Es habitual que nuestra reacción frente a la retórica de la extrema derecha sea una mezcla de repugnancia y perplejidad que, lamentablemente, le facilita a Vox escorar el debate político hacia su terreno sin tener siquiera que justificar su posición. Lo vemos todos los días repetido en un ciclo inacabable de provocación-indignación que nos ha impedido incidir en lo específico y nos ha atado a la polémica del día.
Para quienes estamos todos los días bregando en el debate parlamentario con Vox es muy evidente la inconsistencia de sus planteamientos, son muy observables sus virajes constantes y la falta de concordancia entre lo que dicen y lo que proponen. Pero lo cierto es que nada de eso trasciende fuera de los muros de los parlamentos. Lo único que llega a la gente a través de los medios de comunicación es una especie de bulla inextricable donde es muy difícil determinar quién defiende qué. Sin embargo, en mi experiencia al menos, ese recurso a la bulla y a la provocación finalmente resulta no ser más que una forma, chusca pero práctica, de encubrir o soslayar sus propias debilidades. Hay en Vox una contradicción latente entre una retórica embaucadora con la que aspiran a conectar con los sectores populares de nuestro país pero, de fondo, un corpus ideológico profundamente reaccionario, elitista y antipopular. Vayamos a algunos ejemplos concretos.
En la huelga de transportistas que se produjo en el mes de marzo era habitual observar como Vox jaleaba las protestas pero, sin embargo, nunca hablaba de las reivindicaciones del movimiento porque, en realidad, estaban proponiendo una mejor regulación de sus condiciones laborales que chocaba directamente con los planteamientos desregulacionistas de Vox.
Lo mismo ocurrió con la huelga de Navantia en la Bahía de Cádiz en que, simultáneamente, Vox reclamaba mano dura contra los huelguistas mientras incitaba a los trabajadores a convertir su protesta en una movilización contra sus propios sindicatos y el Gobierno. Todo ello además, sin renegar de su programa en que plantean la liquidación y cierre de las empresas con participación pública como Navantia.
Más de lo mismo ha ocurrido en el sector primario en el que Vox se ha infiltrado con particular eficacia participando en cada una de sus movilizaciones pese a oponerse decididamente a que se garanticen precios mínimos a los agricultores y ganaderos de modo que estos no puedan rebajarse por debajo de los costes de producción.
Pero esa incongruencia sistemática en la práctica política de Vox no es simplemente un engaño premeditado sino el reflejo de una tensión interna no resuelta entre dos corrientes principales que, aunque todavía no han llegado a un choque entre ellas, indudablemente genera distorsiones, fricciones y vaivenes. Un choque entre una concepción organicista de la sociedad y otra marcadamente individualista. Un choque entre quienes priman un Estado corporativo que salvaguarde los intereses oligárquicos atemperando el conflicto social y los más fervientes partidarios de un integrismo de mercado que excluya las políticas sociales y le reserve al Estado el papel de gendarme. Una cohabitación de tendencias que, por otra parte, ya tiene precedentes en la extrema derecha española y que recuerda, salvando las distancias, al choque entre falangistas y opusdeístas durante los años 50 del siglo pasado en el seno del aparato de Estado franquista.
Sin embargo, no se puede afirmar que sean dos concepciones antagónicas y, de hecho, estuvieron ambas siempre presentes y entremezcladas en la germinación del fascismo durante los años 20 del siglo pasado tanto en Italia como en Austria y Alemania. Al fin y al cabo, ambas tendencias confluyen en su autoritarismo, su conservadurismo social y, sobre todo, en su determinación de destruir a un enemigo común: todos quienes no sean ellos.
Hasta ahora, Vox ha gestionado esa divergencia de un modo extremadamente contradictorio, y aunque la han atemperado, no han podido evitar que se vaya ampliando y llegará al punto en que, de un modo u otro, producirá un desgarro. Ese será el momento en que una contradicción hoy todavía latente, se convierta en una contradicción patente.