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La nave de los locos / OPINIÓN

Las nieves de antaño

Foto: JAVIER CARRASCO

La Navidad está hecha para la felicidad de los niños. En cambio, a un adulto le basta con fingir alegría y recordar los años de nieves y gracias de su infancia. No queda casi nada de aquel tiempo en que la gente se felicitaba las Pascuas por carta y era costumbre pedir el aguinaldo     

13/12/2021 - 

Hace tiempo que no veo nevar. En noviembre, mi madre me llamó, muy emocionada, para decirme que había comenzado a nevar en la ciudad de mi infancia. Tenía la ilusión de un niño que hace bolas con la nieve acumulada en los parabrisas de los coches.

Como aquel poeta genial y encomiable asesino, conocido como François Villon, yo también me pregunto por las nieves de antaño; dónde están aquellas Navidades en las que el frío era de verdad y las palabras no habían sido traicionadas en su significado. Eran las Navidades de una familia de clase media modesta, como tantas que había en aquella España de brasero y anís del mono, que se conformaba con poco. Nos bastaba con poner un pequeño belén en la entrada de la casa. No había árbol. Mi padre compraba turrones de Jijona y cascaruja para coronar las cenas de Nochebuena y Nochevieja.

Un hombre observa el belén expuesto en la plaza de San Agustín de València. Foto: JAVIER CARRASCO

Entonces, la Navidad abarcaba un periodo razonable, el que marcaba el sentido común y la tradición. Comenzaba a las once de la mañana del 22 de diciembre, cuando nos daban las vacaciones en el colegio, y al regresar a nuestras casas veíamos a la gente acodada en las barras de los bares siguiendo el sorteo del Gordo, y concluía el 6 de enero cuando mi hermano y yo desenvolvíamos los regalos de los Reyes Magos. Papá Noel, ese tipo despreciable venido del Norte calvinista y usurero, apenas era conocido. Los Reyes Magos eran imbatibles en los años setenta.

Castañas y un frío que pelaba

Hacía un frío que pelaba y nevaba de lo lindo en Albacete. En Navidad, algunas mañanas caminaba de la mano de mi abuelo Matías por el paseo de José Antonio (hoy de la Libertad), y por las tardes salía con mi madre y tía Memé a merendar a La Española. De regreso a casa parábamos en un puesto de castañas y comprábamos un cucurucho. El olor a castañas asadas me acompañará hasta el último de mis días, al igual que aquellas películas blancas que echaban por las tardes para recordarnos que los humanos no siempre somos malvados.

Los domingos por la mañana mi hermano y yo íbamos con mi padre a ver al abuelo Paco y a la abuela Lola. En la despensa, a escondidas nos daba la paga de la semana. Al salir, en la calle la gente se felicitaba las Pascuas dándose abrazos. Los niños llamábamos a las casas para pedir el aguinaldo. Cuando una anciana amable nos abría, tocábamos las panderetas al son de un villancico, fuese Noche de paz o Los peces en el río. La mujer, de buen corazón, nos daba unas pesetillas.

Fachada del edificio donde vivieron los abuelos paternos del autor del artículo. Foto: JAVIER CARRASCO

Los carteros, que vestían de gris y llevaban gorra de plato, dejaban en el buzón la felicitación de un tío lejano (de Granada o de más allá). Por estas fechas nos preguntaba por la salud y nos deseaba un próspero año nuevo. Yo, de aquella época, conservo la saludable costumbre de felicitar por carta a media docena de amigos. Si algún año fallo o se traspapela el envío, me llaman preocupados y yo los calmo y les digo que sigo al pie del cañón y que por nada del mundo esa mierda de los guasaps podrá con mis felicitaciones de papel.

De ‘Plácido’ a Mr. Scrooge

“Hago enormes esfuerzos por no convertirme en un cascarrabias, en un mister Scrooge enfadado con el mundo porque su tiempo ya pasó”

Cuando echo la vista atrás, noto cómo se me van los años y flaquean las fuerzas. Me hago viejo, aunque no lo parezca. La procesión va por dentro. A veces me veo como un secundario en la película Plácido de Berlanga. Aquellas Navidades, las de Plácido y las que yo viví de niño, de personas buenas y sencillas, sólo existen en la infiel memoria. Son las nieves de antaño que no volverán. Hay días en que hago enormes esfuerzos por no convertirme en un cascarrabias, en un mister Scrooge enfadado con el mundo porque su tiempo ya pasó. Es desolador llegar a la conclusión de que eres un extraño para tus contemporáneos. Nunca volverás a pisar tierra firme, nunca.

Esta Navidad será triste porque ya no estaremos juntos. Hemos perdido también a gente que nos quería. Si al final me acerco a Benidorm, adoptando las precauciones necesarias para no ser multado de nuevo por los mamporreros del alcalde, le besaré los tobillos al Niño Jesús, expuesto delante del altar de la parroquia de Nuestra Señora del Carmen. Aunque parezca mentira, dentro de unos días celebraremos el nacimiento de Cristo, circunstancia inadvertida para un creciente número de gañanes que confunden la Navidad con la última oferta del calvo de Amazon.

Decenas de personas celebran el último puente en la plaza del Ayuntamiento de València. Foto: JAVIER CARRASCO

Si no es mucho pedir, queridos lectores, decid “Feliz Navidad” y no “Felices fiestas”, como así aconsejan las autoridades de Bruselas y Madrid, causantes de tantas  desgracias propias y extrañas. Hablad en cristiano, aunque sólo sea por unos días. Las palabras tienen un sentido que se ha de respetar. Que no os confundan.

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