CIUDAD DEL CABO (EFE). Sudáfrica no es el destino más típico, pero en la zona de Ciudad del Cabo viven alrededor de un millar de españoles, la mayoría emigrados por razones de trabajo, que también se han sumado a las fuertes restricciones de agua puestas en marcha por culpa de la sequía, como ha hecho el valenciano de 26 años Ricardo Domínguez.
Aunque las autoridades locales ya anuncian con triunfalismo que la urbe se va a librar del temido "día cero' -en el que el nivel de las presas llegaría al 13,5 % y el servicio normal de agua se interrumpiría-, los residentes deben usar aún 50 litros por persona al día o menos hasta que lleguen las lluvias (estimadas para junio).
Duchas cronometradas, instalación de tanques para recoger el agua de lluvia, dejar de regar los jardines y de lavar el coche, aprenderse la sorprendente cantidad de litros que usa cada programa de la lavadora y, sobre todo, tratar de reutilizar el agua en casa lo máximo posible se han convertido en norma del día a día para todos, nativos o no, de la segunda urbe más poblada de Sudáfrica.
"Aprendimos muchísimo. Empezó el año pasado y como fue un poco gradual nos fuimos aclimatando poco a poco. Y ahora vivir con 50 litros al día no nos supone mucho agobio, la verdad, lo hemos llevado bastante bien", explica a Efe Ana Belén Trapote, una gallega casada con un sudafricano que vive en el área de Vredehoek.
Por allí antes sonaban los aspersores dos o tres horas al día, indica Trapote, pero todo cambió a partir de la primavera austral de 2016, cuando empezaron las primeras restricciones.
Lo recuerda bien porque por esas fechas hubo un incendio muy cerca y no podían usar agua para limpiar las casas.
"Se puede hacer en cualquier parte del mundo. Me alegro mucho de que haya salido bien y de que la gente de Ciudad del Cabo se haya puesto manos al asunto", opina la gallega.
En el colegio, su hija María Teresa, de 11 años, también tiene que poner su grano de arena junto a sus compañeros.
En los baños les han instalado una especie de "reloj" dividido en cuatro y solo el que mueve la manecilla en cuarto lugar tiene que tirar de la cadena. También están obligados a llevar botellas de agua mineral para beber y les han cancelado deportes acuáticos como la natación o el waterpolo.
Al igual que en el de esta familia, también está lleno de cubos el baño de Ricardo Domínguez, un valenciano de 26 años que se mudó al barrio de Gardens para trabajar, hace algo más de un mes.
Cuando llegó era consciente de la situación, pero cuenta que, aún así, le sorprendieron cosas como que en el hotel donde se quedó los primeros días hubiera carteles que recordaban los litros que se gastan por ducha -según la Organización Mundial de la Salud (OMS), en una de 5 minutos se emplean unos 100 litros- o que es difícil acostumbrarse a cosas como el hábito de no tirar de la cadena en aseos de bares y restaurantes.
"Yo me ducho una vez al día, pero hasta que el agua sale caliente la guardamos. Y duchas muy, muy rápidas. En el gimnasio, por ejemplo, tenemos un cronómetro que marca sesenta segundos y cuando acaban esos sesenta segundos empieza a pitar", añade Domínguez.
Pese a todo, este joven destaca la gran voluntad de los propios habitantes, algo que duda si ocurriría en todas partes, hasta el punto de que la gente sale a los balcones a celebrar cuando hay una llovizna pequeña.
Aunque Ciudad del Cabo es la punta de lanza de la batalla contra la sequía, el fenómeno afecta a amplias zonas de Sudáfrica y ha sido declarado "desastre nacional" por el Gobierno. Sin embargo, no en todas las áreas la gravedad y las restricciones son las mismas.
A solo unos 50 kilómetros de Ciudad del Cabo se encuentra Stellenbosch, una localidad que también es parada habitual de los turistas por ser una de las capitales del vino sudafricano.
Allí vive, con una restricción de 80 litros de agua por día, Mario Mairal Pisa, un biólogo llegado de Huesca para hacer un posdoctorado sobre el cambio climático y la Antártida.
En los baños de su universidad, cuenta entre risas, hay carteles que piden que "si no es sólido", no se vacíen las cisternas.
"Yo creo que siempre he ahorrado agua pero yo diría que sí, ahora soy más consciente (...)", explica Pisa.
"Podríamos -sentencia- ahorrar muchísima más agua de la que ahorramos", lo que no aprenderemos hasta que "nos cierren el grifo".