En estas fechas nos volvemos a plantear si vale la pena jugar o no a la Lotería. En general, somos conscientes de que las posibilidades de resultar agraciados son bajas. De hecho casi la mitad de los españoles jugamos “por si le toca a otro”, ya que en la práctica, las posibilidades de ganar el Gordo de Navidad son de 1 entre 100.000. No tan pocas si las comparamos con las de ganar el Euromillón: 1 por cada 75 millones. De hecho es más fácil morir por la descarga de un rayo, 1 entre 3 millones, salvo que te llames Roy Cleveland Sullivan. Roy era un guarda-bosques estadounidense que fue alcanzado por 7 rayos entre 1942 y 1977, sobreviviendo en todas las ocasiones. Eso es suerte: tanto por la reiteración del suceso como por la supervivencia.
Pero aunque la suerte tiene bastante de fortuita o casual, también es cierto que la suerte de cada uno de nosotros es, al fin y al cabo, el devenir de acontecimientos a los que nos enfrentamos en el curso de nuestra vida. Cómo gestionarlos y si asumimos o no nuestra parte de responsabilidad personal en ello, depende de nuestra actitud. A este respecto, ya en el siglo XVII, Baltasar Gracián sugería algunos consejos en su libro El arte de la prudencia:
- La buena suerte tiene sus reglas. No todo son casualidades para el sabio; el esfuerzo puede ayudar a la buena suerte. Algunos se contentan con ponerse confiadamente a las puertas de la Fortuna y esperar que ella haga algo. Otros, con mejor tino, entran por esas puertas y utilizan una audacia razonable que, junto con su virtud y valor, puede alcanzar la buena suerte y obtener sus beneficios.
- La mala suerte es, con frecuencia, culpa de la estupidez y no hay contagio más pegadizo para los próximos al desdichado. En la duda lo mejor es acercarse a los sabios y prudentes, pues tarde o temprano dan con la buena suerte.
- No hacer ostentación de la suerte. Presumir de hombre importante es odioso; debía bastar con ser envidiado.
- Prepararse en la buena suerte para la mala fortuna. Es bueno conservar para el mal tiempo, pues la adversidad es difícil y carece de todo. Es mejor tener una reserva de amigos y de agradecidos, pues algún día se valorará lo que ahora no parece importante. La villanía nunca tiene amigos en la prosperidad porque los desconoce. En la adversidad ellos la desconocen a ella. Por cierto, el Fondo Nacional para la Educación Financiera (NEFE) apunta que el 70 % de los ganadores de una lotería se gasta todo el premio en solo cinco años.
- Conocer su buena estrella. No hay nadie tan desamparado que no la tenga. Si se es desgraciado es por no conocerla. Unos están junto a los poderosos sin saber cómo ni por qué, otros tienen el don de los sabios, alguno fue mejor aceptado en una nación que en otra, alguien tiene más éxito en un empleo que en otro, con los mismos méritos. Cada uno debe conocer su suerte, igual que su capacidad: en eso va perderse o prosperar. Hay que saber seguir y ayudar a la buena estrella.
En esta línea, más recientemente el psicólogo Richard Wiseman, autor de El Factor suerte, realizó un estudio sobre más de 1.000 sujetos agrupados en dos bloques según se consideraran afortunados o desafortunados. Sus conclusiones fueron que la suerte se relacionaba directa y positivamente con cuatro factores:
- Maximizar las oportunidades: estar abierto a nuevas situaciones, y aprovechar la interacción con otros entornos y personas que dichas situaciones generan.
- Hacer caso a la intuición, entendida como expresión destilada de la experiencia que cada uno va adquiriendo en la vida, y de la que no siempre somos conscientes.
- Desarrollar una actitud optimista: una actitud motivada potencia nuestras capacidades (innatas o adquiridas), y la constancia requerida para conseguir los objetivos
- Gestionar positivamente la adversidad: extrayendo las lecciones de la experiencia, y convirtiendo el fracaso en aprendizaje preventivo.
En cualquier caso, en la fórmula de la suerte, no debemos olvidar un ingrediente fundamental que hay que cultivar, y que le explicaba Rodrigo Santoro a Alexis Bledel en el filme Recién Graduada: “Me he dado cuenta de que lo que haces en la vida es solo la mitad de la ecuación; la otra mitad, quizá la más importante, es con quién estás mientras lo haces”.