La colección busca ser una "palanca" para el Museo de Bellas Artes, aunque antes lo será para el Palau de les Comunicacions, que acogerá sus 73 piezas en 2023
VALÈNCIA. “No ha sido fácil…”, expresaba este lunes Luz Lladró, una frase a la que seguía un ‘pero’ de esos que lo cambian todo. No ha sido fácil… pero “hoy la Colección Lladró forma parte del Museo de Bellas Artes de València”. No fue en este caso el museo sino el Salón Dorado del Palau de la Generalitat el marco en el que se escenificó la formalización de la compra de la colección privada por parte del gobierno autonómico, un encuentro que reunió a varios miembros de la familia de empresarios, quienes estuvieron acompañados por el President, Ximo Puig, y el director del museo público, Pablo González Tornel, entre otros. “Sois el símbolo de una sociedad ilustrada, sentidamente valenciana y generosa”, manifestó el jefe del Consell a los familiares, en un discurso en el que subrayó que se trata de una adquisición con “espíritu de cesión”, una compra que, tal y como más tarde explicaría en declaraciones recogidas por este diario, “vale bastante más dinero” del que ha desembolsado la Generalitat. Así, la operación deja dos cifras clave -3,7 millones de euros por 73 obras de arte-, aunque tras ella hay un proyecto mayor en el ámbito expositivo.
Esta compra quiere ser una “palanca de relanzamiento” para el Museo de Bellas Artes, un centro cuyas limitaciones en la gestión -es de titularidad estatal pero gestión autonómica- y reducido equipo han marcado el presente de una pinacoteca a la que le persigue el apellido de “la segunda de España”. La incorporación de la Colección Lladró quiere ser un balón de oxígeno para el centro, una compra que supondrá la incorporación de siete nuevos Sorolla, entre los que se encuentra Yo soy el pan de la vida, o del primer Zurbarán para el museo. Vicente López, Ignacio Pinazo, José Benlliure, Juan de Juanes, Juan Ribalta o José Segrelles son algunos de los autores que completan un listado que pone el foco en las firmas locales, aunque no solo. “La colección nace de la voluntad de los tres hermanos de compartir su éxito empresarial y recuperar obras de los grandes maestros de la pintura valenciana dispersa por todo el mundo y, poco a poco, fueron ampliando la colección a obras de otros autores españoles”, relató Luz Lladró.
La compra de la colección se enmarca así en un esfuerzo mayor del museo por 'cazar' piezas estrella en colaboración con el ámbito privado, un trabajo que ha traído a las salas del museo valenciano obras como el Retrato de Michele Marullo Tarcaniota de Sandro Botticelli, que forma parte de la colección Cambó de Barcelona; la colección Gerstenmaier; o, recientemente, la donación de la serie completa de los Caprichos de Goya de 1868. Este contexto de impulso -limitado por los recursos- del museo es una de las claves en las que se integra la compra de la Colecció Lladró, una compra que marcará la fotografía cultural valenciana de 2023.
La primera consecuencia que tiene la adquisición de la Colección Lladró es la de convertir el Palau de les Comunicacions, antiguo edificio de Correos, en una suerte de subsede temporal del Museo de Bellas Artes de València. El inmueble, que adquirió el gobierno autonómico hace un año por 23,9 millones de euros, se ha convertido en símbolo de la gestión de Puig en esta segunda legislatura, un espacio que ha acogido en los últimos meses distintos eventos de ámbito cultural y comunicativo aunque todavía está a la espera de definir su proyecto a largo plazo.
Con todo, será a partir de enero cuando el espacio abra sus puertas a la colección, que la expondrá durante al menos medio año. Esta será la única oportunidad de ver la Colección Lladró en su conjunto y al completo pues, una vez recale en el Museo de Bellas Artes, una buena parte de las piezas se integrarán entre sus distintas salas, mientras que otras pasarán a formar parte de los fondos del centro. El desembarco en el Palau de les Comunicacions tiene, además, un doble reto: el de adecuar el inmueble para tal proyecto. No es ningún secreto que el edificio de Correos no es ni ha sido concebido como museo, por lo que la administración pública habrá de adecuar el inmueble para tal efecto, un proyecto cuyo coste todavía es desconocido.
La colección suma siete piezas en total de Sorolla, entre las que destaca Yo soy el pan de la vida, la más grande que ha salido a la venta del autor sin tener en cuenta las obras del catálogo de la Hispanic Society. Esta obra fue un encargo realizado por un político y hacendado chileno para su casa-palacio en Valparaíso, una imponente pieza que se pudo ver recientemente en Fundación Bancaja, tras un proceso de restauración, institución que ha sido el gran foco expositivo en torno a Sorolla en los últimos años. Esta obra forma parte de un listado más amplio que suma Majo valenciano, Huertano Valenciano, El jardín del convento, patio del Cabañal, Labradora valenciana y La cocina de la huerta, un buen puñado de obras del genio valenciano que se suman a los fondos del Bellas Artes a pocas semanas de que dé el pistoletazo de salida el Año Sorolla.
Será 2023 el curso dedicado al pintor valenciano, un año en el que distintas instituciones se volcarán en divulgar su obra y en el que el Museo de Bellas Artes tendrá un papel clave en el ámbito expositivo. En este sentido, la conexión con la Colección Lladró es de especial relevancia, pues la llegada de estas piezas -una vez pasen por la exposición del Palau de les Comunicacions- al museo se traducirá en la apertura -o reapertura- de un espacio específico dedicado al pintor. La sala será toda una revolución interna en el centro expositivo, un espacio que, tal y como desveló su director Pablo González Tornel, girará en torno a Yo soy el pan de la vida, un movimiento en el museo que responde a la “obligación casi moral de ser un lugar de referencia de determinados pintores” como el genio valenciano. "Para el Año Sorolla es muy importante la colección [Lladró]”, explicó Puig quien, también, añadió que la programación irá acompañada de proyectos, entre otros, en colaboración con el Museo Sorolla de Madrid.
Para la formación de la colección se contó con el asesoramiento de Alfonso Emilio Pérez Sánchez, exdirector de El Prado, un conjunto de obras que se mostraron en el museo que la empresa abrió en Tavernes Blanques y que ahora encuentran un nuevo hogar en el Museo de Bellas Artes, un hogar al que llegan tras casi un año de negociaciones entre las partes. La operación, desde un punto de vista económico, parece haber sido de lo más beneficiosa para la Generalitat, unas negociaciones en las que ha sido clave la interlocución del propio director del Museo de Bellas Artes y, también, del director general de Relaciones con las Comunidades Autónomas y Representación Institucional, Jorge Alarte.
"Ha habido una muy buen voluntad por parte de la familia. Es obvio que la colección vale bastante más dinero del que la Generalitat ha pagado”, explicaba Ximo Puig, en declaraciones recogidas por Culturplaza. "No se trata simplemente de una adquisición en una subasta, es otra cosa. Esto simboliza el arraigo de la familia Lladró en la sociedad valenciana”, añadió. De esta manera el jefe del Consell habló de una adquisición que “tiene el espíritu de una cesión”. En este sentido, para comprender el movimiento hay que tener en cuenta también que la Colección Lladró es reconocida como colección museográfica, por lo que no sería exportable ni divisible, una colección que ahora pasa a formar parte del patrimonio valenciano y que en apenas unas semanas podrá ser visitada por el público.
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