El posdivorcio me devolvió a mi barrio, lugar del Ensanche, dónde nunca debí salir. Noqueado sentimentalmente y liberado emocionalmente, sin cargas, decidí volver a casa por la semana fallera, sin antes ahogar intencionadamente un iPhone en un vaso ancho tocado de ginebra y tónica. Fue por el año 2010. A mi madre le costó aceptar ei divorcio con la Santa Iglesia. Marcharme de la ciudad fue la misma sensación que la de un agricultor al perder su cosecha. Autolesionarse.
Una vez instalado en Reino empecé a coquetear con la vida nocturna, la sana, unas cervezas en el Bar Canadá, dos sesiones cinematográficas en el cine D' Or, y al llit. En mi tiempo libre devoraba libros, periódicos, la cartelera, y bajaba al río a echar unos largos. En resumidas cuentas volví a vivir la segunda y eterna juventud. Pasaron los años y la siguiente etapa de la vida hizo que recalara en la periferia del Cabanyal, permaneciendo la friolera de cinco años. Y otra vez de vuelta a casa. Nunca por Navidad. El hombre tropieza con la misma piedra dos veces.
En dicho local, de estética variopinta, machacado por ciudadanos de la periferia, de la Metropolitana y ubicado en el carrer del Almirante Cadarso había abrazado la noche, superando al insomonio y ampliando mi círculo de amistades. El templo de los decibelios del bajo Ensanche se merecía, con retraso y por adelantando, una sonora y escrita distinción por su trayectoria y profesionalidad en el sector del ocio nocturno. En el 22 cumplieron treinta años. Plaza Radio cubrió la noticia.
El Blue Iguana se sumó a mi ruta nocturna semanal. Mi última parada en aquel espacio de techos de papel de aluminio fue antes de la pandemia. Lo perdí de vista por un tiempo, regresando una de esas soporíferas tardes que estás aburrido encontrándome un espacio renovado. En la visita, Jesús me explicaba la entrada al capital de la empresa de José Abedín, tras la "jubilación" de Mara, su primera socia. El lifting le había venido muy bien, sin abandonar la esencia que caracterizaba al Blue. Un local arraigado a esta nuestra ciudad, la que me representa, y que poco a poco el pladur la está devorando. Aquella tarde acabé despidiéndome de Sinatra, Frank, de la mano de A.