VALÈNCIA. Hoy no hablaré de lo que ya existe, sino de aquello que me gustaría que lo hiciera. Es este un artículo de deseos y aspiraciones, aunque asumo que no lo es de realidades, y, además, por supuesto, tienen todo el derecho a discrepar; de hecho, es bueno que lo hagan. Cierto, todos tenemos en mente nuestra ciudad ideal y no suele haber dos ciudades iguales. Es muy posible que la mía nunca llegue a verla, pero eso no quita que la “piense” de vez en cuando, durante el típico paseo de flâneur. Aquí, obviamente, me refiero a cuestiones propias de estos artículos dominicales por lo que no hablaré de tráfico, ampliaciones portuarias o Zonas de Actividades Logísticas. No sé si habrán visto en algún libro que para el Miguelete se ideó un remate en forma de pináculo, se planeó una gran cúpula para la basílica de la Virgen de los Desamparados que multiplicaba en tamaño la existente o el gran arquitecto Javier Goerlich, que transformó la ciudad en muchos sentidos, mejorándola, también proyectó algunos desarrollos urbanísticos demasiado intervencionistas sobre la trama, que nunca se realizaron, en algunos casos afortunadamente. València estuvo cerca de tener una gran esfera armilar de un tamaño descomunal, que no se concretó, y antes de que el maravilloso jardín del Turia fuera una realidad, hay quienes “soñaron” una gran autopista que recorriera la ciudad de Oeste a Este y viceversa. ¡Glup!.
O al menos un espacio museístico ahí. No, no desprecio en absoluto el edificio del antiguo colegio de San Pío V, pero las hechuras, la disposición de las salas y espacios interiores (que debo añadir, conozco perfectamente), la formidable escalera de acceso y sobre todo la situación en la ciudad convierten al que fuera sede del TSJ, el magnífico edificio neoclásico, en el lugar ideal donde debió estar situado nuestro museo. El actual director de la institución Pablo González está llevando una buena gestión: no se puede hacer más con menos y ciertamente el otrora rumbo errático de la institución ha logrado enderezarlo claramente, pero pienso que no es suficiente por cuestiones que van más allá de la gestión diaria de la institución. El problema es de fondo, estructural: los accesos no dignifican a nuestro museo como merece. El museo necesita, pide a gritos, que su entorno se cierre al tráfico y una pasarela peatonal que conecte el centro de la ciudad con la puerta del edificio sobre el jardín del Turia. Puestos a pedir déjenme soñar y pienso en el edificio de la Aduana acogiendo nuestro museo y me relamo. El número de visitantes subiría exponencialmente al incluirse en toda ruta turística que recorre el centro histórico y sería perfectamente factible económicamente para gestionar otros servicios como una buena librería o actividad de hostelería.
Un pequeño y recogido museo dedicado a la pintura y otras artes aplicadas que ha tenido al mar como inspiración, creo que es algo que no hay que inventarse, sino que lo demanda ese edificio de estilo francés. Homenaje a esos artistas valencianos que desde el XIX hasta nuestros días han reflejado el mar en su pintura: Sorolla, Pinazo, Navarro, Cecilio Pla, Muñoz Degraín, Salvador Abril, Javier Juste, Rafael Monleón, Tomás Murillo Rams, José Mongrell, Alfredo Claros, Francisco Lozano, Pedro de Valencia, Genaro Lahuerta, Leopoldo García Ramón me salen de un plumazo pero hay muchos más.
Por supuesto que el actual y espectacular palacio del Marqués de Dos Aguas debe seguir albergando el museo de artes suntuarias (con cerámica incluida) y ampliando y abriéndose a otras artes decorativas (qué mejor espacio que este), pero como museo de Cerámica tiene un problema importante: tan sólo se expone una parte exigua del fondo que conserva por falta de espacio y en el caso de la cerámica la tipología es tan grande que es conveniente exponer el mayor número de piezas. Es, por tanto, un museo a que los estudiosos, historiadores y coleccionistas se les queda muy pequeño. Hay museos en este país (Instituto Valencia de Don Juan en Madrid) e incluso fuera (Louvre) que, por ejemplo, exponen una cantidad mayor de piezas medievales valencianas que nuestro propio museo que es museo nacional, lo que creo que representa una anomalía. Entiendo que un museo nacional ha de contener la exposición de cerámica más amplia e importante del país y no sólo de cerámica valenciana sino de todas las partes de España convirtiéndose en un referente absoluto en la materia. Para ello la espectacularidad o belleza del continente no es tan importante, sino que hacen falta metros cuadrados y metros de vitrinas. Para este caso se me ocurre que el antiguo edificio de hacienda en la calle Guillén de Castro, en pleno centro de la ciudad, sería un inmejorable emplazamiento.
Un deseo políticamente incorrecto en estos tiempos, lo admito. Las cúpulas y los campanarios de nuestra ciudad deberían venderse como una marca. Hoy día unas y otros han que un tanto agazapados tras la altura de cornisa de muchos edificios del centro histórico, por lo que necesitan más visualización que nunca. Pienso que deberían de nuevo emerger en su belleza y esbeltez y en un número que no creo que se de en otra ciudad de España. Para ello creo que la iluminación de todas ellas sería una estampa nocturna muy atractiva de la ciudad. Desde la románica de el Salvador, San Bartolomé, San Esteban, El Patriarca, San Andrés, El Carmen, Santo Tomás, Las Escuelas Pías, la Compañía son torres y cúpulas que permanecen en penumbra cuando se va la luz del sol mientras que el Micalet, Santa Catalina, San Nicolás o San Lorenzo sí que están bañadas por la luz de los focos.
No sé por qué, pero creo que esto sí que acabaré viéndolo, aunque se trate de una peatonalización parcial. València es una ciudad que todavía está por completar: el acceso al mar por el antiguo cauce sin vías de por medio, el Parque Central, los barrios marítimos… y la Alameda devolviéndole la dignidad que nunca debió perder con el empleo masivo para el tránsito y aparcamiento de vehículos. Hoy, la que fuera un paseo salón que ya existía a finales del siglo XVII, siendo protagonista de cuadros y grabados de época, es todavía en buena parte un espacio inhóspito para el peatón. De hecho, nadie desde hace décadas, se va ya a pasear por la Alameda con la banda sonora de los vehículos de fondo, y más con este calor.