En estos momentos en los que nos encontramos atravesando una grave crisis sanitaria, se ha puesto en evidencia la gran interconexión humana y social existente y a su vez, la gran vulnerabilidad como entes individuales y como sociedad, quedando algo muy claro: la pandemia no terminará hasta que todos salgamos de ella, y una vez pase, ya nada volverá a ser igual.
Por ser tiempos en los que reina la incertidumbre, no se tiene claro ni la forma ni la dirección que tendrá el cambio mundial posterior al COVID-19, pero sí que la educación superior deberá cumplir un papel preponderante en esa reforma y reconducción mundial, para lo cual será necesario aplicar ciertos cambios sobre ella.
El mundo, tras esta pandemia, deberá basar su reconstrucción social, estructural y económica en valores como la democracia, los derechos humanos, la inclusión, cooperación, y la equidad.
En este sentido destaca el papel de las instituciones de educación superior como agentes sociales para el bien público, manteniendo un espíritu cívico y un alto nivel de solidaridad social.
Actualmente educación universitaria tiene cuatro propósitos fundamentales: preparación para el empleo sostenible, preparación de los estudiantes para la ciudadanía activa y desarrollo personal, creación de una amplia base de conocimientos avanzados, y la estimulación de la investigación y la innovación.
Sin embargo, los acontecimientos actuales han llevado a reconceptualizar estos propósitos como parte de un objetivo más amplio: desarrollar y mantener buenas comunidades y sociedades democráticas, caracterizadas por la participación, la cooperación y el compromiso con el bien público.
Medidas como la acreditación institucional, la creación de títulos en colaboración con otros países europeos, la posibilidad de escoger carreras a la carta o acercar la empresa a la universidad serán un reto que la universidad deberá de asumir en un futuro muy cercano.
Las universidades se encuentran entre las instituciones insignes en las sociedades de todo el mundo, debido a que son fuente de nuevas ideas y descubrimientos, incluidos los avances tecnológicos; son anfitrionas de centros culturales y artísticos que fomentan la creatividad; y son motores económicos locales, nacionales y globales, por lo que deberán aportar creatividad a la nueva economía que ha de establecerse.
A la universidad le corresponderá mejorar en su aportación a la innovación y desarrollo tecnológico y cultural a la sociedad, a las administraciones públicas y al sector empresarial.
Al ser la principal formadora de educadores, la universidad ayudará de manera preponderante a dar forma a todos los sistemas educativos en todos los niveles, y esto evidentemente generará los cambios necesarios para evolucionar.
De acuerdo al tipo de sociedad que se quiera posterior al Covid-19, se debe establecer el tipo de educación que se necesita. Por ejemplo, si se quiere una sociedad democrática, justa, inclusiva y sostenible, será necesaria una educación superior democrática, cívica y activamente comprometida con la vida y los problemas de la sociedad y más cercana al mundo empresarial.
Lograr crear un mundo mejor después de Covid-19 requiere universidades cívicas, democráticas, dedicadas a producir conocimiento y formar estudiantes éticos y empáticos para sociedades justas y sostenibles.
Es esencial para nuestro futuro que académicos, autoridades públicas y demás miembros de la comunidad educativa , trabajen juntos para garantizar que esto ocurra.
Se trata de que las universidades ayuden a adaptarnos a los nuevos tiempos, ya que si esto no se logra, el cambio social y estructural tan necesario y deseado no llegaría nunca a producirse de manera efectiva. Es la hora de la verdad.
Pedro Adalid es doctor en educación y profesor universitario de Políticas de Calidad Educativa y Planes de Mejora.
