VALÈNCIA. La primera vez que se construyó empleando hormigón. La primera vez que se utilizó luz eléctrica. La primera vez que voló un avión en la ciudad. “Esta calle era la pista del aeródromo; por aquí despegaban y aterrizaban los aviones”. Francesc Jesús Hernández señala a lo largo de Arquitecto Mora, en València, junto al Palacio de la Exposición. Hernández es el autor del libro Roses fines que resultó vencedor en la categoría de Ensayo en los XXXIV premios Ciutat de València. El volumen, que obtuvo el premio ‘Josep Vicent Marqués’, es el retrato de las biografías de las ganadoras del casi olvidado concurso de belleza de la Exposición Regional de 1909.
Su aproximación a estas seis mujeres, a estos seis personajes de la pequeña historia de la ciudad, le sirve de excusa para ofrecer un retrato de la València del siglo XX. Porque estas seis bellezas, estos aparentemente personajes tangenciales, que vivieron desde una esquina el gran evento político y social que fue la Exposición, son seis arquetipos de la vida en España, de los sinsabores de una nación a la que partió en dos la Guerra Civil. Vencedoras o derrotadas, amantes de prohombres o madres amantísimas, las seis roses que dan título a su ensayo son como seis edificios perdidos.
“Es una historia que me encontré, que estaba ahí”, comenta Hernández, profesor de Sociología en la Universitat de València, mientras pasea junto a la efigie dedicada a Tomás Trenor. Él, el prohombre que impulsó el evento, el ilustre que invirtió, gastó y perdió su fortuna personal en crear la València del siglo XX, ese Quijote, completa el reparto de la tragicomedia de la existencia, de la comedia humana que se topó. Yo no busco, encuentro, decía Picasso. Hernández bien puede decir que entiende ahora esa frase a la perfección.
“Cuando supe de estas seis personas fue por una imagen, ésta”, dice señalando a la portada del libro. En ella se puede contemplar a las seis ganadoras en una carroza camino de la primera Batalla de las Flores. Ellas fueron las primeras reinas del pueblo. Y una en especial, Rosita Rodrigo (1891-1959), que llegaría a ser amante de Alfonso XIII, forma parte del patrimonio escultórico valenciano; es la mujer que se empleó de modelo como icono de la València que corona a Teodoro Llorente en el monumento erigido en honor del escritor y fundador de Las Provincias.
Pese a ser la que con el tiempo tendría una carrera artística, Rosita Rodrigo no fue la ganadora de este concurso antecedente de todo lo que ha venido después, incluso la elección de la Fallera Mayor. Rosita quedó cuarta de seis. Con un sistema de votación muy condicionado, el orden de las premiadas estuvo manipulado por los organizadores.
La ganadora fue su tocaya Rosa de la Figuera de la Cerda (1892-1969). De sangre azul, se dice que su hermana fue la que inspiró el personaje de mujer fatal de la novela Sangre y arena de Blasco Ibáñez. Su tormentosa relación con el matador de Ruzafa Julio Aparici Pascual era la materia primea que empleó el novelista para la ficción. Rosa de la Figuera consiguió con el concurso 5.000 pesetas, “quizás la única remuneración que la noble dama ganó por sí misma en su vida”, ironiza Hernández en el libro. Casada con Isidoro Pons Bofill, marqués de la Laguna del Campo, el matrimonio viajó a Nueva York. Lejos de la Guerra, la victoria de su bando permitió al marido seguir haciendo negocios y juntos se instalaron en la Barcelona más burguesa, primero en el Paseo de Gràcia y después en la calle Córcega, donde moriría en octubre de 1969, a los 77 años. No tuvo descendencia.
Como heroína popular quedó la segunda en el torneo de belleza. Valencianoparlante, Inés Sanchis Mas (1891-1974) fue una especie de ídolo local en su Aldaia natal, donde se le dedicó incluso una canción popular y de la que un militar dijo de ella que era “una labradora de clase extra”. Casada con un empresario hostelero, tuvieron un único hijo, Juan Eduardo Schenk, que tras iniciar unos estudios de Medicina inconclusos se hizo sacerdote y acabó siendo una persona relevante del mundo cristiano, ya como fundador de las editoriales EDICEP o Biblioteca Solidaria Misionera, del Instituto Secular Lumen Christi, o como autor de libros religiosos. ¿Quién lo podría imaginar del hijo de una reina de la belleza?
La tercera, Joaquina Saavedra Fontes (1890-1919), fue de extracción noble como la ganadora. Hija del fundador de la colonia Santa Eulalia, casada con el primogénito del marqués de Torre Pacheco, vivió una tranquila y breve vida de mujer nobiliaria, tuvo cinco hijos y murió al poco de dar a luz a la quinta.
Muy significativamente, las otras tres reinas de la belleza, el equivalente a Corte de Honor, podrían ser el reverso de estas vidas más convencionales. Especialmente la cuarta, Rosita Rodrigo, cantante, actriz, que se llegó a convertir en la reina del Paralelo de Barcelona durante los años 20. Convencida de su talento, en los años de mayor éxito se presentaba en las redacciones de los periódicos para publicitarse. Posible amante de Primo de Rivera y del rey, la propia Rosita decía que en una ocasión obligó al monarca a que “le recogiera del suelo las perlas sueltas de su collar”. Conocida de Carlos Gardel y de Federico García Lorca, acusada de filias fascistas, en los años cuarenta trabajó en Nueva York, en Argentina, y acabó sus días viviendo en la pobreza y teniendo que reclamar ayuda al Estado franquista para poder repatriarse y morir en España.
Más dramática aún fue la vida de la quinta clasificada, Ángeles Soler Miguel (1889- 1979). Testigo de primera fila de la historia, fue amante del periodista Félix Azzati, sí, el de la calle perpendicular a la Plaza del Ayuntamiento, la mano derecha de Blasco Ibáñez, y con él tuvo dos hijas, una de las cuales, la líder comunista y feminista Pilar Soler está a punto de tener calle propia en València, en un caso único de que padre e hija compartan presencia en el callejero. Hija de uno de los fundadores del Ateneo Mercantil, pese a su relación con Azzati, Ángeles tuvo una vida modesta como costurera. Encarcelada al finalizar la Guerra Civil, al dejar la prisión emigró a México donde su otra hija, también llamada Ángeles, vivía con Pedro Checa, histórico dirigente comunista, responsable de las matanzas de Paracuellos del Járama (y no Santiago Carrillo). Ángeles Soler madre, que murió en el exilio, estaba destinada a una vida convencional antes del concurso pero fue su participación en él la que acabó rompiendo su noviazgo con el hijo de un empresario e hizo que fuera la querida del famoso periodista, un amante que jamás la mantuvo.
El misterio queda reservado al devenir de María Soledad Cristellys Gómez, Soledad, (1888–1975), la sexta clasificada y de quien menos se sabe. Apenas que se casó con un empresario y emigró a Portugal, donde estuvo viviendo hasta que enviudó, regresó a Madrid y allí falleció. Ella completa el rosario de bellezas, las roses fines que adornaron la Exposición Regional de 1909 y que hasta ahora habían sido olvidadas. Una desmemoria que en parte intenta solventar el libro de Hernández, un volumen que da una mirada diferente al evento social que marcó el inicio del siglo XX en València, que supuso que la ciudad saltara al otro lado del río de manera definitiva.
“No tengo la sensación de ser autor”, dice Hernández mirando al espacio vacío donde debió alzarse en su día el arco de entrada a la Exposición. “Cuando me planteé escribirlo me di cuenta de que debía adoptar el tono más neutro posible. Lo importante son ellas, los personajes, seis chicas de en torno a 18 años a las que hicieron parte de la Exposición. Todos tenemos una foto como la que se hicieron ellas. Se trataba de responder a esa pregunta que siempre nos hacemos cuando vemos imágenes así: ¿Qué fue de ellas?”. Y respondiendo a esa pregunta, respondió también al qué fue de la ciudad, de todos… Exiliadas o vencedoras, olvidadas todas, las seis, su peripecia, es también parte de la historia de València.