La Generalitat ha iniciado los primeros pasos, junto al Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, para la futura creación, en Alicante, de un centro de investigación orientado a las diversas vertientes científicas de la longevidad. Un asunto que ya forma parte de nuestra realidad y cuya visibilidad se intensificará, progresivamente, si se cumplen las actuales previsiones demográficas.
Es una buena noticia que este centro se implante en nuestra Comunitat porque puede añadir, a la cantidad de vida de millones de personas, un plus de calidad que permita mayor autonomía y vitalidad de la Tercera Edad, así como una superior eficiencia de los sistemas de salud y protección social.
Lo es, de igual modo, porque la Comunitat Valenciana ocupa una modesta posición en el conjunto de Infraestructuras Científicas y Técnicas (ICTS) establecidas en España. Esta modalidad de infraestructuras apenas ha recibido el calor y apoyo obtenido por otras de sus homónimas, ya sea en el ámbito económico, -infraestructuras de transporte físico, de redes, medioambientales-, o en el social, como son los centros escolares, sanitarios y sociales.
De hecho, en España existen, tras la revisión efectuada en 2018, un total de 29 ICTS, que, se elevan a 65 si se incluyen los nodos territoriales en las que operan, dado que algunas cuentan con una estructura en red que integra a varios puntos de la geografía científica española.
De este total de 65 centros y nodos, la Comunitat Valenciana está presente en cuatro, tras la incorporación, en 2018, de la Unidad de Imagen Médica del Hospital La Fe. La misma cifra que el País Vasco, e inferior a las de Canarias y Aragón (5), alejadas a su vez de las 11 situadas tanto en Madrid como en Cataluña y de las 8 ubicadas en Andalucía.
A partir de 2007 existió la oportunidad de que la presencia de la Comunitat Valenciana intensificara su presencia en el mapa de las ICTS españolas. Recuérdense los proyectos del Instituto de Física Médica, como spin off del Instituto de Física Corpuscular, dependiente de la Universitat de València y del CSIC, así como del Centro Integral para la Mejora Energética y Medioambiental de Sistemas de Transporte, en la Universitat Politécnica de València.
En el primer caso se auguraba un futuro prometedor para la investigación y el uso de los protones en el tratamiento de los tumores, mientras que el segundo ofrecía perspectivas inéditas para la investigación y ensayo de, entre otros, los efectos aerodinámicos de vehículos de transporte y los originados por vientos catastróficos.
La ausencia de entendimiento de las administraciones concernidas y el surgimiento de la crisis económica acogotó el nacimiento de aquellos ICTS, cuyos impulsores han optado, desde entonces, por objetivos marcados al ritmo de los escasos recursos disponibles, invirtiendo en todo caso una alta dosis de voluntad para que el recuerdo se sostenga.
No podemos aventurar si, al nacimiento del centro de investigación de la longevidad, podría acompañarle la recuperación de aquellos dos proyectos; pero sí conviene poner en valor que su existencia, junto a otras infraestructuras científicas, repercuten en consecuencias altamente positivas para la Comunitat Valenciana.
En primer lugar, por el impacto directo de las ICTS que, al estar en sintonía con las grandes Infraestructuras Europeas de Investigación, facilitan un mayor acceso a los proyectos de la Unión y de otras iniciativas internacionales.
A continuación, porque, por su singularidad, proveen con sus recursos tanto a los científicos residentes como a los que, desde otras geografías, desarrollan investigaciones que precisan de su uso. Y, en ambos casos, modulada por sus respectivos campos de trabajo, su oferta de servicios abarca, junto a la investigación básica, la investigación aplicada y el desarrollo tecnológico demandado por las empresas. Circunstancias siempre favorables para la creación de nuevos grupos de investigadores y tecnólogos, competitivos captadores de fondos para I+D+i y activos autores de publicaciones y patentes que desplazan los límites del conocimiento.
Una capacidad de atracción que se extiende a otros planos porque el funcionamiento de los ICTS genera una demanda de servicios especializados en el mantenimiento y ampliación de sus instalaciones, ejerciendo un efecto positivo sobre el empleo cualificado y la presencia de empresas de base tecnológica.
Asimismo, dada su especialización y visibilidad, las ICTS son agentes clave en la organización de congresos y otros encuentros científicos y tecnológicos. Ejercen, por ello, una labor añadida de arrastre sobre el turismo de eventos.
Por último, las anteriores infraestructuras disponen de su propio terreno de juego. No compiten más que marginalmente con las inversiones que precisan otro tipo de infraestructuras ya que disponen de vías de financiación específicas en el marco europeo y español. De hecho, es su limitada presencia la que coadyuva a la infra-financiación de la I+D+i valenciana en ambos casos.
En consecuencia, la atracción de nuevas ICTS, con la inclusión entre éstas del centro de investigación de la longevidad, ampliaría el espectro de las actuales aspiraciones valencianas en materia de infraestructuras, sumando nuevos actores que nos conectan a la sociedad y la economía del conocimiento.
Y, si todavía subsiste alguna duda, recordemos que nuestra inversión en I+D (1% del PIB) es justo la mitad del objetivo que la Comisión Europea aprobó que España alcanzara en 2020 (2%). O que el gasto en innovación empresarial, según las últimas cifras de 2017, pese a su repunte, sigue expresando que nuestra representación es del 6,3% sobre el total de España, frente al 35,1% de Madrid, el 25,4% de Cataluña y el 10,4% del País Vasco.
Cifras que deberíamos tener muy presentes cuando, como está ampliamente demostrado, la innovación empresarial no es un mundo aparte, sino una inextricable parte de un sistema de innovación que engloba a todos los que generan y transmiten nuevo conocimiento.
Manuel López Estornell es doctor en Economía