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tribuna libre / OPINIÓN

La rectora de Rusia

Foto: ROBER SOLSONA/EP
22/03/2022 - 

La rectora de la Universitat de València, Mavi Mestre, se quejaba el otro día en la radio de À Punt que en una misma semana el diario Abc la acusaba de "prorrusa" y El Mundo de "rusófoba", aunque ninguna de las dos publicaciones referidas expresaba tales calificativos.

No es razonable, desde luego, tacharla de "rusófoba", y si ahora es increpada por ello, es mérito exclusivo de la mala gestión y comunicación sobre los asuntos subyacentes tras la invasión de Ucrania el pasado 24 de febrero. Pero aquello de "prorrusa" merece un análisis más detenido.

A diferencia de su antecesor en el cargo, Esteban Morcillo, caracterizado por su prudencia y que por otra parte llegó a recibir una Mención de Honor del Ministerio de Educación y Ciencia de Ucrania, Mavi Mestre es de las cabezas de rectorados españoles que más se ha volcado con Rusia; esto es, el régimen de Putin.

El marco de mi reflexión enlaza con la información publicada por agencias de inteligencia sobre el gran enfado de Putin, con la consiguiente orden de depurar responsabilidades entre una parte de su entorno. Se considera que determinados cargos públicos rusos, entre 2014 y 2022, pudieron robar hasta cinco mil millones de dólares que tenían que destinar a crear un entramado prorruso en Ucrania. De hecho, Putin era informado por estos del éxito de las distintas acciones de incidencia sociopolítica y propaganda. Con la invasión rusa, el Kremlin esperaba que aflorara toda esa red de apoyos supuestamente tejida, pero no fue así.

Ahora bien, si Rossotrudnichestvo (agencia federal para la cooperación y, particularmente, 'colaboración' con las exrepúblicas soviéticas y los rusos que viven en el exterior) fracasó en Ucrania, otra organización creada por Putin para ejercer el poder blando, la gubernamental Fundación Russkiy Mir (Mundo Ruso), ha tenido más éxito, en nuestro más cercano alrededor.

Más de tres semanas después de que estemos siguiendo los crímenes de guerra rusos en Ucrania, no ha dejado de existir el centro de Russkiy Mir en la Universitat de València, la cual ha decidido tan solo "suspender" o "interrumpir" sus actividades (decisión del pasado 10 de marzo). Un centro que –coincidiendo con una serie de viajes de mandatarios universitarios a Moscú con todos los gastos pagados por los rusos– fue conveniado en 2019, a pesar de que dicha fundación se dedicara entonces a justificar activamente los peores bombardeos de Rusia en Siria.  

El trasfondo de esta fundación y su centro está también en aquello apuntado por un grupo de estudiantes y profesores de la UV en un escrito de denuncia del pasado 28 de febrero: tiene entre sus objetivos "la reconstitución, reforzamiento, recreación de la comunidad [rusa] en el espacio y la historia" sobreponiéndose a "las escisiones del siglo XX" y como destinatarios de sus acciones los "compatriotas en los países de las exrepúblicas rusas y del extranjero". Elementos del discurso nacionalista y expansionista que fundamenta su ya conocida guerra híbrida y que, si en el momento de entablar relaciones con ella no suscitaron alarma alguna entre los responsables de suscribirlas por la parte valenciana, ahora resultan dramáticamente reveladoras.

No deja de sorprender, igualmente, lo barato que le ha salido al ‘putinismo’ semejante anclaje institucional en España. Oficialmente, por acoger dicho Centro Ruso –cediéndole además amplias instalaciones en el campus de Derecho y Economía– la universidad ingresa una cantidad de dinero público ruso que resulta inferior a lo que sería propio o, en todo caso, a lo que llegaba a cobrar por poner nombre de empresa a una mera cátedra de efímera existencia. Hasta la paella que la señora Mestre ofreció en su casa al embajador ruso les salió de balde. O eso debemos creer.    

La guerra de Rusia ha desenfocado la atención al coronavirus y este, en su día, quitó el foco a "la corrupción generalizada que nos empezaba a agobiar como sociedad y como ciudadanos" –frase que extraigo de una publicación de 2016 de la Fundación por la Justicia. Ahora no deja de ser irónico para mí que el "Pacto Estatal contra la corrupción y por la regeneración cívica" que promovió dicha fundación fuera firmado en sede de la Universitat de València.  

Esta nuestra universidad que para colmo sigue siendo socia y "aliada" –según acuerdos en vigor– de la universidad presidencial rusa Ranepa, aún después de que su rector haya firmado un manifiesto a favor de la guerra en Ucrania. Y para ser precisos: "Es muy importante en estos días apoyar a nuestro país, a nuestro ejército que defiende nuestra seguridad, apoyar a nuestro presidente, quien, quizás, tomó la decisión más difícil y dura pero necesaria de su vida", según cita el documento de los rectores rusos en una información publicada por Las Provincias.

Se trata de la misma Ranepa con la que la Facultad de Derecho ha estrenado este mismo curso académico un doble grado internacional en Ciencias Políticas. Porque todos sabemos que hay mucho que aprender en esta materia de los tan independientes del régimen y profesionalmente íntegros académicos moscovitas.

La misma Ranepa que a primeros de marzo lanzaba desde su web, con la pompa que en esos lares se estila históricamente, una felicitación a nuestra rectora por su "reelección resultante de las elecciones", obviando que era candidata única.

Por no mencionar que una misma empleada de la Ranepa en puesto de confianza –una tal Olga Pirozhenko– es, a la vez, directora ejecutiva del ya referido Centro Ruso en la UV y, por si fuera poco sospechosa la interrelación, también secretaria general de la Alianza de Universidades Ruso-Españolas que cofundó presidiendo Mavi Mestre.

Como ha dicho recientemente el Cónsul Honorario de Ucrania, Pablo Gil, "es intolerable que una universidad como la valenciana, que tiene en sus estatutos la defensa de la paz, mantenga un convenio con una universidad que está entusiasmada por la guerra". Y es que no solo es con una universidad, aunque sea la presidencial, sino otras tres rusas –con estatus de "aliadas", pero sin intercambio de estudiantes, por lo que no hay excusas–, además de la fundación putinista Russkiy Mir a la que le presta las siglas de la UV a través del centro que alberga, lo que no tiene perdón.  

En fin, no podemos dejar de hacernos preguntas sobre el porqué de unas relaciones asimétricas tan profundas y por qué ahora solo se congelan, en vez de romper con ellas, como ideológicas que resultan, o aunque sea por redención.

Situación ésta más insólita todavía que la del empresario valenciano Ramón Congost, quien –en las circunstancias a las que hemos llegado– no renuncia a representar honoríficamente en la Comunitat Valenciana a la agresora Federación Rusa. Porque no puede haber honor en ser un cónsul de Putin.

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