Hoy es 11 de octubre
VALÈNCIA. Fue entre junio y julio de este año cuando el fotógrafo José Luis Iniesta se acercó a la huerta valenciana con su cámara. Su objetivo era retratar La tira de comptar desde la tierra hasta el mercado, todo el proceso que la rodea. Para ello necesitaba ver de primera mano a los protagonistas de la misma, a los agricultores, tratarlos en su terreno, nunca mejor dicho, y comprenderles, entenderles, para así poder transmitir lo que ellos sentían, por qué actuaban cómo actuaban. “Necesitaba conocerles y, cuando ellos se habían olvidado de que estaba ahí, fotografiarles”, explica. Así recorrió las huertas de Albuixech, Massalfassar, Meliana, Alboraya, Turís, Font d’en Corts, Castellar, Silla, Sueca y Alginet. “He disfrutado profundamente”, añade sonriendo.
Durante estos meses Iniesta fue captando el día a día de estas “máquinas de trabajar” en sus propias palabras, desde mucho antes del alba, a las tres de la mañana, cuando se levantan para ir a MercaValencia, hasta las siete, hora en la que termina la tira. “La tira es el centro de todo y de ella parte todo lo demás. Lo que sucede en la tira es el resultado de lo que sucede fuera de ella”, explica. Después volvía con ellos al campo, donde les observaba trabajar, arar la tierra, regar sus campos, mimando cada hortaliza. Y les seguía hasta el atardecer, cuando la luz se pierde y con ella acaba el día. “Una de las cosas más importantes que he aprendido con ellos, con los agricultores, es que la vida es muy sencilla y el mundo muy complicado”, dice.
Para realizar su retrato de este mundo que descubrió recientemente seleccionó a un pequeño grupo de agricultores, 14, algunos de ellos hermanos, la punta del iceberg que es la tira, que cuenta con cerca de 1.300 miembros de los cuales unos 300 acuden cada madrugada a la venta según su producto y la temporada. Todos ellos le abrieron las puertas de sus vidas, le mostraron cómo cultivaban, recolectaban y después les acompañó a MercaValencia. “Quería transmitir lo duro que es este trabajo, el esfuerzo que conlleva, y el privilegio que supone que lo que hoy está en el campo mañana lo puedes tener en tu casa, la suerte que es que el mismo agricultor que lo cosecha te lo lleva a la ciudad”, explica. Una dureza que puede comprobarse en el hecho de que todos ellos le aseguraron que no querían que sus hijos se dedicaran al campo.
La ciudad de València, y en especial el nuevo Ayuntamiento, ha hecho de la tira un emblema de la ciudad. Le ha concedido la Medalla de Oro, por expreso deseo de los representantes de Compromís, ha apostado por la renovación de su presencia en MercaValencia con una inversión de 800.000 euros, la ha extendido a los mercados municipales y, por si fuera poco, acaba de lanzar una etiqueta, Aphorta, que permitiría a los consumidores reconocer los productos que proceden de la tira. Si ve esa etiqueta en una pieza de hortaliza, ya sabe que procede de un agricultor o agricultora libre, alguien que no rinde cuentas a señor alguno.
¿Por qué es tan importante? En primera lugar, por sus raíces históricas. La tira se remonta a los tiempos del rey Jaume I; es decir, tiene más de siete siglos de antigüedad. En la práctica es un privilegio que se ofrece a los agricultores de la Vega de València, que pueden vender sus productos en los mercados de la ciudad sin intermediarios. Este fuero, que se ha mantenido inalterable es el que ha hecho que los agricultores valencianos sean los propietarios de los frutos de su trabajo, de la tierra. Una huella histórica que Iniesta ha querido reflejar con las fotografías en blanco y negro.
Pero al mismo tiempo es de una gran modernidad. En la gran nave que ocupa la tira, independiente del mercado de fruta de mayoristas, se comercializan diariamente entre 30.000 y 40.000 toneladas de frutas y hortalizas que provienen de estos pequeños agricultores de l’Horta. En estos momentos, explica Iniesta, en torno al 60% de los compradores de la tira son paquistaníes, duros negociantes que pelean el precio de cada caja. A ellos les venden el fruto de la tierra y juntos conforman un modelo, dice Iniesta, “de alimentación sostenible”, una referencia para un futuro más equilibrado que permite que el producto de calidad llegue a todos los barrios, incluidos los más pobres.
Cuando Iniesta llegó con su proyecto de libro al Ayuntamiento de València se convirtió en el hombre adecuado en el momento exacto. Su propuesta fue recibida con alborozo en el consistorio, donde le apoyaron y lo financiaron. Este miércoles arroparon la presentación del mismo en el salón de Cristal del Ayuntamiento, con la presencia del concejal de Mercados, Carlos Galiana, y sentado entre el público el de Hacienda, Ramón Vilar. Posteriormente, por la tarde, se inauguró una gran exposición en el Palacio de Congresos con motivo de la capitalidad mundial de Alimentación de la ciudad, con una selección de 50 imágenes de las que componen el libro. Además, el volumen se entregará a los participantes en el congreso de València. Así, además de testimonio único de una peculiaridad histórica y económica valenciana, se transformará en tarjeta de presentación de la ciudad.
Con unos protagonistas claros: los agricultores. Todos ellos, representados en los 14 seleccionados por Iniesta, se revelan como una suerte de conjura de hombres libres porque son los dueños de sus destinos, sin depender de intermediarios, ni distribuidores, ni millonarios supermercados. Ellos, los 300 diarios, los más de 1.500 agricultores que participan en ella, como los 300 espartanos de Leónidas, son la última resistencia en el estrecho tránsito de la era neoliberal, donde nada es nuevo y todo escasamente liberal, una época que parecía destinada a arrasarlo todo en aras de la productividad a cualquier precio pero que encuentra en los hombres y mujeres de la tira otro ejemplo más de resistencia.
Frente a la dictadura de la urgencia, su libro da testimonio de unas vidas, de unas personas que, dice Iniesta, “aman la tierra” con un sentido casi telúrico, visceral. “Cuando les preguntas por qué se dedican al campo muchos hablan de sus padres, de sus abuelos, pero cuando llevas un tiempo con ellos te das cuenta de que lo que sienten es amor al campo, a sus productos, que son productos y no mercancías”. Carmen Bernet de Alboraia, que a sus 75 años sigue limpiando cada berenjena a mano para que reluzcan como joyas; Issa Badji, senegalés de 50 años que junto a su mujer trabaja 45 campos y cuya sonrisa ilumina las páginas del libro; todas las historias de La Tira de Comptar. Els actors de l’agricultura de proximitat tienen ahora su retrato.