contrario a respetar unas normas inhumanas que se han revelado ineficaces para luchar contra el virus, es, paradójicamente, gente de orden. Es un sujeto muy poco dado a las protestas callejeras, que exhibe la bandera española, viste de marca y acude, en algunos casos, a misa de doce los domingos. Llama “comunista” al Gobierno y teme que España sea como Venezuela dentro de uno o dos años, en lo que no le falta razón.
Es muy sencilla la caricatura de este manifestante. Basta con que alguien aporree una señal de tráfico con un cepillo para servir en bandeja la excusa perfecta a los intelectuales orgánicos y periodistas del régimen, que no tardarán en sacar punta a la anécdota para convertirla en categoría. De donde se deduce que los que se manifiestan contra el Gobierno de los 35.000 muertos son los cayetanos, pijos ociosos, ricos de cuna, niños bien que se están perdiendo sus clases de equitación. O sea.
Esta conducta irresponsable e insolidaria contrasta, según los mandarines del régimen, con la mantenida por la Gente de los barrios obreros, que respetan mansamente el arresto domiciliario por el bien del país. Este sacrificio se puede echar a perder por culpa de un puñado de jóvenes lacoste, quienes, al echarse a la calle, están propagando el virus de Wuhan (ellos lo llaman la Covid-19).
¿Qué hay de malo en que sean los pijos, la derecha punki, la que enarbole la antorcha de la libertad, que es una causa justa en la que nos reconocemos la mayoría?
La parodia es simple y eficaz si las televisiones amigas la repiten de manera machacona, día tras día. Así se intenta deslegitimar a un grupo que lleva razón en sus protestas, con independencia de su origen social.
Si Madrid se levantó contra el invasor francés hace más de dos siglos, ¿por qué no esperar y desear que Madrid sea también el inicio de una rebelión general contra el Gobierno de la ruina y del paro?
¿Qué hay de malo en que sean los pijos, la derecha punki, la que enarbole la antorcha de la libertad, que es una causa justa en la que nos reconocemos la mayoría?
Y luego está la bandera, tan ninguneada y despreciada por una parte de los ministros del Gobierno patán. Las banderas españolas que esos manifestantes pijos sacan a la calle, con el riesgo de que los identifiquen y detengan los grises del ministro de la porra, son un símbolo de libertad en este régimen de opresión que nos han impuesto a cambio de nada.
Sin libertad, agotados física y mentalmente por la reclusión, en una sociedad sumida en la desolación y la pobreza, la enseña nacional nos recuerda que este país seguirá en pie a pesar de todo, y que debemos defenderlo contra quienes han secuestrado la Constitución y han fracasado clamorosamente en la protección de nuestra salud. Se lo debemos a los muertos y a los que aún no han nacido.
La izquierda española ya no es tal: ni es izquierda ni es española. Por esa razón hace años que algunos dejamos de creer en ella. La izquierda renunció a la igualdad como seña de identidad y la sustituyó por la identidad y el coqueteo con los nacionalismos reaccionarios. Ahora, con el pretexto de luchar contra una pandemia, ha sacrificado las libertades individuales de manera indefinida.
La defensa de la libertad y de la igualdad ante la ley es hoy patrimonio de la derecha. Curiosa paradoja la de ver calles invadidas por supuestos privilegiados que protestan por la supresión de la libertad de todos, del que vive en el barrio de Salamanca como el argentino Echenique, y del obrero de Sabadell.
Sólo los seguidores de Lenin, como el vicepresidente comunista, se preguntan sin ocultar una mueca de cinismo: “Libertad, ¿para qué?”.
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