Del centro a las periferias, el artista analiza la geografía de sus obras
VALÈNCIA. Sobre la mesa, dos mapas: uno turístico que acota únicamente los barrios del centro más vistosos para los forasteros, y que se puede conseguir gratuitamente en la oficina de turismo del Ayuntamiento de València; el otro, comprado en una librería, deja ver barrios como Sant Marcel·lí o La Torre, aunque sigue sin descubrir aquella carretera en la que hace décadas, pasaban los coches y echaban el pestillo con terror. València es centro pero también periferia. Es estética y antiestética, mural y arte urbano, callejones y avenidas, acogida y hostilidad. Bien conoce esta dualidad Luce, uno de los artistas que más huella ha dejado en el ecosistema urbano local. Se sienta para Cultur Plaza alrededor de una mesa, y sobre ella, dos mapas: uno turístico y otro comprado en una librería. La charla es distendida, y busca entender la totalidad de la obra del artista, y también su relación con la ciudad y con las personas que la habitan.
Aunque parece que la ciudad esté llena de su nombre, en realidad el mapa en el que encontrar sus obras no abarca ni siquiera un tercio de València. Lucas, que es su nombre real y al que no le hace ascos sino todo lo contrario, se crió en Campanar y su vida le ha hecho pasar mucho tiempo por El Carmen. Cuando Lucas se convirtió en Luce, su campo era el graffiti y su hábitat el centro de València. Entonces era más cuestión de visibilidad que de de militancia. El espray de pintura era caro, y si cada firma lo agotaba, al menos que se viera. Fue entonces cuando empezaron a aparecer las cuatro letras en los alrededores del Mercado Central, por el barrio de El Carmen, en Viveros, o frente la discoteca La 3. El precio de los espráis también provocó el cambio de soporte y experimentó pasar de la pintura a la madera por simple economía, recogiendo palés que se iba encontrando. Este punto sería uno de no-retorno y llegó el año pasado a su punto álgido, cuando decide estudiar Carpintería. El hábito no hace al monje, lo hace la economía, aunque lo justo es decir que hacer la firma en volumen fue algo que Lucas ya había visto en artistas de otras ciudades. Luce se convirtió entonces en un elemento más del paisaje del centro. Primero en paredes y más tarde en persianas. “Una vez, hice una instalación de madera en los alrededores de la plaza del Ayuntamiento durante la mascletà”, cuenta.
Dice Javier Abarca en su explicación sobre la diferencia entre arte urbano y mural, explica que este primero se trata de una serie de acciones (y por tanto de decisiones) que "se hace visible la determinación y la ética de trabajo del artista, y se da forma a una estrategia particular para la propagación de obras a través del paisaje y a lo largo del tiempo", tomando así distancia al muralismo, que busca que una pieza en sí sea objeto de admiración y turismo. Luce descubrió, en una especie de juego de palabras no pretendido pero anecdótico, las farolas. Se trataban de un elemento arquitectónico que plagaba València: eran muy altas, se distribuían en serie por la ciudad, soltaban una luz naranja y sobre todo, se mantenían en el tiempo por el desinterés que generaban. Los carteles, las pegatinas y las efemérides de barrio se mantenían y Lucas vio ahí una manera de permanecer, además de economizar (cómo no) el espray de pintura, que ya no iba a servir para una única firma sino para decenas de ellas. "La gente no se preguntó cómo me las apañé para firmar en una superficie tan curva", dice, y añade con detalle "pero cualquier persona que supiera cómo funciona una plantilla sabe que es muy difícil conseguir colocarla en espacios así. Yo lo resolví a través de plantillas magnéticas que se pegaban a la farola, y por eso muchas firmas aparecen en superficies metálicas". Otra vez, la experimentación y la prueba-acierto descubrieron una evolución que sería crucial para Luce.
En realidad, y sin que suene pretencioso porque en realidad se trata de todo lo contrario, las farolas han sido el gran elemento con el que Luce se ha comunicado con la ciudad, porque ha sido esta obra la que ha conseguido comunicarse con el artista de vuelta. ¿Cómo? Lucas, que València la hacía en Valenbisi primero y en moto después, empezó a encontrar firmas donde sabía que no las había puesto. Las farolas se renovaban y entonces cambiaban de sitio, transportando esa sensación de degradación consigo, porque de una farola es importante su desmesurada altura y su manera de dar luz, y el soporte resulta ser lo de menos. Entonces empezó a introducir el nombre de las calles, o hacer series para contar algo que en ese momento parecía tener sentido, pero cuya transformación lo resignificaba. Desde el principio de esta etapa, las geografías habían dado un giro de 180 grados, y donde antes sus paseos concluían en firmas en persianas en el Mercat Central o en la avenida Blasco Ibáñez, ahora la obra se busca hacer en la periferia: Marxalenes, Ciudad Fallera, Sant Marcel·lí... Los barrios del norte, desde Orriols hasta Campanar son sus escenarios escogidos, no así el Cabanyal ni Russafa, que no le han "estimulado tanto". Aquellos sitios donde vivían valencianos que sentían el centro como otra ciudad, una cosmovisión de la ciudad polarizada por el entorno, donde el sentido de lo cívico y de lo ilegal eran "otra cosa".
Cuando la conversación se centra en su trabajo fuera de la ciudad, y sirviendo con su trabajo en las periferias urbanas de València, cuenta Lucas que es importante empaparse del espacio porque "hay cierto punto de solidaridad con el espacio cuando tú colocas ahí una pieza de arte urbano". Y en efecto, uno de los objetivos de la obra de Lucas, a través de Luce, es contribuir "a un flujo de gente del centro que conozca, a través de las firmas, lugares que de ninguna otra forma descubriría, y de acercar el centro urbano a aquellas personas que en la calle San Vicente Ferrer veían más distancia que un par de kilómetros en línea recta. Además, donde la gente cree que "València está llena de Luce", normalmente existe una visión parcial de la ciudad, que tiene cierta lógica geográfica si te mueves por ciertos barrios; sin embargo, las firmas están escondidas en puentes, callejones y lugares que a la gente no le apetece pasar de primeras.
Ahora las farolas empiezan a tener un tamaño mucho más funcional y la luz es más blanca, y eso es una opción política que el artista aplaude. De esta manera, el autor se hace responsable de aquella ciudad que explora día a día, no de una manera sectaria o partidista, sino consciente y comprometido. A pie, en bici, en moto o en coche. Se trata de buscar con cariño en el callejero en vez de tratarlo como un simple paso de un lugar a otro. Por eso Luce ha abrazado València, y por eso viceversa también.
En esta contínua evolución y exploración empírica de hasta dónde llega su obra, Lucas define su relación con la firma Luce "como una pelota que empujas y se va haciendo tan grande que al final te das cuenta de que vas huyendo de ella con miedo a que se te trague". Y eso es tal vez lo que ha pasado con las cuatro letras en negro. Lucas quiere ser Lucas, y no ser el artista que hay detrás de la máscara de Luce. Por eso hace ya algún tiempo se propuso dejar de firmar así, incluso hizo una promesa de choque de manos. Y aunque sirvió de poco, sí que es verdad que en los últimos años ha estado explorando otras posibilidades. Ahora también deja mensajes detrás de carteles luminosos publicitarios, que tanto se esmeran en gustar en su cara como se olvidan de su cruz. También empezó a firmar con otras variantes, o ha rotulado algunas paredes de comercios con los propios nombres de estos. Al día siguiente, le gusta ir a tomarse un café o una cerveza ahí y conocer de estrangis qué les ha parecido. La mayoría han optado por mantenerlo.
Más allá de València y más allá personalismos, Lucas también ha trabajado con otros artistas como Eltono o Iván Pérez. También ha llegado más allá del territorio estatal, y justo ahora venía de hacer una pequeña reisdencia en Suiza. Y de fondo, una pregunta que también tiene que ver con su relación con València. ¿Cuál crees que ha sido tu contribución al ecosistema del arte urbano local? Y la respuesta es tan obvia que ni siquiera toda la humildad que rodea a la persona consigue placar un resumen generoso de su carrera. Una marca que no ha buscado serla, una red de obras que son arte urbano y no mural, una exploración vital de la ciudad que después de ocho años, ahora parece finita. Es el broche final de una hora y media de conversación con dos mapas sobre la mesa, el turístico sin rayar y el comprado en una librería con zonas (tal vez) aún por explorar.