En la evanescencia del calendario ochentero, cuando España viajaba en un Seat, mi padre conducía el volante de un 1430. El mes de noviembre solía ser frío y aburrido, en una ciudad de armazón gris en la que su arquitecto Ricardo Pérez Casado iba cementando el ladrillo de sus paredes. València se construía desde una perspectiva académica por un socialismo científico y acomplejado, secuestrado por las tesis del valencianismo fusteriano. El único aliciente del mes, estaba sujeto a una percha, por el estreno de ropa o calzado en la visita al cementerio el Día de Todos los Santos. Las madres quedaban satisfechas al vernos vestidos y peinados con raya, para la ofrenda floral a las lápidas de nuestros difuntos. Después de desayunar acompañabas a tu padre a comprar el periódico. En mi casa se leía el diario decano y conservador de la región fundado por el poeta Teodoro Llorente. La portada del periódico enlutaba el almuerzo embutido de titulares con sabor anticatalanista, aroma propio de la época. En noviembre del 82, València recibía la visita del máximo responsable de la Iglesia, Juan Pablo II. Ese mismo mes la ciudad estrenaba su primer Nuevo Centro, recinto comercial, ubicado en Campanar y próximo al Hospital La Fe, quedando instalada la pila bautismal de lo que más adelante se ha interiorizado en nuestras vidas como la American lifestyle. Aquel Marshall religioso y comercial revolucionó la vida de los moradores del Cap i Casal ese November rain.
La València de los ochenta se edificaba sin apenas movimiento, enfrentada por un diccionario, sin turismo de masas, sin ruido ambiental, sin discurso propio. La ciudad se construía desde dentro, desde su alcantarillado, piramidalmente sostenida por una edificación sobria pavimentada por los albañiles de la democracia. Por aquel entonces cursaba mis estudios de la Educación General Básica en las aulas del colegio de los Hermanos Maristas de la calle Salamanca, dirigido por el hermano Arturo. Los Maristas, orden religiosa fundada por Marcelino Champagnat, centro no concertado, evangelizaba a sus estudiantes en el rito católico de velar a los difuntos con flores y oraciones el Día de Todos los Santos en la visita obligada al museo de la ceniza y el silencio. Los ochenta pasaron con mucha “movida”. Vinieron los noventa y los Guns n’ Roses entraron en mi vida gracias a un compañero de colegio que marchó un curso académico a hacer las Américas. Me llevé una reprimenda paterna, con la posterior censura, porque a mi viejo le habían soplado que los Guns era un grupo de camorristas. Los cassettes nunca fueron confiscados, ni sus letras intervenidas, y lograron vivir clandestinamente en el interior de mi walkman.
Recuerdo que se celebraba en nuestra ciudad la V Cumbre Ministerial Euromediterránea, los días 22 y 23 de abril del año 2002. La ciudad estaba en vilo por la visita del “terrible” agricultor francés José Bové, líder mundial del movimiento antiglobalizador. Como de costumbre, me acerqué a la jornada reivindicativa para interesarme por los efectos nocivos de la aplicación del tratado del libre comercio. Llegué a saludarlo e intercambiar unas palabras, el acto fue gratificante y la marcha tranquila y pacífica. Pero de nada sirvió su visita y conferencias organizadas en el Cap i Casal para entender la dimensión de la globalización que carecía de sistema nervioso. Nadie o casi nadie entendió el efecto dañino en nuestras vidas del proceso globalizador del libre mercado. Embobados por el exterior, algún cronista local se regocijaba de la necrológica de un comercio histórico de juguetes, Moñacos, ubicado en la calle San Vicente de València , dando, en un artículo, la bienvenida al gigante del café norteamericano con una salve antipatriótica.
Nuestra espiritualidad ha quedado muy diluida y con la batería baja por la aparición de medios virtuales y redes sociales, desde que la banda ancha revolucionó nuestros hogares a principios de este siglo. El origen perverso de cómo el capitalismo ha modificado genéticamente el ADN del calendario, convirtiendo a noviembre en un transgénico. Me siento horrorizado de cómo empieza y termina el mes. Noviembre es un carnaval disfrazado de ofertas y descuentos bajo el paraguas del Black Friday. Pongamos una vela a nuestros difuntos para soterrar de nuestras vidas el infame viernes negro y consumamos responsablemente.