El “espectáculo Lang-Lang” se ha trasladado este año desde el Palau de la Música al de Les Arts. Como novedad tuvimos la de ver al pianista chino tocando con orquesta, y no en solitario, como ha hecho otras veces en València. La obra escogida fue el Segundo concierto para piano de Beethoven
VALÈNCIA. Esta partitura, en realidad, fue el primer concierto que escribió Beethoven para piano y orquesta, aunque por cuestiones de correcciones y publicación, ha quedado catalogada como el segundo. Compuesto entre 1787 y 1789, cuando aún vivía Mozart (aunque su forma definitiva fue posterior), aparece como una obra con muchas raíces en la música de éste, al tiempo que ya muestra inequívocos acentos beethovenianos. Lang Lang prefirió, sin embargo, dejarnos sin lo uno y sin lo otro, y nos dio “su” versión propia y particular.
Se dirá que todos los intérpretes traducen de forma personal las partituras. Así es. En ello radica su grandeza... cuando lo logran. Porque esa lectura personal tiene que estar bien anclada en el núcleo duro de la composición, sin torcer las líneas maestras trazadas por su creador. La mirada del intérprete tiene que centrarse en el descubrimiento de facetas que están ahí, y que quizá ningún otro músico haya visto antes, o que estaban implícitas en la época en que nació y se han ido perdiendo. También, quizá, de aspectos que resultaban incomprensibles en su tiempo, pero que ahora parecen claros. O de otros que la evolución de los instrumentos –y es significativa la que sufrió el piano en el caso que nos ocupa- imponen a la misma música. Resumiendo: la interpretación “personal” no lo es tanto, sino que depende del carácter poliédrico que tienen las verdaderas obras de arte, cuyas facetas y capas parecen infinitas, y se constituyen en pozo sin fondo que jamás acaba de explorarse.
No hizo nada de eso Lang Lang con el Segundo concierto de Beethoven. Es más: no hubo más anclaje con el compositor que la estricta literalidad de las notas. Beethoven, seguramente, se revolvería en su tumba si escuchara su música tal como sonó el lunes, convertida en algo melifluo, blando, cursi: lo más opuesto a la energía, a la intensidad y –también- a la poesía del genio de Bonn. Estaba todo hueco. No había nada. Ni de Mozart ni de Beethoven. Sólo el ego gigantesco de Lang Lang
Es verdad que fueron limpios y transparentes los pasajes veloces, y que no hubo apenas roces. ¡Faltaría más en quien se pretende la fulgurante estrella de los pianistas! Sin embargo, la sequedad de la cadenza en el Allegro inicial, que pareció construida a partir de fragmentos angulosos e inconexos, ya dijo mucho acerca de su escasa musicalidad. Lo peor, de todas formas, vino luego, en el languideciente Adagio. Se llegó en él a un grado de amaneramiento tremendo, confundiendo la saludable flexibilidad en el fraseo con caprichos continuos, reiterados e injustificados.
No tuvo bastante con eso, sin embargo. Llevó el pianissimo hasta lo inaudible, olvidándose de qué época era lo que estaba tocando, y también sin causa ni razón, como no fuera ésta la de exhibir una artificiosa delicadeza. Muy en consonancia, por cierto, con el movimiento que el pianista imprimía a sus cuando alguna quedaba libre: no se privó de aletear con ellas, cual artista tocado por las musas, volando hacia lo inefable.
Para qué seguir. Porque lo cierto, y lo triste, es que Lang Lang llena los auditorios de todo el mundo en mayor medida que pianistas de mucha más altura, pianistas que dan su visión personal sin traicionar al compositor, y que se toman el trabajo de estudiarlo y comprenderlo. Pero la mercadotecnia genera más dinero: en una de sus visitas, Lang Lang se fue a tocar ante los tiburones del Oceanogràfic, y los medios dedicaron un gran espacio al músico entre los escualos (¡qué buen titular!). Hace dos días le abrieron la sala de Las Meninas para que tocara delante del cuadro de Velázquez (!). Pasó lo mismo. Otras veces se sube adolescentes al escenario, que quedan entusiasmados por su cercanía (y porque, seguramente, nunca habían estado cerca de alguien que tocara bien el piano).
Con todo ello gana dinero, un dinero que estaría muy bien ganado si estuviera entre los grandes. Al menos en el mundo en que vivimos. Pero no lo está. Es todo cáscara. Y habría que preguntarse, por ejemplo, ¿necesita Velázquez promocionarse con un personaje como éste? ¿será verdad que es más rentable invertir en fama que en calidad musical?
Como se le aplaudió mucho, ofreció regalos. Primero, el “Para Elisa”, (o “Für Therese”), que anda ahora promocionando en una nueva grabación. Ni qué decir tiene que el tempo rubato llegó en esta página a extremos paroxísticos. Luego le tocó el turno a Mendelssohn, con el Spinnerlied de Romanzas sin palabras, también del disco que presentará el próximo viernes. Para acabar, una piececita muy breve, quizá extraída de La Escuela de la Velocidad de Czerny. No tuvo tiempo, por suerte, en estas dos últimas, para practicar ninguna de sus ocurrencias.
La Orquesta de Les Arts demostró su talla al mantener el ajuste, durante el Concierto de Beethoven, con un solista de tan erráticas maneras. Josep Caballé mostró asimismo una notable capacidad para el ensamblaje, y estuvo absolutamente pendiente de Lang Lang, labor también meritoria. Antes de que saliera éste al escenario, se interpretó la preciosa obertura de El cazador furtivo (Weber), que no sólo preludia una ópera, sino que, con ella, da el pistoletazo de salida al Romanticismo alemán. Ya se vio en esta obra, asimismo, la tendencia del director a los tiempos rápidos, los contrastes dinámicos extremados, y la precisión milimétrica en los comienzos y finales de frase.
Las dos partituras de Richard Strauss programadas tras el descanso (Don Juan y Muerte y transfiguración) confirmaron esas maneras interpretativas, eficaces aunque acompañadas de pinceladas algo gruesas. No pareció tan atento Caballé a las filigranas de la orquestación tan características en el compositor de Múnich, con lo cual quedó poco resaltada una de sus facetas más interesantes. En cualquier caso, los solistas de la orquesta tuvieron en ambas obras abundantes ocasiones para lucirse, y supieron aprovecharlas.