VALÈNCIA.- Es sabido que a Luis García-Berlanga le gustaba cambiar las respuestas en sus entrevistas, enfatizar anécdotas, inventar detalles hasta el punto de creerse aquello que contaba. Mucho se está hablando en este año Berlanga de su genialidad cinematográfica; sin embargo, hay un aspecto de su vida que se comenta mucho menos: su relación con la División Azul —la unidad de voluntarios españoles que se formó para luchar contra la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial—. Berlanga partió el 14 de julio de 1941 desde Donostia hacia Rusia para unirse a las tropas alemanas. ¿Qué motivos le llevaron a alistarse en esa unidad? El mismo Berlanga contestaba cosas diferentes en según qué momentos.
Berlanga afirmó que se decidió a unirse a la División Azul incitado en gran parte por sus amigos más cercanos. La mayoría «pertenecían a la Falange, pero yo me fui hacia el anarquismo libre, la libertad absoluta, que es lo que a mí me gustaba», apunta el cineasta en las notas autobiográficas Berlanga por Berlanga, trabajo de documentación de Gómez Rufo para la creación de la autobiografía autorizada Berlanga, contra el poder y la gloria (1990). «Cuando se produjo el levantamiento militar del 18 de julio de 1936 se rompió todo mi interés por la política, aunque después de la guerra, eso sí, me incorporé a la División Azul», apunta el director. «Pero esto formó parte de un evento familiar, y es que mi padre estaba condenado a muerte y había que hacer algo para echarle una mano».
El motivo principal fue que su padre fue detenido y condenado como dirigente del Frente Popular que fue. Pero también hubo otros. Uno de ellos, su gran amor de entonces, Rosario Mendoza. «No me hacía ningún caso, y pensé que si se enteraba de que me iba a la guerra sentiría una admiración que se convertiría en un gran amor». El último motivo fue la sed de nuevas aventuras: «Un poco de todo, como ingredientes de una decisión de la que luego me arrepentí».
Y es que, para empezar, a su regreso Rosario Mendoza se había casado con un amigo suyo que no había ido a Rusia. Así que jugar al héroe nacional le salió regular. El fervor aventurero cuesta de creer, ya que era un chico al que la timidez le paralizó en más de una ocasión. Y lo de salvar a su padre, como pretendía, tampoco pudo ser. «A mi padre creo que en realidad le salvamos del paredón gracias a una cosa que no se ha comentado lo suficiente; era algo típico de aquellos años (…) ‘el estraperlo de la muerte’», refiriéndose a contactar con unos intermediarios que cobraban por salvar vidas.
* Lea el artículo íntegramente en el número 81 (julio 2021) de la revista Plaza