Si Mayo es el mes de las flores, diciembre es el de las listas que resumen el año. Todo el mundo hace la suya, todos opinamos sobre ellas. Al final resulta que su utilidad real es algo que escapa a las intenciones originales a la hora de confeccionarlas
VALENCIA. Es acercarse diciembre y empezar a preguntarme cuánto tardaré en ver ese email, asomándose en mi bandeja de entrada, con la frase lo mejor del año como asunto. Ese mail, que no será más que el prime
Disquisiciones aparte, reconozco que de joven sentía una enorme curiosidad por saber qué contenían esas relaciones y, por supuesto, necesitaba hacerlas. La semana pasada hablaba de Jorge Albi y el programa que hacíamos juntos en Intervalencia Radio. A Jorge le encantaban las listas y, excesivo como es, confeccionaba unas casi más grandes que el año a resumir. Así que ambos nos estudiábamos a fondo el Melody Maker y el NME para saber qué decían los ingleses, que en estas cuestiones siempre tienen la última palabra, aunque con los años descubres que, en realidad, importa un pimiento lo que digan ellos, nosotros y todos los demás. La música es algo mucho más importante e inabarcable que eso.
Hace ya un tiempo que no existen álbum que puedan aspirar a ser considerados como el mejor del año. Evidentemente, siempre se grabarán obras excelentes que harán historia y dejarán huella pero los tiempos cambian y siguen cambiando. Si en el pasado, álbumes de Beatles, Dylan, Bowie, Ramones, New Order, Stones Roses, Prince, Nirvana, Chemical Brothers o Arctic Monkeys fueron la música perfecta para un momento determinado, hoy, en la era de internet, cuando nada es ya lo que era, los álbumes tampoco lo son. Pongo un ejemplo: en 1985 sabías que un álbum de The Smiths podía ser considerado disco del año, lo mismo que podía serlo el Nevermind de Nirvana en 1991. Hoy, los álbumes de música pop ya no definen ya un momento, solo son parte de él y ya está, tampoco pasa nada. Los discos pueden cambiar tu vida pero ya no cambian el mundo. Eso significa que puedes coger 15 o 20 discos importantes aparecidos durante un año, y ordenarlos como quieras. Da igual cuál pongas el primero o el segundo, o el quinto, estará bien, la lista tendrá sentido porque, salvo que exista una notable excepción, no traicionará nada. ¿Realmente importa si Kanye West está antes que Fleet Foxes? ¿Definen los discos de Tame Impala o Ty Segall a una nueva generación? ¿Tiene trascendencia el nuevo disco de Blur más allá de la calidad de sus canciones?
Si me sumerjo en los archivos buscando esos resúmenes, la conclusión es que éstos solo cobran verdadero sentido cuando ha transcurrido cierto tiempo. En la web del NME, que ha tenido a bien publicar sus listas de este tipo desde 1975 hasta la fecha, nos encontramos con que “Heroes” de Bowie, Darknes on the edge of town de Springsteen, Fear of music de Talking Heads y Closer de Joy Division fueron elegidos mejores álbumes de 1977, 1978, 1979 y 1980 respectivamente. Casi todos ellos son discos de cabecera para mí y sin embargo, sigo dudando que sean los mejores discos de un año concreto. Más bien son los discos más aclamados durante ese año. Pero decir que cualquier disco de entre los cientos que salen cada 12 meses puede ser el mejor por encima de todos los demás me parece un dislate.
Personalmente prefiero usar las listas del año para hacer memoria a todos los niveles. Por ejemplo, ahora que ha visitado la web del NME para ilustrar el ejemplo anterior, me dejo llevar por la nostalgia y sigo avanzando hacia atrás en el tiempo porque que cada una de esas listas es una especie de dietario de mi vida. Elijo un año al azar y siguiendo una de esas listas puedo reconstruir pequeños o grandes detalles de mi recorrido vital, recordar lo que viví y también cómo me sentí en determinados momentos cuando esas canciones me acompañaban. 1990 y Sinèad O’Connor, por ejemplo, me devuelven a cuando vi por primera vez el vídeo de Nothing compares 2U para programarlo en Canal 9 y lo conmovedoras que me resultaron aquella lágrimas que eran tan sentidas como parecen. 1986 y This nation’s saving grace, de The Fall: puedo verme de nuevo comentando la canción I am Damo Suzuki con Rafa Villalba en Brillante. 1995, Maxinquaye de Tricky; escucho Hell is round the corner en mi walkman mientras descubro que pasear por las playas y las pinadas de El Saler es algo que necesito más allá de lo comprensible.
2002, Black Rebel Motorcycle Club y su primer disco, un debut que me dejó fascinado y un grupo que me hartó considerablemente cuando les entrevisté en el Moby Dick de Madrid para Colp d’Ull de Canal 9. Esa lista me recuerda también que ese mismo año salió el primer disco de Interpol, que escuché en modo bucle durante los primeros viajes que hice conduciendo mi propio coche de Madrid a Valencia y viceversa. 1988, Lovesexy, la obra con la que Prince reinó en un segundo verano del amor a todos los niveles, en pleno apogeo de extasiado subidón nocturno de servidor. Podría seguir así durante horas, durante días, conectando títulos y nombres propios con nombres cercanos, momentos, lugares, sensaciones y emociones. Las listas del año como cápsulas de tiempo para contemplar desde la distancia. Al final creo que es mejor confeccionarlas ahora, año tras año, para poder recurrir a ellas cuando el futuro llegue, que diría Mudhoney.