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Tú dale a un mono un teclado / OPINIÓN

La vuelta al cole sin mascarilla

28/04/2022 - 

Debo reconocer que tenía muchas ganas de volver a clase tras las vacaciones de Pascua y la razón era que al fin podría ver la cara de mis alumnos. Puede parecer algo insignificante, pero tengo estudiantes a los que llevo dos años dando clase y, en algunos casos, no había visto jamás su nariz y su boca. Es el caso de M., una alumna con la que me llevo muy bien y a la que fui incapaz de reconocer en una foto en redes sociales hace unos meses.

Creo que se pueden hacer muchas reflexiones al respecto de esta vuelta a la “normalidad”. La primera, como ya he dicho, es que había ganas de vernos las caras. Una compañera de trabajo me decía que se emocionó al ver a los adolescentes entrar en clase sin mascarilla y casi se pone a llorar...

Puede parecer un gesto insignificante pero no lo es. Y esto lo demuestra el hecho de que las mascarillas han desaparecido más rápidamente en unas edades que en otras. En los colegios siguen manteniéndola gran parte de los estudiantes de 5º y 6º, o sea, los mayores. En los institutos es al revés: de 1º a 3º ESO la cantidad de mascarillas es mucho mayor que en 4º ESO y Bachiller. La conclusión es sencilla: la vergüenza y los complejos físicos son mayores durante la pubertad. Es el momento de mayores cambios (granos, vello, altura, estructura ósea, pechos…) y el de mayor inseguridad al respecto. Después de tres años mostrándose públicamente con mascarilla se les hace difícil desnudar su rostro. Y es que es un verdadero desnudo, y si no que alguien me explique por qué durante el primer día de clase sin mascarilla todos aquellos que se la habían quitado entraban al aula agachando la cabeza y rojos de vergüenza. A mí mismo me daba un poco de reparo mostrar mi cara, lo reconozco, además de la sensación que tenía cada dos por tres de estar haciendo algo inmoral o, al menos, poco ético.

No es difícil reconocer el problema: nuestra mente está programada para  llenar los huecos con ideas más bien optimistas. A estas alturas todos somos conscientes de que la imaginación suele ser más benevolente que la realidad. Hay muy pocas personas que nos parezcan más guapas después de quitarse la mascarilla. Y eso lo saben bien los adolescentes, acomplejados en muchos casos por sus rostros.

A esta idea se suma el hecho de que rellenamos con aquellos patrones físicos a los que estamos más habituados. Es decir, la mente crea a partir de la costumbre. Me explico: al ver el rostro de dos alumnas me he sorprendido muchísimo por las trampas de mi mente. Una de ellas tiene el pelo liso negro azabache y unos ojos oscuros inmensos. Mi imaginación la asoció rápidamente con los rasgos árabes y la “completó” mentalmente con un rostro similar al de Jasmín de Aladdín. Cuando la he visto sin mascarilla he descubierto que su rostro tiene rasgos indígenas americanos muy marcados. Ha sido extraño. Es una adolescente guapísima, pero su rostro es muy diferente a mi expectativa, creada con los rasgos más habituales en mi bagaje de rostros. La segunda sorpresa es similar: otra alumna sudamericana cuyos rasgos, una vez quitada la mascarilla, me han hecho descubrir unos ascendientes africanos que su color de piel no dejaba ver pero sí su boca y su mandíbula. De nuevo la costumbre completando unos rostros mucho más interesantes de los imaginados por mi cáucasocentrismo...

La última reflexión a la que no dejo de dar vueltas desde que nos hemos quitado la mascarilla tiene que ver con el velo islámico.

 A ver cómo me explico, porque estos temas tienen a mucha gente de uno y otro lado deseando saltar y ofenderse. Y es que si seguimos así la ofensa acabará siendo deporte olímpico...

 Vamos allá: de vez en cuando asisto con cierta estupefacción al hecho de que algunas personas no musulmanas hablan del velo con (en mi opinión) bastante ligereza. Tachan a las mujeres con velo de malas feministas como si quitárselo (suponiendo que la chica así lo desee) fuese la cosa más sencilla del mundo. Como si el velo fuese una chaqueta que te pones y te quitas si tienes frío. No me voy a meter en este tema que necesitaría mucho desarrollo, pero sí creo que es interesante analizar la vergüenza que hemos sentido casi todos al quitarnos la mascarilla y la sensación de estar haciendo algo mal. Si pensamos que solo han sido tres años, que a veces nos hemos visto momentáneamente las caras (sonándonos, bebiendo, en la calle…) y que no hay tabú al respecto de mostrar la boca, podemos empatizar un poquito con lo que debe ser quitarse un velo que lleva socialmente instaurado siglos (en algunos países, en otros menos) y en culturas que conciben la muestra del cabello como en Occidente concebimos la muestra del pecho femenino, el culo o los genitales. Esta experiencia puede ser un comienzo para empatizar con la dificultad de algunas mujeres musulmanas que deciden ejercer su feminismo desde otros lugares.

Y por último, si somos capaces de respetar que a partir de ahora unas personas lleven mascarilla y otras no sin poner en cuestión sus razones, ¿quién somos para juzgar un velo o un turbante sijh con muchas más connotaciones sociales, culturales y religiosas que se nos escapan?

Yo, al menos, no voy a hacerlo.

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