MURCIA. La necesidad de educación emocional en la sociedad es algo evidente, pues sigue siendo la asignatura pendiente en nuestro sistema educativo y, por ende, en nuestras organizaciones. Muestra de ello es la gran preocupación que han manifestado los organismos internacionales, como el informe PISA (Programme for International Student Assessment), por evaluar la adquisición de las soft skills (habilidades blandas) en los estudiantes, haciendo una clara referencia a la necesidad de adquirir las competencias emocionales en el aula, que les permitan integrarse con éxito en los grupos, las organizaciones y en la sociedad. En este mismo sentido, se ha manifestado la Confederación de Salud Mental Española solicitando con carácter de urgencia la implantación de una asignatura de educación emocional, con el fin de dotar a los escolares de las herramientas personales necesarias para afrontar las situaciones complejas y difíciles que se les pueda presentar en la vida. La carencia de competencias emocionales tiene consecuencias adversas no solo para el desarrollo personal de los jóvenes en su etapa educativa, sino también para la productividad y el bienestar en el entorno laboral. No es de extrañar que según el reciente informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) advierta de que los problemas de salud mental serán en el año 2030 la primera causa de discapacidad en jóvenes y adultos, y por desgracia los datos que se están produciendo actualmente les están dando la razón.
"La falta de educación emocional en los directivos y en la plantilla conduce a un clima laboral tóxico, de bajo rendimiento y alta rotación de personal"
Las organizaciones no son inmunes a estos retos. La falta de educación emocional en los directivos y en la plantilla conduce a un clima laboral tóxico, de bajo rendimiento y alta rotación de personal. Sin embargo, los programas de educación emocional pueden transformar el clima de las organizaciones, impactando en el bienestar individual y la productividad colectiva. Por ejemplo, se ha demostrado que los trabajadores con alta inteligencia emocional son más capaces de gestionar el estrés, resolver conflictos de forma efectiva y mantener relaciones laborales positivas con sus colegas, generando un entorno laboral más colaborativo y armonioso. Otras investigaciones han demostrado que la implementación de programas de educación emocional tiene beneficios tangibles, como la reducción del absentismo laboral y un aumento de la productividad. Asimismo, la mejora en el clima organizacional implica que los empleados se sientan escuchados y apoyados, posibilitando una mayor retención del talento.
Por otra parte, si queremos que los programas de educación emocional tengan éxito en las organizaciones, es fundamental que la alta dirección y los responsables de gestión de personas los respalden, ya que sin su compromiso y liderazgo será difícil que cualquier iniciativa en este sentido funcione. Además, los empleados deben tener acceso a los recursos y las herramientas necesarias para desarrollar sus habilidades emocionales. Esto podría incluir talleres de inteligencia emocional, mindfulness, meditación o aplicaciones móviles a sesiones de coaching. Por último, también deben existir espacios seguros en los que los empleados puedan expresar sus emociones y recibir apoyo según lo necesiten. En resumen, la educación emocional no solo es buena para la salud mental y el bienestar de los empleados, sino que también contribuye a crear un lugar de trabajo más productivo y pacífico. Por tanto, invertir en educación emocional no es solo una necesidad social, sino también una estrategia inteligente para el éxito a largo plazo de las organizaciones. convirtiéndolas en entornos más humanos y eficaces que pueden hacer frente a los desafíos del siglo XXI.
Hoy, más que nunca, nuestra sociedad necesita de personas que sean competentes emocionalmente, con criterio propio y con un sentido innovador y solidario de su paso por este mundo. Si no lo conseguimos es posible que no podamos seguir evolucionando como especie, pues una sociedad formada mayoritariamente por analfabetos emocionales es más fácil de manipular y controlar, favoreciendo el consumismo y las adiciones de sus ciudadanos. Sin olvidar, que la ausencia de educación emocional hace que nuestras decisiones se vean determinadas por los sesgos cognitivos que predetermina nuestros pensamientos y como consecuencia nuestros comportamientos. Esta falta de flexibilidad cognitiva es la que nos impulsa a completar la información que nos falta seleccionando solo aquella que está alineada a nuestra forma de ver la vida, e impidiendo que podamos desarrollar un espíritu más holístico, crítico y de entendimiento con los demás.
Dr. Pedro Juan Martín Castejón
Miembro del Consejo Directivo de Marketing y Comercialización (CGE)
Profesor de Marketing en la Universidad de Murcia y ENAE Business School